martes, 31 de octubre de 2017

Estación Hawksbill

Maravillado me he quedado con la lectura de esta novela de ciencia ficción de Robert Silverberg, publicada en 1967.
La vieja escuela es siempre reconfortante, demostrando una y otra vez que no hace falta una trilogía para enganchar con una buena historia, sucedida por otra trilogía posterior, y aumentado todo ello con una trilogía a modo de precuela.
Muy al contrario, Silverberg, cuya obra es interesante y más extensa de lo que pudiera parecer según he podido investigar, nos deleita con esta obra basada en un par de presupuestos que no son nuevos per se, pero que juntos me han transportado a un universo de placer lector.

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Se narra la vida de Jim Barrett, un joven adolescente que pasa a formar parte de un grupo revolucionario político afín a la izquierda, como consecuencia de su amistad con Jack Berstein, motivado por la posibilidad de ligar con chicas revolucionarias. Pero la cosa se termina liando más allá, y poco a poco llega a ser un personaje importante en el organigrama, en el seno de un intento (que parece que nunca llega a materializarse) de derrocar a un gobierno totalitario.
Este presupuesto político iluminará toda la novela, y es la base y condición de la existencia de la estación Hawksbill: unas instalaciones situadas a mil millones de años de distancia hacia el pasado, en pleno periodo Cámbrico, a donde son enviados los presos políticos a modo de cadena perpetua. Allí se encuentran con un planeta muy distinto al que conocemos hoy día, absolutamente desolador, en el que no hay vida terrestre, apenas unos musgos o líquenes al borde un mar plagado de crustáceos primitivos. No hay vida vegetal, ni montañas, ni ríos... sólo dura roca plana. La vida allí es monótona, y muchos caen en la locura, la depresión, el suicidio. Barrett se erige como director principal de la estación, desde la que no hay posibilidad de volver al presente. Una condena terrible, sin duda.

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La novela va del presente al pasado (¿o era al futuro?) a modo de flashbacks, contando a ratos la vida en la estación Hawksbill, y a ratos la trayectoria política de resistencia del grupo, sus relaciones amorosas y de amistad, etc.

Muy entretenida, bien escrita, bien configuradas las caracterizaciones de los personajes, maravillosamente planteada y resuelta. Se me ha revelado un autor muy a tener en cuenta, no cabe duda, y les animo encarecidamente a que pasen un par de tardes leyendo este fantástico libro.

jueves, 26 de octubre de 2017

cita:

“The adult public’s taste is not necessarily ready to accept the logical solutions to their requirements if the solution implies too vast a departure from what they have been conditioned into accepting as the norm.”

La cita es de Raymond Loewy, creador del principio MAYA (Most Advanced Yet Acceptable), que esencialmente reza así: 
"El gusto del público adulto no está necesariamente preparado para aceptar las soluciones lógicas a sus requerimientos si la solución implica separarse demasiado de aquello para lo que han sido condicionados como aceptable por norma."


Es la explicación del fracaso de ciertos diseños que no cuajaron en su momento, pero años más tarde resultan haber derivado en verdaderas obras maestras y se configuran como de plena actualidad.



Información sacada de este interesante artículo: ¿Qué mató a la 999?

Motos que me quitaron el sueño: Honda RVF750R

También conocida como la RC45, fue fabricada por Honda en 1994 y poco tiempo después, hasta alcanzar las unidades preceptivas que la pudieran homologar para participar en el Campeonato del Mundo de Superbikes, así como en las carreras de resistencia (que fue donde más destacó.
En 1997, a manos de John Kocinski, ganó el mundial de WSBK, bajo los colores de Castrol, en una inconfundible librea blanca, verde y roja, muy característica.



Esta impresionante máquina, fruto que surgió de la evolución de su antecesora RC30 (1988 a 1990), fue la respuesta de Honda para contraatacar a la 916 de Ducati. Los tiempos cambian, y una batería de carburadores es una solución obsoleta frente a la avanzada inyección electrónica de sus rivales. Por ello, se tuvo que cambiar el sistema de alimentación, y muchos otros detalles mecánicos tendentes a adquirir mayor potencia (con la instalación del preceptivo kit de carreras que te vendía la propia marca y que costaba aún más que la propia moto, que de serie rendía casi 120 cv, insuficientes para luchar de tú a tú contra una moto más ligera y rápida), tantas cosas que apenas comparten nada. Eso sí, seguían los japoneses en sus trece de usar la rueda delantera de 16 pulgadas. Típicas cabezonerías de Honda, pero era ese un mal menor, sin duda.

La moto es muy bella, y sigue las líneas de aquella a la que sustituye, quizá afilando certeramente los ángulos principales del frontal y colín. Con los típicos colores de guerra, su atractivo se incrementa.
Sin duda, una moto realmente especial... tanto, tanto, que nunca he visto una. Lógico, por otra parte, pues se fabricó con el único objetivo de competir.

Pero eso no quita que uno soñara con ella, y dejara pringadas de baba las páginas del Motociclismo cada vez que la veía.

El verano interminable

Aunque la mañana amaneció bastante fresca, y en el indicador del cuadro de mandos del coche llegué a vislumbrar 13º C, todo fue un espejismo matutino: a mediodía en mi adorado Cabo de Trafalgar se disfrutaba de casi 30º y el Sol picaba de lo lindo sobre nuestras pieles desnudas cuando nos quitábamos parcialmente el neopreno mientras apreciábamos el frescor de un tercio de Cruzcampo en el chiringuito Las Dunas.

Un miércoles cualquiera, a finales de octubre, puede deparar sorpresas y emociones inesperadas. La expedición formada por mi persona, Julio, el maestro Lolo, y el aprendiz Juan, se completó con la aparición postrera de Francho y Luis Garrido acompañado de sus inseparables labradores negros. 
Pero no estábamos solos:

Vista parcial de la playa
Mucha gente, muchísima para una fecha tan poco señalada en el calendario. La mayoría eran extranjeros, mayormente alemanes. Los pocos kiteros habituales (sí, quiero considerarme uno de ellos, quizá peco de arrogancia) nos concentramos lo más a la izquierda posible, en plenos apartamentos. El viento muy asurado facilitaba esta labor de posicionarse en la zona en la que se originan las olas más grandes y mejor formadas del lugar, y pudimos disfrutar de una sesión que tardaré mucho en olvidar.
El centaurismo cometero es una sensación muy agradable, notamos que evolucionamos, que salen las cosas, y que la confianza en nuestras posibilidades y habilidad ha echado raíces.
Un día para recordar, que por supuesto pudimos rematar como es debido con una impresionante hamburguesa de retinto de la zona y los preceptivos botellines:



Deseando repetir la experiencia, sé que más pronto que tarde sucederá. Me siento muy libre ahí, en medio del mar, con la compañía de dos elementos tan fantásticos como el viento y el agua, cambiantes, adaptándome, feliz.

martes, 24 de octubre de 2017

Motos que me quitaron el sueño: Bimota DB4

Corrían los años correspondientes a los finales de los 90. Y ya me gustaban las Ducati. Pero si había algo más exclusivo y bello incluso, eso sólo podía ser una Bimota.
Esta pequeña empresa que surgió para fabricar aparatos de aire acondicionado y que terminó haciendo las motos más increíbles, tenía un pequeño representante que vendía sus productos en Sevilla, en el barrio de Los Remedios, en una callejuela un poco perdida, cerca del Colegio Santa Ana, donde yo me acercaba para visitar a una chica.
Pero ahora no recuerdo bien si babeaba más con la adolescente o con la motocicleta:


Fueron innumerables las ocasiones en que me quedé absorto frente al escaparate de I+D, que así se llamaba el diminuto concesionario en el que también vendían Triumph, creo recordar. Esta moto era una vuelta de tuerca sobre la Ducati SS900: más ligera, un poco más potente, pero sobre todo con un aire más fresco y moderno.



De ella se fabricaron sólo 264 unidades para indudablemente 264 afortunados que pudieron pagarla en su día, y eso que ésta fue una de las Bimota menos caras. 

Con una distancia entre ejes de 1370 mm, 800 mm de altura de asiento y unos ridículos 165 kg de peso, esta moto es más corta, baja y ligera que una Yamaha R6. A pesar de tener unos árboles de levas fabricados por Bimota expresamente, y un escape un poco más libre que el original de las SS, su potencia declarada es idéntica a la de la boloñesa de la que deriva, pero decían los probadores que respiraba mejor... ummmmmm, no sabría decir si es un efecto placebo por el sonido más elevado, el menor peso, o el logo pintado sobre el depósito. De todos modos, la cifra de potencia máxima es lo que menos importa en una moto así.

Su carácter, su atractivo diseño, sus raíces. 

No la volví a ver después de que I+D dejara de vender la marca. De hecho, nunca he visto una Bimota en la calle...

Pero poder conducir una DB4 sería como un canto de cisne para mí, incluso hoy. 

He aquí el hombre

Adentrándome en la lectura de obras dedicadas a viajes en el tiempo, me encontré con el señor Michael Moorcok, que en 1966 publicó "Behold the man", traducido al castellano como "He aquí el hombre". Ganó el Nebula el año siguiente.

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Karl Glogauer, un neurótico sujeto educado en el cristianismo por una madre solitaria, con serios problemas para relacionarse con sus semejantes, que intenta encontrar consuelo y sentido en la religión, el esoterismo, y finalmente en las tesis de Jung, conoce a un científico que le propone la posibilidad de viajar en el tiempo. Acepta finalmente, pero exige ser llevado al justo antes de la llegada de Jesucristo a Jerusalem. Quiere comprobar por sí mismo la veracidad de los hechos y conocer personalmente al Mesías. Pero una vez allí se encuentra con que las cosas no son como él creía...
No debo desvelar más. Sólo que alterna pasajes de su estancia en el pasado, con flashbacks de su vida que ayudan a comprender su sicología, sus traumas, sus neuras y fijaciones.

La novela se hace bastante entretenida, pero hay que tener en cuenta que el autor pertenece a la nueva ola inglesa, anarquista, un destroyer antisistema literario, y hay que estar preparado para lo que uno va a encontrar.

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Recomendable, diferente, provocadora. Y bien escrita, que no es poco.

domingo, 22 de octubre de 2017

Una mirada a la oscuridad (y II)

Hace bastante ya hablé de esta terrible novela de Philip K. Dick. No es necesario volver a presentar al legendario, al único, al grandemente magnífico Dick, de cuyas letras y talento salieron tantísimas obras maestras de la literatura de ficción, cargadas de contenido filosófico.
Pocos autores literarios se han cuestionado la realidad tanto como él lo hizo, fruto, sin duda, de sus propias experiencias con las drogas.

A Scanner Darkly, su título en el inglés original, ya fue leído por mí, y comentado en este mismo sitio. Ahora he visto la película, una fiel adaptación cinematográfica (una más entre la multitud de exitosos filmes que se inspiraron en su obra) protagonizada por un elenco de buenos actores, y con una postproducción en un formato inédito que le da la apariencia de ser un cómic.

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Keanu Reeves da vida a un agente encubierto que hace su trabajo en una sociedad no sé si llamarla futura o alternativa. Investiga a una serie de sujetos que viven en los suburbios, tratando de averiguar el origen de una droga que se ha extendido como una plaga dominándolo todo, la sustancia D.
Él mismo, para integrarse en esos ambientes, llega a convertirse en un adicto, con consecuencias fatales, pero no todo es lo que parece, y hay otros personajes que también llevan una doble vida...

La película, como el libro, tiene pasajes absolutamente surrealistas, y en otros momentos se vuelve triste, tanto que dan ganas de llorar, sobre todo al final, en el que, por supuesto, nos llevamos nuevas sorpresas con giro sobre giro del argumento.

Les pongo ahora algunos fotogramas:

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Con Winona Ryder en un Miata

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Buena pareja: Keanu junto a Harrelson
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Robert Downey Jr.
En fin, quizá la mejor adaptación de una de sus novelas a la gran pantalla, muy desconocida por el gran público, sobre todo por aquí ya que no se llegó a doblar al castellano. No obstante no es difícil encontrar una versión subtitulada online con un simple uso del gúguel.

viernes, 20 de octubre de 2017

Motos que me quitaron el sueño: ZX7R

Inicio hoy una serie de entradas dedicadas a comentar mis sentimientos acerca de máquinas que hace muchos años provocaron la inquietud de mi ser, ejemplares entonces inalcanzables para mí, objetos del deseo febril y también pueril en cierto modo.
Es bonito tener sueños, y además es gratis (siempre que la cosa no desemboque en una obsesión enfermiza, supongo, y acabe influyendo en tu modo de vida o comportamiento social), y en mi caso alimenta y ayuda a mis ganas de vivir nuevas experiencias. Todo suma, de todo se puede aprender, y hoy miro con nostalgia fotos de aquellas hermosas motocicletas que ahora pueden considerarse totalmente obsoletas pero que, sin duda, al menos para mí siguen teniendo un aura de objeto especial, casi mágico. Pero sin perder de vista eso, que sólo son objetos, cosas casi fungibles, y que no deben pasar al plano de lo inmaterial que realmente es lo que llena mi espíritu, karma, aura, o llámenlo equis.

Para ello, comenzaré hablándoles, y no por ningún motivo en especial elijo ésta, de la Kawasaki ZX7R:



Fabricada entre los años 1996 y 2003, esta belleza de 750 cc y 120 cv a 11.700 rpm, fue para mí la más hermosa creación nipona de la categoría de las superbikes. Con un peso en seco de 203 kg, superaba ampliamente los 220 kg en orden de marcha.
No era especialmente potente, ni tampoco ligera. Pero era suficientemente potente, y no excesivamente pesada. Esto quiere decir que "todo depende". Aunque los fríos números no la ponían en una posición aventajada frente a la competencia, y cercana la hora de la desaparición de esa cilindrada en el Campeonato del Mundo de Superbikes en favor de los 1.000 cc, esta moto tenía algo muy poderoso, que es la imagen de deportividad, de radical deportividad, que nunca fueron capaces de transmitir sus más directas rivales. Una postura extrema, el sillín del pasajero en la tercera o cuarta planta, la suspensión trasera de características pétreas, una dirección bastante dura de mover, y un motor que gustaba de girar muy arriba, eran todas ellas características que, sumadas todas, hicieron que ésta fuera una moto para hombres, y para hombres duros.
Por ello, por estos lares no se vendió mucho, la vi poco en la calle, y siempre que lo hacía no podía evitar quedarme boquiabierto y ojiplático, como pequeño infante ante el escaparate de una tienda de juguetes.
A su lado, todo lo demás palidecía, carecía de interés, perdía el sentido.
Esta Ninja ha sido seguramente la moto deportiva más bella jamás hecha por Kawa, y para mí siempre será muy especial.

sábado, 14 de octubre de 2017

Río Tinto

Con una modelo como ésta, y un fondo como aquél, salen cosas guays. Una pena que el gayfón4 tenga lo que viene siendo un mojón de cámara. Quizá para los estándares de 2011 no estaba mal... pero hoy día no es aceptable.



Mi muy adorada máquina italiana me ha otorgado otra mañana de gloria. El enamoramiento sigue, la química aumenta, las sensaciones se multiplican. 

Río Tinto a su paso por Sotiel Coronada.

viernes, 13 de octubre de 2017

Jamón jamón.

El puente del 12 de octubre acaba para mí el mismo día 12, pues mañana viernes tengo que ir a la oficina. Bueno, no siempre voy a aprovechar las circunstancias. Esas cosas forman parte de la vida, y nos ayudan a valorar más el privilegio que tenemos cuando sí podemos disfrutarlas. 
No me quejo, eh, no se confundan. Como cogí el miércoles de vacaciones y lo aproveché bien, y hoy por la mañana me he escapado a la sierra, es como si hubiera tenido mi minipuente particular.

Un día más propio del verano que de octubre, con 32º C a mi vuelta a Huelva, me hizo salir temprano. Bueno, temprano para ser un día festivo, claro. 
A las 9 estaba en ruta. Con cosas en la cabeza que impedían mi total concentración en la conducción, decidí dejar para mejor ocasión una ruta de investigación a la llevo días dando vueltas. Opté en su lugar por subir por la sempiterna opción de la N-435 hasta Santa Ana, donde repuse energías con un delicioso café y una tostada que quitó el hipo.

Esta era la planta de la rubia en el párking de la Venta del Cruce:


Y ésta la del desayuno, espectacular jamón extraído en finas lonchas de la negra pata de un ejemplar de la cercana Jabugo:

Espectacular es poco.

Sólo por disfrutar de esa tostada merece la pena hacer 100 km. Pero es que si además lo hago a lomos de esa afinada máquina italiana, el proceso se convierte en un placer de principio a fin. 
La vuelta por la carretera de Berrocal me pasó factura, cansadas las piernas y la espalda por la surfeada a cometa del día anterior, pero fui de menos a más. Como corresponde a día festivo, hube de esquivar a muchos ciclistas y coches lentos con conductores poco hábiles a sus mandos.

Ah, la falta de pericia, esa lacra habitual de nuestras carreteras...

La Ducati me quita el sueño. Cada día que la conduzco es mejor que el anterior. Esa moto enamora, y llego a pensar que las sensaciones son diferente, mejores, que las que tuve en su día con mi 999. Era aquélla una máquina dotada de más potencia, quizá más presencia con su color rojo, e inevitablemente una novedad repleta de máxima tecnología de la época, año 2003.
Pero la 749, aún teniendo el mismo chasis y medidas, así como vestimenta idéntica, se siente una moto diferente. No me atrevería a decir muy diferente, pero sí distinta. Es más ágil, el motor se siente más suelto, aunque obviamente no tiene los medios demoledores de su hermana mayor. 
Menos cilindrada significa menos peso en el tren alternativo, un cigüeñal también más liviano, lo que implica menos inercias y un momento de par reducido que permite a la moto cambiar más fácilmente de dirección. Igualmente, aunque es menos potente la 749 (108 contra 124 cv), sube de vueltas con más facilidad, más brío, se hace como algo divertido y juguetón. Ese carácter de juguete no lo tenía la 999, que era una moto más seria, capaz de descabalgarte en mitad de la curva si te pasabas con el gas. En cambio, con la 749, cada vez abro más y más tumbado, más cerca del ápice, y no para de traccionar sin dar el más mínimo síntoma de derrape o inestabilidad. 
Es cierto que la llevo a medio régimen, muy por debajo de lo que el motor permite, y en ese rango de rpm se vuelve una moto dócil y dulce, amable, ronroneante y hasta cariñosa, si se me permite la humanización de la máquina. 
Ojo, que cuando pasa de unas 8.000 rpm sale una bestia a relucir. Ese motor respira muy bien arriba del todo, hasta el corte recién pasadas las 11.000 rpm, pero me duele castigar de ese modo un bicilíndrico en la calle. Lo bonito de estos motores es aprovechar su empuje y par a punta de gas, peinando el acelerador, jugar con la retención sin tocar los frenos. A eso se le llamaba antes "ducatear", un concepto perdido con las últimas hornadas de superdeportivas italianas, que han entrado en la guerra particular que siempre han tenido las japonesas en busca de potencia máxima y velocidad estratosférica, perdiendo la perspectiva de lo que se necesita para la calle, la carretera, creando verdaderos monstruos para uso exclusivo en pista...
Pero esa es otra historia de la que no quiero hablar ahora.

Sigo ducateando, sigo disfrutando en libertad. Y cada día que la uso estoy más convencido de que acerté de pleno.

Una escapada atípica

Se acabó el verano, y con él, el viento se fue.
Sequía importante, motivada por este clima anticiclónico que nos ha invadido de forma pertinaz. Las semanas transcurren sin que se cuele ese elemento atmosférico que nos permite disfrutar de nuestro deporte-arte favorito, y me veo obligado a emigrar en busca de condiciones propicias. Ya saben aquello de si Mahoma no va a la montaña...

Así que tras un par de infructuosos intentos que no cuajaron por motivos de agenda, o ausencia de acompañantes, por fin este miércoles me he liado la manta y me embarqué rumbo a Caños de Meca, uno de mis habituales spots de invierno. El limitador de velocidad me acompañó en esta pequeña aventura.

El pronóstico era medio bueno, con vientos estimados entre 19 y 25 nudos, cosa que se materializó a partir de las 12 del mediodia. Un Sol brillante nos acompañó, con temperaturas más propias de mayo o junio que de mediados de octubre, y ella estuvo maravillosamente sentada en su silla de playa leyendo su tablet y hablando por el celular, mientras yo me batía el cobre disfrutando de un asurado Levante, bastante constante y con la intensidad perfecta para mi 9 metros. 

Antes de meterme en el agua, y mientras esperaba a que el viento hiciera su aparición, dimos un paseo hasta el faro del Cabo de Trafalgar, que nos regala unas vistas agradables y paisajes bastante fotografiables. A ella le encantó. A mí también.

En la carreterilla que sube hasta el faro, con Caños al fondo.

Como siempre, tras una buena navegada no puede faltar la pertinente cerveza para reponer sales e hidratarse, la bebida ideal y recomendada:






Quisimos almorzar en un magnífico restaurante local llamado Castillejos, pero estaba cerrado por fin de temporada. Una pena, pues yo ya lo conozco y quería sorprender al limitador. Tras otro fiasco en otro restaurante de la localidad, que no sirve comidas los miércoles, le hice un par de tomas a mi acompañante, y nos dirigimos a Barbate, que está a cinco minutos.



Guardo gratísimos recuerdos del restuarnte El Campero, donde he tenido el placer y la dicha de flipar con sus platos, y una vez llegué a llorar, verídico, de la emoción, tras probar un plato. Jamás olvidaré ese día tan grande.

Tras revisar la carta, horrorizado por la subida meteórica de sus precios (the cook is rich, yes, and my mother is in the kitchen), decidimos pedir, entre otras cosas, una selección de atún, de la que tomé instantánea:



Nada fuera del otro mundo. Quizá el tartar es lo que sobresalía en un conjunto pasado de rosca con los euros que pidieron a cambio. La parpatana asada con una salsa especial que vino después no estuvo mal, aunque escasa en la ración, claramente. Los postres, muy decentes, pequeños y caros.

Siento tener que apelar tan seguidamente al espinoso tema del precio, pero es que este sitio antes no era así, se han vendido a la muchedumbre, a la moda, y han hecho las cosas típicas que van a alejar a cierto tipo de cliente y, por demás, acabará con ese negocio como era, como lo conocimos al principio. Se han eliminado muchas de las cosas que nos gustaban, y se han añadido demasiadas mesas convirtiendo aquello en un comedero, se ha anexionado el local adyacente y se ha metido allí una barra donde se sirven tapas y raciones, igual que en la ampliación acometida en una terraza exterior, al más puro estilo de chiringuito de playa o similar.
¿Sabéis lo que pasa cuando se exprime a la gallina de los huevos de oro, no? Pues eso.
Conmigo han acabado, tardaré en volver, si es que lo hago. Una pena.

Como ven, todo viaje tiene sus luces y sus sombras. Y eso sin mencionar el tremendísimo atasco en la SE-30, y lo que me encontré cuando llegué a casa... pero esa es otra historia que, quizá, algún día me anime a contar.

Mientras tanto, sigo sintiéndome feliz y libre. De eso se trata.

jueves, 12 de octubre de 2017

Blade Runner 2049

Bueno, se pueden decir muchas cosas de este impresionante filme, todas ellas en el rango de muy buena a acojonante. Pero la verdad es que me ha gustado de principio a fin. 
Quizá la única pega que se le podría poner, si es que hubiera que hacerlo, sería el metraje largo. Pero se lo perdono, porque la historia, el ambiente, los efectos, los personajes... lo merecen. Todo ello es magnífico.


Soy, como ya saben, gran fan de Philip K. Dick, un autor encomiable y especial, con ideas maravillosas que supo plasmar en sus numerosos libros. 
En 1982 uno de sus cuentos fue llevado al cine con el título cambiado, pero no importó, porque le hizo justicia, y se convirtió en un verdadero clásico, un icono incuestionable de la ciencia ficción cinematográfica, y lo hizo instantáneamente, desde el mismo día de su estreno. 
A su lado, la Guerra de las Galaxias es infantiloide, falaz, más propio del género de la fantasía que de la ciencia ficción.
Blade Runner, la primera, la original, era un trabajo de los que te hacen pensar, con alto contenido filosófico, y con un ambiente verdaderamente logrado que su continuación ha sabido reflejar, completado y aumentado merced a la tecnología actual de FX. 
La trama se complica, y nos envuelve en una historia que nos hace ver a los androides de otro modo. Volvemos a encontrarnos con los mismos temas generales sobre moral, superioridad, raza, y por supuesto, exterminio. Todos estos puntos son tratados y son, sin duda, los ejes sobre los que gira la mecánica de ese universo peculiar que Dick supo entrever hace décadas.
Hay un sobresaliente trabajo de dirección y fotografía. Muchas de sus imágenes son auténticos cuadros, cada uno una obra de arte digna de colgarse en los salones de elegantes casas, o en estudios de arquitectura.
Oh, sí.
Gosling es el actor elegido para protagonizar esta maravillosa aventura, una pretendida mezcla de thriller, historias de amor (sí, hay más de una), héroes, y cosas que no son lo que parecen.

En definitiva, quiero apuntar que hacía meses que no iba al cine, no encontraba la motivación, una historia que me atrajera, harto de decepciones y de salir del cine con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, defraudado por lo que pudo ser y no fue.
Pero en esta ocasión se han superado mis expectativas con creces, y de ello me alegro sobremanera, una pequeña reconciliación con este mundo del cine que ha vendido su alma al diablo del márketing y los números, olvidando lo que un día fue, el séptimo ARTE.

martes, 10 de octubre de 2017

Cita:

Por sus propios medios

Con este cuento corto, sigo introduciéndome en el apartado de libros dedicados a viajes en el tiempo. Escrito por Heinlein, como el que reseñé la última vez, fue publicado en la revista de ciencia ficción "Astounding" ("Acojonante", jijiiji) en varias entregas, bajo un seudónimo, cosa habitual en aquellos tiempos.

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Se nota que es de una época primigenia en la producción de Robert A., pues carece de la profundidad y elaboración, así como del desarrollado sentido del humor y la ironía que encontramos en obras posteriores, todas ellas de muy recomendable lectura aunque uno no fuera aficionado a la ficción científica futura.

En Por sus propios medios, un joven llamado Bob Wilson se ve envuelto en una serie de viajes en el tiempo, desde su presente hasta un momento allá por treinta mil años más adelante en el futuro. Va y viene, aparentemente empujado por las circunstancias, sin que él pueda hacer nada por evitarlo, aunque se descubre poco a poco que todo tiene un porqué. No quiero ni puedo desvelar más detalles sin fastidiarles la experiencia, pero como casi todas las historias en las que hay idas y venidas por la línea temporal, en ésta encuentro el mismo fallo de concepto que en la aclamadísima y entretenida película Interstellar: El protagonista tiene que hacer un primer viaje del presente al futuro (a), o del futuro al presente (b), para que todo cuadre, y ese primer viaje no ha tenido lugar, pues según la trama imposible: en el caso (a), no tiene la tecnología, los medios, y además es sorprendido por un viajero que viene del futuro, por lo que su papel inicial es el de, llamémoslo así, un "viajero del tiempo pasivo"; en lo que respecta a la situación (b), supongamos que en esa época futura existe una tecnología que permita volver al pasado (que es mucho suponer)... pero obviamente el protagonista entonces tendría 30.000 años de edad, y haría milenios que habría fallecido.
El ciclo no se puede abrir. El autor nos engaña con una historia en la que se producen una serie de bucles, idas y venidas, con sus paradojas y tal, que más o menos resuelve, pero deja en blanco el apartado del primer viaje, de cómo llegó Wilson al futuro por primera vez, o cualquier otra explicación que se pueda inventar.

Asimismo, en Interstellar, el protagonista encarnada por McCougnagew, o como se escriba, mediante un código morse emitido desde algún lugar fuera del espacio y del tiempo, hallándose en el agujero negro de Gargantúa, comunica a su hija la posición de la secreta base en la que se estaba preparando la huida de la Tierra y al tiempo se investigaba, supuestamente, sobre la teoría física que les permitiría arreglarlo todo. Pero joder, para hacer eso primero debía haberse embarcado en el dichoso viaje, y desde el futuro enviar el mensaje... pero ¿cómo iba a meterse en la empresa si no conocía los datos de ubicación de la base ni la existencia de todo el entramado? Parece que nadie cae en ese detalle, que es el fallo habitual y común de todas las historias de viajes en el tiempo, salvo honrosas excepciones. O yo soy muy listo. O yo soy muy tonto y no he captado algo.
Posible explicación de la paradoja de Interstellar: puedo suponer que el protagonista, sin recibir mensaje futuro alguno, por sus medios, en el presente, descubra la existencia de la base secreta y el programa de salvación de los habitantes de la Tierra, de forma casual, más adelante. Haga el viaje dichoso, y cuando se de cuenta del tiempo que pierde y de que se pierde la vida de sus hijos, trata de comunicarse, llegando a un momento anterior a su descubrimiento casual, para dos cosas: que le convenzan de que no haga el viaje, y trasladar la fórmula física matemática que no eran capaces de lograr y que a la postre era la clave para salvar a la Humanidad. Es plausible, quiero creer que fue así, pero... no se explica ni se dice ni se comenta nada por nadie. ¿Por qué?

Joder, soy un maldito visionario friki. Peor me he ido de la trama de esta entrada. Es porque se trata de un tema que me gusta, me apasiona.

En definitiva, y volviendo a "By his bootstraps", decir para rematar que se lee rápido y fácil. Pasé un buen rato, pero bueno, en fin, puede prescindirse en un momento dado de dicha lectura. Hay poco tiempo y muchas cosas que leer que seguramente merecen más la pena.

jueves, 5 de octubre de 2017

Y por qué no?

Una tarde calurosa de octubre es buen momento para dar un paseo atractivo por el Andévalo Occidental. 
Me topo con la frontera natural que nos separa de la vecina Portugal: el río que aparece y desaparece, dicen, el Guadiana, que observo maravillado desde la atalaya que supone el Castillo de San Marcos, a la vera de Sanlúcar de Guadiana. En la otra orilla me observa Alcoutin. Tan cerca y tan lejos:


Decidí hacer esta pequeña aventura a lomos de la austríaca, aún calzada con su monta deportiva para asfalto. Acostumbrado a curvear con la Ducati, es esta moto muy muy diferente, pero eficaz a su modo. 
Ligera, ágil, suficientemente estable en conducción deportiva (al menos al ritmo al que uno puede o debe ir por la carretera), sólo necesita que confíes en ella, en su tren delantero, y en los pegajosos Dunlop Qualifier II. 
Disfruté mucho del irregular asfalto entre San Silvestre y Sanlúcar, mejorando hacia El Granado. Desde ahí, una recta enorme hasta Villanueva de los Castillejos, donde tuerzo hacia el Norte, buscando Puebla de Guzmán. Es este tramo una carretera perfecta en trazado y calidad de asfalto para disfrutar de la moto, de cualquier moto. Una pena que se haga demasiado breve, pues enseguida llegamos a dicha localidad. Un pequeño impasse para descansar yendo para Tharsis, zona minera cien por cien, y sorteo esa montañosa zona hasta llegar a San Bartolomé de curva en curva, enlazando precisas trayectorias pilotando al estilo de la vieja escuela, sin descolgarme, jugando con el contramanillar, confiando en el multitubular, en las suspensiones White Power, y en la suficiente potencia desarrollada por el mono de 690 cc. 
Breve visita al maestro Oliveira, interesándome por su salud, bastante tocada últimamente, y ya desahogado y tranquilo, me dirijo hacia casa.

Un buen rato. Desfogarse en plan light nunca está de más. Pronto montaré las ruedas de campo, cambiaré el kit de transmisión y ajustaré las amortiguaciones para la nueva temporada campera. Echaré de menos a mi supermotard. Siempre.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Estrella doble

Robert A. Heinlein ganó el premio Hugo en 1956 con esta entretenida novela ambientada en un futuro lejano en el que existen colonias humanas en todo el sistema solar, e incluso más allá.
Un importante político ha sido secuestrado en un momento muy delicado de negociaciones con otras culturas, así como de elecciones, y un actor desconocido es contratado para suplantarle temporalmente.

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Pueden imaginar la situación rocambolesca a la que tal empresa puede llegar, todo perfectamente ambientado y descrito por uno de los mejores del género.
Siempre es un placer leer a Heinlein, siempre. Sabe dar ese toque humorístico a situaciones a veces surrealistas, y nos mete de lleno en el disfrute de la acción con sus elaborados diálogos. 
Se agradece que no se dedique a la descripción exhaustiva que otros autores del género tienen por norma, lo cual suele tornarse en algo aburrido y hasta desesperante, y profundiza más bien en los personajes y sus distintas personalidades.

Esta novela, corta para lo que se estila hoy día, pero realmente no hace falta más, se lee con alegría, no decae y, sinceramente, pareciera que uno aceptaría otro final, pero mejor no digo más para no estropear la culminación de la aventura que, por otra parte, era una de las más plausibles opciones.

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No deja de sorprenderme que aún hoy sigo descubriendo pequeñas joyas como ésta. Sin duda, hay autores prolíficos que es raro que decepcionen, y otros que ya nos dejaron, cuya obra hubiéramos deseado más abundante. Pero es lo que hay, y tenemos que conformarnos con el talento al que hemos podido acceder.

Sigo buscando buena ciencia ficción, y de momento la sigo encontrando y compartiendo.

domingo, 1 de octubre de 2017

Primas lejanas

Cuando uno mete mano a su máquina, se crea un vínculo imposible de adquirir de otro modo. Es como curar a tu hijo enfermo, regar tu huerto, construir tu casa.
Conoces sus secretos, sus fortalezas y debilidades, y finalmente la miras con otros ojos, y la tratas con sutiles y acariciadoras maneras.

Esta semana que ahora acaba, he estado ayudando a mi amigo Antonio Lozano con un problema en su Cagiva Raptor 650, una belleza de corazón japonés y alma italiana... diseñada por un argentino!!! 
Menudo popurrí. Lo cierto y verdad es que la Cagiva tiene su atractivo, motivado seguramente por ser una rara avis, muy poco vista, y quizá con una estética que no a todos gusta.
A mí sí, y a Antonio también.
Resueltos de manera casi mágica e incomprensible los problemas de carburación, inundación de cilindros, desgasolinamiento de las cubas, etcétera, por el siempre benévolo método de reiniciar el sistema, esto es, desmontar todo y volverlo a montar con cariño, prestando cuidado y exquisita atención a todos los detalles, finalmente la moto va como un jodido reloj suizo. Arrancó a la primera, y así siguió usándola Antonio entre semana para ir a su taller, de allí a su casa, o al gimnasio, y tal.
Como prueba de fuego final, hemos hecho una salida a carreteras serranas, yo con la rubia y él con su mini MV Agusta (relacionada con su chasis, de bella factura), donde se exige más al motor, tanto por la cambiante temperatura ambiente, como por pasar de circular a nivel del mar junto a la costa, hasta tres o cuatro puertos de montaña que hicimos.
En el momento del desayuno, en una atestada venta que puso a prueba nuestra paciencia para ser atendidos, aproveché para sacar esta autofoto en la que se nos puede captar tristes y pesarosos:


La Raptor siguió rindiendo al máximo nivel, siguiendo la estela de la 749 perfectamente. Antonio tiene buenas manos, y el que tuvo, retuvo. En la maravillosa carretera de Berrocal tuvimos nuestro momento de éxtasis, y cuando paramos junto a la presa del Corumbel para charlar y echar una meada, así me lo hizo saber Antonio, que se lo había pasado pipa curva tras curva, subidas y bajadas, pif-pafs varios, esos tres o cuatro garrotes brutales que como no los conozcas puedes acabar en el fondo de un barranco...
Pura moto. Pura vida.

El diseñador de la Raptor, Miguel Angel Galluzzi, fue el que diseñó, entre otras, la exitosa Ducati Monster. Es una evolución, una modernización del concepto. Formó equipo con Terblanche, quien diseñó la 999/749, durante su estancia en la fábrica de Borgo Panigale. Actualmente siguen colaborando en otros proyectos de Moto Guzzi.

Por tanto, aunque de estilo y motorización muy diferentes, son motos hermanadas en espíritu, y como la experiencia demuestra, perfectamente compatibles sobre el retorcido asfalto de nuestra sierra.