martes, 28 de noviembre de 2017

Solo un enemigo: el tiempo

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Como claramente resaltado consta en la carátula de la versión en lengua castellana, ganó el prestigioso premio dedicado a la ciencia ficción. No obstante, el contenido de esta novela es una ciencia ficción atípica, no nos equivoquemos. Quizá inaugura un nuevo género de ciencia ficción histórico-divulgativa, pues su principal contenido y objeto de la mayor parte de su redacción se centra en la vida de un contemporáneo sujeto, de nombre Joshua Kampa, en el Pleistoceno de hace dos millones de años, integrándose en un clan de nuestros predecesores, los homo hábilis.
Pero no es éste un viaje típico en el tiempo, sino una mezcla entre viaje astral, traslado más bien onírico, y deambular por la prehistoria lejana esquivando peligros, adaptándose, tratando de ser aceptado (aunque sea como una rareza natural). Se nos presenta un entorno salvaje del Africa oriental de forma bastante realista, aunque tampoco es que se profundice, o quizá es que no ha cambiado tanto quitando aparte la extinción de algunas especies animales y el surgimiento de otras, entre ellas el homo sapiens.
Mientras se cuentan sus aventuras al otro lado del tiempo, se hacen flashbacks ( o no sabría si llamarlos flash forwards en este caso, curioso ) contando el origen traumático de nuestro protagonista, que radica en Sevilla, oh maravilla. Por avatares de la vida de su madre, acaba siendo adoptado por la familia de un militar estadounidense entonces destinado en la base de Morón. Su vida es un poco triste, con poco apego por lo material, muchas dudas existenciales, y ninguna fe prácticamente en nada.

Poco a poco vamos siendo testigos de su cambio vital, de la aceptación de su rol, de una manera de ver las cosas, la vida, de un cambio en su escala de valores... todo va cobrando sentido a medida que transcurre su estancia pleistocénica.

Finalmente, vuelve al presente, ¿o era el futuro?, y lo hace muy cambiado, con nuevos objetivos y deseos, quizá más primitivo (inevitablemente) pero también mucho más sabio.


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Para muchos, esta obra es de una maestría casi intolerante. Yo no creo que sea para tanto. Puede resultar entretenida hasta cierto punto, pero a mí realmente no me ha enganchado con locura, ni me ha producido sensaciones empáticas, ni me ha emocionado. Podía no haberla leído y seguir igual, de verdad. pero en fin, cada uno tiene sus expectativas, supongo.
No me malinterpreten, no es mala, y los números cantan (aunque siempre se puede decir aquello de "mil millones de moscas no pueden equivocarse..."), solo que pienso que, objetivamente, hay muchas novelas que la superan en su mismo campo.

Con esta lectura finalizo por ahora mi serie dedicada a viajes en el tiempo. Sigo indagando en interesantes escritos de ficción científica.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Agridulce

Polvo, sequedad, marrón, sudor, risas y lágrimas. Todo eso y más ha habido en esta última salida. 
Me he dejado guiar por Perico sobre un terreno que él conoce bien, casi todo en las cercanías de la finca de su mujer, La Umbría, a medio camino entre Niebla y Valverde del Camino. 
Tramos de singletrack endurero, pistas rápidas, muchas curvas, subidas y bajadas, piedras, jara, zarzas... Puro hardtrail, lo que más nos gusta... aunque la verdad es que nos gusta todo, ¿no?

Este pictograma coloreado a la altura del embalse de Beas da testimonio puro y duro de la pertinaz falta de aguaceros que nos asola:


Aún así, siempre nos quedan ganas para hacer alguna broma. La cosa es disfrutar, y de eso hemos tenido mucho hoy, lo hemos pasado muy bien.


Nos pudimos reponer a base de bien con surtido de chacinas, quesos, birras, fabada y una riquísimas albóndigas perpetradas por los limitadores de velocidad:



Todo iba genial, hasta que me comunicaron que anoche falleció, de forma tan repentina como inesperada, el hijo de 21 años de unos buenos amigos. Una pena grandísima y muy muy triste circunstancia, siempre, que te premuera un hijo. Me da vueltas la cabeza y las lágrimas asoman detrás de mis lentes correctoras, pero lo que ha ocurrido, ha ocurrido, y no hay vuelta atrás. A menudo ocurren cosas que escapan absolutamente a nuestro control, al de nadie, y tenemos que aceptar estos golpes como vienen. No hay más.

Taciturno y misantrópicamente enclaustrado ahora en el teclado de mi portátil, intento olvidar estos hechos, pasar página, pero es muy difícil obviar un hecho así.

Intentemos seguir libres y felices, a pesar de todo.

cita:


Carlitos y Snoopy

Noviento

Tradicionalmente, como he podido comprobar por mí mismo, el mes de noviembre en Huelva es una sequía de viento. Y este año, con la total ausencia de borrascas, más que nunca. 

En el estrecho se salvan con sus levanteras casi semanales. 

Esta semana, por una coincidencia de baja presión intermitente, y unas cosas raras aquí y allá, ha entrado un aire de componente Este, muy raro que entre bien aquí. Se ha intentado aprovechar en el spot Camarón, donde se suele formar una ola juguetona, y no en vano es punto de reunión de surfers de la zona. 

Lo intenté con 12 metros, pero tuve que desriñonarme inflando la 15 para finalmente aprovechar una tarde extraña, con un Sol que aparecía y se volvía a esconder tras las numerosas nubes de aspecto semiinofensivo que acechaban. Una lucha por mantenerme upwind, un par de revolcones en la orilla que han causado un desperfecto en mi querida, mi adorable, mi genial tabla chewing-gum (que veremos si no lo arreglo yo); una cerveza al acabar la navegada con el maestro Lolo, AKA el Hombre que Susurra a las Cometas.


Hoy, sábado, escribo esto que ocurrió el jueves. Ha sido una semana extraña, como ya le contaba a Blanca del Rocío en la oficina, más desligado de internet, de las redes sociales, incluso del wasap, en busca de una calma interior de la que casi sin darme cuenta me he ido alejando últimamente. 
Esos momentos en la ola, casi a solas, surcando el mar al revés de como estamos acostumbrados por aquí, me han servido mucho para centrar mi yo. O eso creo.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Toyota Auris Touring Sports

Con este nombre largo y casi pretencioso, unos señores de ojos rasgados han denominado a todo un electrodoméstico con ruedas:

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Imagen de estudio abolutamente irreal
Y lo de electrodoméstico es con toda la razón, pues su única función en esta vida es la de cumplir un cometido, tan simple como necesario en la vida de un adulto del siglo XXI: trasladarse eficazmente desde un punto A hasta otro B, gastando lo mínimo posible, con una cierta comodidad y seguridad. Eso es todo. Un lavaplatos más grande que el que usted tiene en su cocina. Un horno con buenos acabados.

Y es además es blanco el que yo he probado en un viaje de trescientos kilómetros con autopista, autovía, circunvalación, carretera nacional, local, callejeo por pueblos con cuestas, y aparcamiento en cuatro sitios diferentes. Una prueba completa de la que he extraído algunas conclusiones que pueden o no ser de interés. 

En primer lugar hay que mencionar que he llegado totalmente descansado al final del viaje, lo que es algo importante e interesante. El vehículo transmite calma, lo que está muy bien, dada su nula capacidad para transmitir cualquier otro tipo de sensación o emoción. Es un vehículo totalmente plano, insulso en su concepto. 

Puede ser práctico (cosa que depende de las necesidades de cada uno), económico, respetuoso con el medio ambiente, de una estética moderna, fiable, seguro... pero usted jamás se enamorará de un Auris, así de sencillo. No llega al corazón, aunque tampoco lo pretende. Esto no es un deportivo, ni un coche prestacional, sino un objeto con el fin de servir, de genuflexarse ante su dueño cada vez que lo arranque, un esclavo para el día a día.

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Interior correcto, sin alardes, aunque con cosas incomprensibles

Hay cosas curiosas del Auris. Por ejemplo, si Toyota ofrece trece colores, ¿por qué sólo lo vemos en blanco por las calles? 
¿Por qué tiene un reloj digital a la derecha de la moderna pantalla TFT de 7", con dos botoncitos para ponerlo en hora, como si fuera un coche de los años ochenta?
¿Por qué tiene la palanquita para gobernar el control de crucero en una posición tan antinatural que te hace desplazar la mano derecha el volante cada vez que lo tienes que accionar?

Y hay muchas más pequeñas cositas que chirrían. Bueno, yo lo achaco a que es japonés, y los orientales tienen su particular forma de hacer las cosas. Por ejemplo, este coche sería originalmente diseñado para ser conducido por el lado incorrecto de la carretera, y al adaptarlo a Occidente, se pierden algunas cosas, la ergonomía se resiente, aparecen situaciones que no cuadran.

Este frigorífico motorizado que yo probé es la versión Active, con motor de 1364 cc y 90 cv, cambio manual de seis velocidades, que usa de esa cosa con la que funcionan las calderas de calefacción. Me llamó la atención sobre todo una cosa: no vibra. Ni siquiera en frío. Bueno, al ser un motor más o menos pequeñín, eso no es difícil de conseguir, pero hay que mencionarlo, porque siendo un diésel es agradable que tal caracterización no se note, en la medida de lo posible. Vibraciones, ruidos... son achaques comunes a este tipo de motores, que en el Auris no se encuentran. Y da lugar a situaciones como que haya hecho 60 km por autopista en quinta velocidad a 130 por hora sin darme cuenta de que aún tenía una marcha más para relajar las revoluciones. Increíble. Tal es el grado de suavidad.

En carretera su comportamiento es correcto: la dirección es precisa, la suspensión es cómoda pero no permite mucho balanceo de la carrocería, los frenos cumplen sobradamente, y el consumo medio de nuestro viaje por todo tipo de vías fue de 5'3 litros a los 100 km. Los sillones recogen bien la espalda y son cómodos, al menos el del conductor. 
Hay detalles que no acaban de cuadrar, como lo ya mencionado de tener que apartar la vista para ver la hora, o que al meter quinta a uno le falte longitud de brazo, o que hay que pasar un proceso de aprendizaje especial para activar el crucero, o tener que estar atento al cuentarrevoluciones para cambiar de velocidad porque ni el ruido ni las vibraciones te van a avisar.
El coche corre lo que tiene que correr, su motor es muy lineal y carece de tirón, o golpe de par que sí pueden tener los tdi de VW, por ejemplo. Es cierto que a un 1'4 litros tampoco se le pueden pedir muchas alegrías... pero aunque se declaran 90 cv, está claro que la cifra de par motor de sólo 200 Nm no acompaña mucho, y se notará más cuanto más cargado esté. De todos modos, sirve para desenvolverse con cierta soltura en el tráfico español.

El motor de cuatro cilindros tiene un diámetro por carrera curioso de 73x81'5, algo difícil de asimilar para mí, que vengo del mundo de la moto, en el que hay motores que llegan a duplicar el diámetro sobre la carrera. En cambio, este Toyota tiene una carrera tan larga que me resulta difícil comprender lo alegre que es capaz de girar y mantener entre 3000 y 4000 rpm sin esfuerzo ni vibraciones. Bravo!

El maletero es el que se espera de una caja de zapato alargada con ruedas como es este aparato. El del Auris normal debe ser tan escaso como el espacio de una caja de galletas.

La estética, y este es un modelo que lleva ya algún tiempo en el mercado, está aguantando bien el paso del tiempo. Es moderno, pertenece a la nueva corriente de diseños angulosos y afilados que vienen de Japón, que gusta mucho a la clientela joven. Contra todo pronóstico, aún no ha pasado de moda, pero la experiencia me dice que lo hará... Es lo que tienen los diseños radicales, y es que el mundo del automóvil es muy conservador en este aspecto, por lo que desde aquí tengo que felicitar a Toyota, Lexus, Honda y Nissan, su atrevimiento y audacia.

En definitiva, un coche que le compraría a mi limitador de velocidad, sin duda, pero que nunca lo haría para mí. Me gusta conducir, no meramente ser transportado como un tabal de melocotones.

lunes, 13 de noviembre de 2017

La aventura cerca



Muchos son los que se obstinan en viajar a toda costa a distintos continentes en busca de aventura y sensaciones, cuando es frecuente tener olvidado, descuidado, desconocido, lo que nos rodea más cercanamente.
Ese es un pensamiento que siempre me ha rondado, y no en vano disfruto mucho cuando me alejo un poco de las rutas habituales y descubro nuevos paisajes, terrenos ignotos, y seguimos tracks trazados desde la comodidad del sillón de nuestro salón... que luego pueden no coincidir con la realidad.

Me remonto ahora a hace un año más o menos, cuando ya me rondó la idea de este viaje, iluminación que comenté alguna vez durante el desayuno de nuestras rutas locales. Fueron horas de investigación, me quedé medio ciego escudriñando la orografía a través de Google Earth (utílisima herramienta), y elaborando un track con partes robadas de personas que me precedieron en esta pequeña idea (gracias, oh, Wikiloc), y otras hechas por mí mismo punto por punto con el programa de edición Mapsource.

El objetivo era ir de Huelva a Tarifa por pistas, carriles, lo máximo posible sin pisar asfalto más que lo estrictamente necesario, y volver al día siguiente por carreteras secundarias. Cuando uno hace algo así, se sabe cuándo se sale, pero nunca cuándo se llegará. Casi trescientos kilómetros la ida, por terreno no conocido, y con la premura del tiempo porque el Sol se pone sobre las 18:00, todo unido le da un punto de presión o emoción. 

Partimos poco antes de las diez de la mañana del sábado día 11 de noviembre de 2017, Perico y yo, con sendas KTM 690, ligeros de equipaje. No hace falta más. De entrada, él utiliza su celular como GPS, pero tiene que renunciar a ello porque se ha encontrado que durante el largo parón estival de este año, se ha corroído la toma eléctrica. Quedamos a expensas, pues, de mi viejuno y modesto Garmin Etrex, que cumple su misión de momento.
Decidimos ir por carretera hasta Manzanilla, para ahorrar tiempo y por ser la zona que más conocemos, y entrar al campo a la altura de Chucena, hasta Coria del Río, donde cruzaremos el Guadalquivir sobre una barcaza al efecto. Pinares bonitos, la zona del Vado del Quema, mucho ciclista y senderista, incluso jinetes a caballo, por la zona. El día es claro y muy soleado, pronto empieza a sobrarnos ropa.

Cruzando el río, imagen típica.

Llegamos rápido a Dos Hermanas, zona que conozco bien, pues me he criado por allí, donde paramos a desayunar y aprovecho para cambiar las pilas al navegador. Me quedo sin pilas de repuesto. Allí llenamos el depósito y salimos con alegría por pistas bastante rectas y con nula aparición de otros vehículos. Vamos a buen ritmo por esas rectas de la llanura que separa esta ciudad de Utrera y Los Palacios. 
Cambiamos de pistas, cogemos diferentes carriles, nos encontramos algún pequeño obstáculo que salvamos hábil y rápidamente con la facilidad que nos proporcionan nuestras monturas. Van pasando los minutos, las horas, y llegamos a alguna parte entre Espera y Bornos. Ya estamos en la provincia de Cádiz, y una ciudad romana de nombre "Carissa Aurelia" bien merece una parada a descansar y tirar alguna instantánea. 



Pocos restos, y descuidados, en medio de un desolador paisaje. Una antigua calzada romana nos lleva hacia arriba. Un centro de visitantes queda unas decenas de metros más abajo, totalmente abandonado después de la millonaria inversión que en su día se debió realizar allí. Vergonzoso.



Las KTM están en su salsa, y nosotros también. Hemos llegado hasta aquí sin incidentes, pero lo bueno está por llegar...



Tras toda subida viene una bajada, ¡¡¡y qué bajada!!!
No podía imaginar lo que se avecinaba, toda una trialera propia del Campeonato del Mundo de Descenso de Mountain Bike. Grandes escalones de piedra nos acechaban, con piedras sueltas de diferentes tamaños que hacían que la estabilidad de nuestras monturas anduviera al límite. A la izquierda, una caída de algunos metros, a la derecha una pared insalvable o unas lajas asesinas, o una zanja...
Yo abro camino, pero pronto dejo atrás a Perico, que lucha desesperado y sudoroso con los kilos de su moto. Me dejo caer dejando correr a la moto en segunda velocidad, intentando no tocar el freno delantero. Son muchos años de bici de montaña, y entre mi técnica aprendida en años de porrazos por la sierra, y las buenas suspensiones de la 690, voy como flotando sobre esa trampa hostil.
Paro a esperar a Perico a mitad de la bajada, y va llegando como puede, despacio, el ventilador de la moto encendido, los goterones de sudor empapando el casco...
Finalmente llegamos abajo del todo. Buff, respiramos, pero pronto nos olvidamos del ratito. Una equivocación al seguir el track, nos pasamos una puerta, y de repente nos encontramos campo a través subiendo por un sitio complicado entre acebuches y flora salvaje, un terreno muy empinado y con faltas de tracción aquí y allá. Me caigo hacia el lado por no hacer pie, y ruedo un poco colina abajo entre risas. Al rato le pasa lo mismo a Perico, y un par de veces más caigo yo, cae él. La cosa tiene miga. Pronto comprendemos que el track va por una pista al otro lado de una valla que nos separa de ella, y hay que volver atrás. Tenemos que desandar lo avanzado, horror. Hay que bajar lo que acabamos de subir con tanto esfuerzo. El sudor empapa nuestras ropas y paramos a quitarnos capas y capas de ropa. Caemos en la cuenta de que no llevamos agua y, claro, nos entra más sed al saber esto.
Bueno, finalmente desandamos un poco nuestro camino y hallamos una puerta para acceder al lado bueno. Gran alegría después de un rato sufriendo nuestra pérdida, pero soy consciente de que hemos perdido un tiempo precioso y unas energías importantes. Para colmo, unos minutos más tarde, el track trazado se ve interrumpido por la desaparición del camino que llevábamos, fruto de haber maquinado el terreno para cultivar, o de alguna riada, o vaya usted a saber. El caso es que después de pasar un buen rato a pie andando de aquí para allá, Perico rebusca en su móvil y halla una pista que corre cercana y que, en última instancia, vuelve a retomar el track más adelante. Bien, problema solucionado.

Vemos que la aventura se encuentra en nosotros, nos acompaña. Hace horas que no vemos un alma, sólo desolación, campos en barbecho, una bandada de buitres que nos sobrevoló trazando círculos en el momento en que estábamos más agotados y perdidos (verídico, parece que estos bicho olieran la desesperación y el agotamiento), caminos que se pierden, parajes absolutamente desiertos...

Aún así hemos tenido mucha suerte de no sufrir averías mecánicas ni daños en las diversas caídas. Mejor no pensar en eso.

Llegamos a Arcos de la Frontera sobre las 16:00 sin haber almorzado, y aún nos queda mucho por recorrer, al menos 100 ó 120 km de pistas desconocidas. El Sol va bajando. Hemos parado en un bar a tomar cocacola, aquarios y una botella de agua. Nos reponemos un poco y ya son las 16:30. Por carretera nos separan unos 100 km de nuestro objetivo, y finalmente (y creo que hicimos lo mejor) decidimos tirar por lo negro para no encontrarnos de noche por el campo.

Arcos, Paterna, Medina Sidonia, Vejer, y finalmente llegamos a Casa de Porro, junto a Valdevaqueros, donde paramos para hacer un almuerzo-merienda-cena, todo en uno, en la magnífica Pizzería La Tribu de la Playa:




Nos sabe a gloria una ensalada magnífica y muy completa, y una pizza generosa para cada uno. Yo lo acabo todo, estoy pletórico y feliz, entusiasmado. Perico no puede con la suyo y deja un par de porciones so pena de reventar la caldera...
Totalmente oscurecido recorremos los siete y ocho km que nos separan de nuestro destino final, y nos aposentamos en un hostal que nos ha dejado una grata impresión.
Un rato de descanso, la merecida ducha recomponedora, un poco de revisión de mensajes y noticias del día, y decidimos salir a dar una vuelta por Tarifa la nuit.
Para el que no haya estado nunca allí, decir que esta pequeña ciudad tiene un casco antiguo intra muros, y esto es lo primero que uno ve atravesando la Puerta de Jerez, que es la entrada al interior de ese conjunto de callejas estrechas, todas en cuesta y empedradas:

Un Cristo impúdico recién bautizado.
Pintura curiosa, sin duda, siempre me ha llamado la atención por sus numerosos detalles y sus incongruencias. Tarifa es un lugar peculiar, no cabe duda.
Nos encontramos poco ambiente, estamos en noviembre y hace algo de frío, es temporada baja aquí hasta que llegue marzo por lo menos.
Paseamos sin rumbo, divirtiéndonos con nuestros comentarios sobre el viaje y criticando los numerosos locales nocturnos. Decidimos parar a tomar un digestivo para ayudar a bajar la pizza, y nos aposentamos en la Plaza Hiscia, junto a una cocktelería donde Perico tomó unos mojitos espectaculares aprovechando la hora feliz, y yo, más clásico en este aspecto, regué el gaznate con un par de gintonics en copa de balón:




Nos vamos animando, y parece que los líquidos espirituosos han hecho su efecto. Llevo a mi amigo a conocer Ancá Curro, y allí saberamos una de las mejores carnes de nuestra vida:

Solomillo ibérico ligeramente adobado y semiasado. No hay palabras.
Nos vamos felices a la cama. Ha sido un día de sensaciones y dormimos satisfechos y muy cómodamente.

El domingo amanecemos con el alba, desayunamos en el bar de al lado, y pronto nos ponemos en camino. Repostamos nuestros depósitos a las afueras, con el océano muy cerca, y podemos ver Africa:

Africa, tan cerca, tan lejos.
La vuelta será por carretera, todo lo posible por vías secundarias. Tomamos dirección Oeste, hacia Zahara de los Atunes, Barbate (donde hacemos parada para adquirir productos atuneros), Caños de Meca:

Jamás había estado en un día tan calmo. El faro se reflejaba en el agua, que era una piscina de tonos turquesas y verdes.
Seguimos dirección Norte, y me doy cuenta de que se han agotado las pilas del GPS. No podremos hacer las carreterillas más reviradas y perdidas, nos ceñimos a lo conocido, al menos hasta que encuentre pilas de recambio en alguna gasolinera, cosa que no logro.

Al pasar por Paterna giramos en dirección Alcalá de los Gazules, Perico me quiere enseñar la localización de una finca perteneciente a su familia, y con sorpresa descubrimos que el track que abandonamos ayer pasa justo por ella. Aprovechamos para hacer alguna positivación electrónica de nuestro paso por ese paisaje:



En Arcos tomamos una cerveza, ya es mediodía. Antes hemos parado cerca de Medina Sidonia para dejar prueba inmortalizada de que estuve aquí:



El resto no tiene mucha miga: pasamos por pequeños pueblos hasta llegar a Coria de nuevo, donde almorzamos, y después de reparar Perico la toma de corriente de su moto, seguimos el track por una vía nueva para nosotros, una pista bellísima que une Hinojos con La Palma del Condado, en la que disfrutamos mucho, rodeados de vegetación, con el sol bajando, y sabedores de que estamos ya cerca del fin de nuestro viaje.
Finalmente nos separamos en Niebla y llego en soledad hasta mi Huelva de mi alma.

Son muchas enseñanzas las que este viaje me ha procurado, nos ha hecho sin duda más fuertes y sabios, más valientes, y más hábiles. Llevo varias lecciones aprendidas, y contentísimo y agotado, ya estoy pensando en el próximo viaje... pero esa es otra historia.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Cita:

Hoy, por ser viernes, me permito algo de humor. 


jueves, 9 de noviembre de 2017

Bike industry leaks

Un ex ingeniero filtra cómo funciona el márketing de la industria de la bicicleta. La explicación a toda esta incontrolable espiral de nuevas medidas y estándares en las bicicletas de montaña. La situación se ha vuelto tan loca que decidí no comprar más material nuevo. Esa decisión tuvo lugar en 2012, cuando compré mi increíble Cannondale Scalpel, la última de la era de las 26 pulgadas.
Cualquier tontito a la última, al verla hoy, diría que es obsoleta. Yo me río interiormente, incluso en su cara a carcajada tremenda. Ellos me señalan diciendo "ahí va el loco ese".

He aquí la revelación del ex ingeniero, que fue a un programa de televisión a decir toda la verdad y nada más que la verdad:


miércoles, 8 de noviembre de 2017

Puerta al verano

No, no les hablaré de una nueva experiencia cometera o motera, a pesar del título de esta entrada, descuiden.

Haré referencia, en cambio, a Robert Heinlein, uno de los grandes de la sci-fi. Recuerdo con alegría el impacto que causó en mí la lectura de su "Tropas del espacio" (Starship Troopers) siendo yo apenas un adolescente. No obstante, le perdí la pista, y no ha sido hasta muchos años más tarde que he leído varias de sus más famosas novelas, que he ido reseñando por este modestísimo bloc, a modo de cuaderno de bitácora o diario lector, sin más pretensiones que plasmar las sensaciones que me causaron.

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En el año 1957, Heinlein nos regala esta magnífica obra, que he descubierto en mi reciente afición a la literatura de viajes en el tiempo, un tema curioso no ya desde el punto de vista técnico o físico, que lo es, sino que es su intrincada revolución filosófica lo que más me atrae.

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La acción se sitúa entre 1970 y 2001. El protagonista es Dan, un ingeniero especializado en robótica, que forma una empresa con su amigo Miles, dedicada a la construcción de robots domésticos que ayuden a las mujeres en sus labores. Sí, ya, ¿un poco misógino? Recuerden que se escribió en 1957, y las cosas eran un poco diferentes entonces. No obstante, el detalle importa poco para la acción que se desarrolla. Una eficiente secretaria, Belle, les ayuda con su inestimable trabajo, y llega a prometerse en matrimonio con Dan, quien está enamorado de ella. Pero la cosa se lía, y Dan es traicionado por sus socios. Huyendo de la situación en que se encuentra, decide "congelarse" treinta años, y despierta en una California que le encanta, en un tiempo mejor bajo su punto de vista... en el que no puede llevar a cabo una venganza como es debido. Le surge la posibilidad de volver atrás en un viaje a través del tiempo, cosa que hace con el objetivo de solucionar todos los problemas y desatinos que han ido ocurriendo en esos treinta años.

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El libro es muy entretenido, recomendable para todos los públicos, y tiene (como toda la obra de Heinlein) grandes dosis de humor, diálogos irrepetibles, imaginación, y un desarrollo que hace que quieras leerlo del tirón.
Por algo es un grande.

Viva Heinlein!!

martes, 7 de noviembre de 2017

Maravilla Social Club

Con este peculiar apelativo podemos encontrar un local en la calle del mismo nombre, zona de La Macarena, en Sevilla.
Unos emprendedores jóvenes (sí, los cuarentones también pueden serlo), se animaron a montar este pequeño restaurante, que abre desde por la mañana para servir desayunos, hasta poner la cena a quien se pase por allí, dentro de una carta presidida por elementos de fusión con clara influencia de la cocina peruana, sin dejar de lado los productos típicos de la tierra.
Dispone de unas mesas en el exterior también. 
Fui con el limitador de velocidad y una pareja amiga, y nos acomodamos en una de sus mesas con diseño retro, o es que simplemente las han adquirido en un anticuario o en RETTO, no lo sé. Las sillas, a pesar de su aspecto escolar, no me resultaron incómodas del todo.
La decoración del local sigue la misma línea de hacer parecer que las cosas son viejas, cuando no lo son en realidad. No resulta desagradable, pero sí me parece que se ha seguido una corriente del mainstream imperante que, opino, era obviable y deseable su olvido. Eso de usar adrede objetos que parecen clásicos pero que no lo son (por haber sido fabricados ayer), como todo el cableado eléctrico, es un viejo truco que ya me sé: se matan dos pájaros de un tiro, primero por dar esa estética buscada, y segundo por ahorrarse la farragosa obra de esconder la instalación, algo mucho más caro y delicado a la hora de reparar averías. Bueno, a este respecto habrá muchas opiniones, pero un ingeniero me enseñó hace mucho tiempo que sólo hay dos formas de hacer las cosas: bien y mal. Y apuesto un cojón y parte del otro a que los socios de este negocio tienen las paredes de sus viviendas perfectamente impolutas de cables, cajas de registro y demás.
Volvamos a lo que más importa en un restaurante, la comida. Regado con un vino tinto muy agradable, tomamos cuatro raciones o platos para compartir: una ensalada tibia con langostinos y otras cosas; un arroz negro con alioli y romescu; carpaccio de atún con una salsa a base de un producto picante de origen sudamericano; y presa ibérica que era como un tataki (por lo poco hecha, cocinada así adrede, no crean) con un aroma especial. De postre, una selección de tres tartas: limón y merengue, queso, y chocolate. 
Sinceramente, no lo esperaba: me gustó todo muchísimo. Llevaba meses, incluso un año, demorando mi visita a este sitio, y ahora me arrepiento por no haberlo hecho antes, aunque es comprensible porque vivo a cien kilómetros y se da la circunstancia, además, de la principal y quizá única pega del Maravilla: la ausencia de lugares disponibles para depositar el medio de transporte. 
El aparcamiento público de Escuelas Pías (que es horrible en su distribución y tamaño de plazas) estaba completo, así como otro al que fuimos, uno cerca de la Plaza de la Encarnación, que al encontrármelo también ocupado me obligó a circular con mi vehículo particular por calles destinadas sólo a servicio público. Circular por el centro de la ciudad es una locura, si no imposible para el ciudadano medio. Desplazarse por Sevilla, da igual la hora o el día, es una odisea, aparcar es un acto de fe o una lotería.

No me gusta hablar del precio, pero tengo que hacerlo, porque me resultó grato pagar alrededor de 65 € por una cena para cuatro personas que no estuvo nada mal, ni en cantidad ni en calidad, con vino y postres.




Detalle nefasto: un par de picaplastas de nata en el plato de los postres. Por favor, esas catetadas están fuera de lugar en un restaurante digno de ese nombre en el siglo XXI, aunque pensándolo bien, quizá lo hagan adrede, como lo de la decoración a base de cosas que no son viejas pero lo parecen.



La atención del personal fue perfecta, siempre una sonrisa y muy amables. Los tiempos de espera más que correctos, cosa en la que falla el 90% de los lugares para comer. El sitio, salvo lo indicado sobre el aparcamiento, es ideal para este tipo de negocio. Llegar allí exige siempre un paseo por estrechas y antiguas calles de un barrio histórico sevillano, pasando por placetas, iglesias y esas cosas que uno espera ver en Sevilla.

Totalmente recomendable.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

En el surf inesperado

Son los mejores, los que no te esperas. La falta de expectativa desemboca, irremediablemente, en un osanna pro Neptuno y Eolo.

Sí esperábamos la llegada de una pequeña borrasca, por fin, sobre nuestra tierra, cosa que se ha hecho bastante de rogar. Nos tocaría de refilón, y quizá sin lluvia, pero sí algo de viento. 

En estos casos, las previsiones son bastante erráticas y hay que cogerlas con pinzas, porque las tormentas se suelen adelantar o retrasar, y su duración y fuerza varían hasta punto insospechado. Éste ha sido el caso, pues ha tardado más horas de la cuenta en hacer acto de presencia en un miércoles festivo por ser el día de los difuntos, Halloween en el mundo anglosajón (y aquí también ya, sigh). 
Un día anómalamente soleado y caluroso para ser 1 de noviembre, cosa que ya no nos coge desprevenidos.
Después de una cerveza a mediodía con Manu y Julio en el chiringuito Camarón, Punta Umbría, finalmente decido volver a casa para almorzar tranquilamente. sobre las cinco de la tarde me avisan de que por fin el aire comienza a moverse agradablemente, por lo que enfilo veloz de nuevo, esta vez directamente al chiringuito Matías, en una playa virgen espectacular. La marea está bajando, y el viento arrecia, presentándose perfecto para mi 12 metros. 
Localizamos una zona de bajos donde se forman olas ordenadas de tamaño contenido, y pasamos una tarde magnífica surfeando. No lo esperaba. Yo no contaba con tener ese paraíso del surfkite para Julio y para mí, a nuestras anchas. Luiky se pasaba por allí, pero aferrado a su twintip, es muy de la vieja escuela.
La puesta del sol me expulsó del mar una vez más, parece ser la tónica de estas navegadas no estivales, y ahora más desde el cambio de hora.

El amigo José Carpio nos regaló esta congelación del tiempo positivada electrónica a través de su celular:

Localización: Canaleta