miércoles, 30 de agosto de 2017

Crónicas del gran tiempo

Como llevo unos días un poco vago, afectado por ciertos acontecimientos que han llegado a mi vida como un torbellino, permítanme un copia pega casi total de la aportación del blog El Jardín del Sueño Infinito, reseñando este libro. Por una vez y sin que sirva de precedente, y más que nada porque es justa y exactamente lo que yo hubiera escrito estando en mejor posesión de facultades.

Crónicas del gran tiempo es una recopilación de siete relatos cortos de ciencia ficción del autor norteamericano Fritz Leiber. Anteriormente había reseñado la novela "El gran tiempo", del mismo autor. En contra de la opinión de la crítica generalizada, a mí me gustó aquélla, y es por ese motivo por el que decidí profundizar en ese universo, aunque, como verán, con resultado desigual...

El trasfondo de la novela trata básicamente de dos bandos, las arañas y las serpientes, los cuales tienen ideologías diferentes (que nunca llegaremos a saber, así como quiénes son los que mandan, desde cuándo y porqué), y reclutan extraterrestres y humanos de todas las épocas y mundos para modificar los eventos en el pasado, presente y futuro, a su conveniencia.






En el primer relato, Intenta cambiar el pasado, un participante del conflicto entre los bandos de las arañas y las serpientes descubre que no es tan sencillo modificar los eventos futuros.

En Un escritorio lleno de chicas, un hombre es contratado para recuperar un valioso objeto perteneciente a una actriz, el cual se encuentra en posesión de un excéntrico psiquiatra.

En el tercer relato, El soldado más veterano, un joven se reúne en un pub de veteranos, en donde todos ellos se ríen de un recién llegado que afirma participar en una guerra en el tiempo.

En I Graves, se narra la historia de Greta, una joven amnésica que forma parte de una compañía teatral, esta compañía presenta variaciones poco ortodoxas de los clásicos de Shakespieare. Greta se da cuenta de que las cosas van mal cuando durante una representacion de Hamlet se aparece la reina Isabel I en persona.





En el sexto relato, Cuando soplan los vientos cambiantes, un participante de la guerra del cambio se exilia en Marte, cansado de la batalla, pero el conflicto es raudo en llegar a todos lados.

En el último relato, Movimiento de caballo, dos grandes guerreros, una chica del bando de las serpientes y un hombre del bando de las arañas se encuentran en un torneo de ajedrez, el cual se lleva a cabo en un planeta neutro a la guerra del cambio, y el cual los dos bandos quieren guiar a su favor.


No es que no disfrutara de esta colección, pero los relatos tampoco son para lanzar cohetes. El cuento más largo y mejor desarrollado es el de I Graves, el cual empieza muy lento y un poco aburrido, pero de repente empiezan a suceder muchos eventos extravagantes y fuera de lugar que lo hacen muy entretenido. 

Claramente prescindible en la colección de cualquier aficionado, aunque merezca la pena leerlo en un impasse. Bajo mi punto de vista, El Gran Tiempo es superior en todo.

domingo, 20 de agosto de 2017

32°

Treinta y dos grados a las 10:30... tela marinera. Esto es Andalucía, el Sur.

Aún así, es difícil resistirme a disfrutar de un paseo desde las primeras luces del alba, allá por las 8 de la mañana, cuando ya me encaminaba hacia algunas de esas carreteras de mi preferencia. 


El jamón, que abundantemente adorna la tostada de pan de pueblo en la obligada cita con la venta del cruce de Santa Ana, provoca el mayor de los placeres en mi paladar. 

Charlo amigablemente con Paco, un señor de 70 años de edad que no falta ningún sábado, domingo ni día de fiesta, a su cita con su Honda. Fue enfermero de ambulancia por esas mismas carreteras, y sin dar muchos detalles, escuetamente deja caer que ha visto el horror muchas más veces de las que hubiera querido.

Me pregunta por mi moto, y a renglón seguido aporta una enriquecedora novela de aventuras a lomos de una Ducati que tuvo en 1974, y a la que hizo 285.000 km antes de venderla, dando la vuelta a España varias veces. Increíble, la de km que debe tener este hombre recorridos. Y los que le quedan...

Tras ese buen rato, amenizado por sus increíbles historias de ligues y viajes, mientras van llegando más motociclistas a lomos de sus deportivas (parece que el racing soul renace), decido marcharme antes de que la temperatura suba aún más.

Es una sensación deliciosa, me emociono ahora al recordarlo, deslizarte curva tras curva, enlazando tumbadas sobre el perfecto asfalto (tan perfecto como se puede pedir a una vía pública), mientras el bicilíndrico ronronea agazapado como un gatito, esperando a saltar en cualquier momento. No hace falta, no es necesario exprimir un motor que, sorprendentemente por tratarse de su cilindrada, rinde genialmente entre 4000 y 6000 rpm. Es raro que vaya más allá de esa cifra la aguja del precioso cuentavueltas.

Paro para desorinar tras las 137 curvas en 21 km. Calor, dos cafés y bastante agua tienen la culpa. Aprovecho para dejar semiabierta la cremallera del mono de una pieza, caluroso pero necesario si se quiere ir con la máxima seguridad. No me quejo, uno se acostumbra a todo, y cuando estamos en faena, la plena concentración hace que no repares en esos detalles, cosas como temperatura, dolor, miedo o el tiempo transcurrido, quedan inasequibles a la capacidad cognitiva consciente. Todo se reduce a hacerte uno con la máquina, al centaurismo.
Es una forma de meditación, de limpiar la mente.


Una moto fantástica que me hace pasar fantásticos momentos. ¿La mejor que he tenido? Quizá debería pensar más a fondo en esa cuestión, aunque realmente, ¿para qué?

miércoles, 9 de agosto de 2017

El gran tiempo

También traducida en sucesivas versiones como "La gran hora", o "El gran momento", Fritz Leiber ganó el premio Hugo en 1958 con "The big time". 

En aquellos tiempos, los ilustradores y publicistas seguían unas ideas muy distintas a las que estamos acostumbrados hoy día, y de ello surgieron estas portadas, cuando menos bastante curiosas por su clasicismo interpretativo de la historia: 




Contra otras más modernas y actuales: 



Leiber nos presenta un escenario único, un lugar en sentido estricto (pues se le llama precisamente El Lugar en la novela), en el que se reúnen hasta doce personajes de distinto origen temporal y espacial: un romano, un nazi, dos extraterrestres separados por mil millones de años, una cretense, un par de ingleses de primeros del siglo XX...
El lugar es un punto fuera del espacio y del tiempo, y en él se desarrolla toda la acción. Se está librando una guerra entre dos facciones llamadas las Serpientes y las Arañas, que van introduciendo pequeños cambios en el curso de la Historia con la finalidad de alcanzar sus propios objetivos finales. De este modo, intervienen en alguna batalla para cambiar el signo de la victoria a favor de un bando, o secuestran o asesinan a algún personaje histórico, y cosas así. 
En ningún momento se cuenta quiénes son las Arañas y las Serpientes, de dónde vienen y cuáles son los objetivos. Tampoco se habla del tiempo que lleva esta lucha produciéndose, ni se dan datos sobre la tecnología necesaria para viajar en el tiempo y sostener singularidades como el lugar.
En el relato, los anfitriones que custodian el lugar (tres mujeres que tienen funciones de enfermería, entretenimiento y sicología, y tres técnicos), reciben la visita primero de tres soldados que vienen de una de esas batallas aludidas, y posteriormente se unen otros tres más. Se producen roces, insinuaciones, amenazas, preguntas y dudas, y todo ello en medio de un par de historias de amor perdidas en el tiempo, y finalmente se activa una bomba atómica que explotará en media hora si no se evita de alguna manera, dando lugar a la desaparición de el lugar y todo su contenido.

El planteamiento no es malo, y no se hace muy pesado porque estamos ante una novela corta, pero hay un exceso de personajes que hacen todo un poco embrollado. El lenguaje es difícil, o quizá sea debido a la traducción de un estilo literario un poco enrevesado del autor. Todo el desarrollo se podría actuar en una obra de teatro, pues la localización de los sucesos es siempre la misma, y los personajes están casi siempre presentes. Cierto es que unos tienen más protagonismo que otros, incluso un extraterrestre de origen lunar, un ser con tentáculos que se expresa a través de una máquina porque su forma de comunicación física es incompatible con la humana, que al final del todo da una interpretación sobre la interminable Guerra del Cambio que se lleva a cabo, pareciendo que todo cobra un poco de sentido, ante la desolación de la protagonista, Greta Forzane, una anfitriona, que se debate entre un amor-odio imposible, salvar el lugar y sus habitantes, o mandarlo todo al carajo.

Esta obra ha tenido a lo largo de los años una acogida desigual, y a pesar de ganar el Hugo, la crítica no la tiene en alta estima, reseñando en cambio a una recopilación de cuentos cortos relacionados con el mismo tema, "Crónicas del Gran Tiempo", como mucho más lograda y recomendable. El autor diría en su momento que "El gran tiempo" es la introducción a "Crónicas", de modo que tendré que proceder a la lectura de la supuesta continuación.

No es una lectura imprescindible esta de "El gran tiempo", pero sí curiosa por la época en que se escribió, la imaginación del autor, y como exploración de posibilidades del lenguaje y el recurrente asunto de viajes en el tiempo y alteraciones de la realidad (aunque, si la realidad se altera, ¿qué es realmente la realidad?).

domingo, 6 de agosto de 2017

Al alba

Obligados por los ciclos laborales, el hombre occidental (y ya muchos orientales también, puede que se libren los africanos) ha acabado por inventar unos horarios vitales que rigen su vida de forma antinatural. Hay que optimizar la productividad, aunque ello nos obligue a trasnochar, o madrugar, o establecer unos rígidos e inamovibles, en consecuencia, momentos de alimentación, sueño, aseo, y hasta práctica de sexo.

El hombre natural, el de campo, se levanta con el alba y se acuesta con la puesta de sol, se oculta a las horas de máximo calor, y se alimenta cuando es debido, y siempre en función de lo que el entorno que le rodea le ofrece.

Hemos tenido unos días de mucho calor, cosa normal dada la estación en que nos encontramos, pero lo de ayer y anteayer fue cosa mala. Vale, es verano, y quizá el de este año está siendo un poco benigno, y puede ser que por ese mismo motivo cuando aprieta de verdad el entorno de los 40º C nos volvemos un poco locos. Se nos funden las neuronas, ya no sabemos ni dónde ni cuándo estamos.

Hay que mantenerse frío, nunca mejor dicho. Reorganizarse rápidamente es la mejor opción en nuestra batalla con la naturaleza, una lucha para adaptarnos a ella, no para destruirla, claro.

De este modo, ayer sábado decidí no salir con la moto, iba a ser demasiado y soy dado últimamente a no forzar las situaciones. ¿Para qué? No se puede ir contra los elementos, ya me lo enseñó mi padre siendo yo muy pequeño, una frase que nunca se me ha olvidado y que me he repetido a mí mismo innumerables veces.

Y hoy, por fin, puse el despertador para levantarme con el Sol, aunque no hizo falta, porque mi reloj interno ha funcionado a la perfección. A las ocho menos cinco de la mañana estaba llenando gasolina a mi Ducati amarilla, un color excitante. No cualquier moto puede atreverse a vestir de amarillo liso, hace falta un buen traje, alta costura.
A las 9 estaba ya pidiendo mi desayuno en la barra de la venta del Cruce de Santa Ana. A las nueve treinta enfilaba hacia Zalamea la Real, giraba a la izquierda dirección El Membrillo, Marigenta, Berrocal y, finalmente, a la derecha bajando en un sin fin de giros que me llevarían a La Palma. 

¡No tengo palabras para describir las sensaciones que emanaban de un espíritu pleno en esos momentos!

Podría considerarse, sin duda, un proceso de meditación. La mente en blanco, sin pensamientos que alteren u oscurezcan el humor, no habiendo preocupaciones, aunque sólo fuera durante los pocos minutos que se tarda en recorrer esos 25 km de pura embriaguez motociclista. 

El resto ha sido habitual también: Villarrasa, Niebla, y de ahí decidí subir un poco hacia Beas pasando por Candón y Clarines, una carreterilla que hace ahora cuatro años quise imaginar recorriéndola a lomos de una Ducati. Hoy se cumplió ese sueño, un deseo que no tiene nada de especial, pero que ahí está, realizado.

Las fotografías engañan a veces, y se pierden muchos detalles. Esta que tomé en el garaje nada más llegar del paseo, poco antes de las 11 del mediodía, muestra un ángulo bello que deja al descubierto parte del tortuoso recorrido de los colectores, da protagonismo a la rueda trasera, al conjunto del silenciador y piloto... pero esconde pequeñas suciedades, imperfecciones derivadas del uso.


Por la tarde he dedicado un buen rato a limpiarla, encerarla y engrasar la cadena. Guardada bajo una discreta funda, aguarda ya el momento de ser disfrutada de nuevo, aunque eso será cuando el cuerpo, las circunstancias y, por supuesto, los elementos, lo permitan.

Pocas veces me siento más libre.

sábado, 5 de agosto de 2017