viernes, 26 de julio de 2019

Sandy Singletracks

Mi mapa mental de senderos y caminitos va recuperando la memoria, y cada vez que me introduzco en ese laberinto de los pinares de Aljaraque descubro alguno nuevo.


Este bicimontañismo que no es de montaña, sino que podríamos denominarlo “bicisenderismo” por las peculiares características del trazado y el entorno, determina la elección de la montura, que en realidad no necesita ser nada especial: ni mucha suspensión, ni grandes frenos, ni materiales exóticos son necesarios para una experiencia completa, llenar el espíritu, sonreír a los árboles, abrir los brazos y los pulmones a los olores múltiples y vegetales que nos rodean. 

En un bosquecillo de eucaliptos, una isla entre tanta conífera, hay una recta pista que lo atraviesa de Norte a Sur (o al revés), y dos senderos que recorren su perímetro, uno por el Este, llamado “la batidora”, y otro por el Oeste, bautizado como “el molinillo”, divertidos y bonitos, de los que salen y a los que llegan otros caminitos y bifurcaciones. 


En una incesante tarea emprendida por “el Bocina” y otros, los caminos se multiplican, se mantienen y renuevan. 



Tras las salidas de estos días ya me voy sintiendo preparado para usar mi adorada Explosif, que espera paciente a que le quite el polvo. 

lunes, 22 de julio de 2019

Summertime singletrack

Arena, polvo, sudor, calor. Incluso empezando a las 9 de la mañana.

El tiempo pasa, y recuerdo cuando hace más de veinte años ya surcaba estos senderos, algunos ya desaparecidos, pero muchos otros creados en estos últimos años.

Para mí, trasladarme a vivir a Huelva supuso muchas cosas, la mayoría de ellas son buenas.Una es la posibilidad, el lujo (añado y considero), de tener tan cerca y accesible el poder disfrutar de la bicicleta de campo. Sí, de campo y punto, porque esto no es mtb (para eso hay que alejarse algunas decenas de km y llegar a la montaña).

Pero la modalidad de senderos entre los pinos es igualmente satisfactoria, emocionante, salvaje y productora de felicidad.

Incluso cuando hace meses que no llueve...


Los últimos desbroces han dejado algunos parajes casi irreconocibles, y han destrozado caminitos varios. Bueno, el bosque está vivo y surgen otros nuevos.

Río, pedaleo, grito, aspiro y expiro, bombeo, dejo correr el velocípedo cuando la gravedad va a mi favor, atravieso bancos de arena, esquivo raíces. DISFRUTO.



Y siempre, siempre, siempre, esa sensación de libertad!!!!

jueves, 18 de julio de 2019

Los genocidas

Thomas M. Disch publicó en 1965 esta magnífica obra, en la que un grupo de personas tratan de sobrevivir al apocalipsis que les sobreviene cuando unas plantas alienígenas parecen cubrirlo todo.


En ella se cuenta una historia de supervivencia, pero también se trata un tema de manera repetida y casi obsesiva: el poder, el control de los demás, el abuso, hasta dónde somos capaces de llegar (algunos) por conservar el statu quo... y quizá sea esa la causa de la pérdida de todo, y no una invasión alienígena.


Ambos asuntos se entremezclan en la narración. Tal resulta ser el grado de iniquidad a que ha llegado la especie humana que, ante una invasión alienígena dispuesta a convertir el planeta en su huerto particular y extinguir a la raza humana como los sulfatos a los pulgones u otras plagas, se opta antes por darle luz verde a los más bajos instintos que por cooperar para enfrentar al enemigo común. De esta forma, en poco tiempo los gobiernos han caído, las ciudades han visto destrozados los edificios e invadidos los espacios públicos, hasta reducir drásticamente el número de habitantes del planeta, de miles de millones a unos pocos centenares.

Es el caso de Tassel una pequeña localidad rural, en la que la premisa de partida gira en torno a la figura autoritaria de Anderson, seglar congregacionista cuyo mando despótico pivota sobre la Biblia y sobre un revólver Colt Python calibre 357 mágnum, . A la vez ley y jurado, impone su voluntad sobre el conjunto de la comunidad a partir de su capacidad para subyugar a los demás (siempre según su estricto código moral religioso, en la más profunda creencia de que lo que hace es lo correcto), y de la legitimidad de su mandato en una “congregación” directa o indirectamente relacionada con su familia, de la que él es la cabeza. Como consecuencia de ello, a su alrededor oscilan los restantes personajes secundarios: los hijos Buddy, Neil y Blossom, la mujer Lady o las nueras Greta y Maryann. 
Sin embargo, toda buena historia que se precie tiene un punto de ruptura a partir del cual la imprevisibilidad y el cambio toman la iniciativa. En Los Genocidas este rol funcional corresponde al grupo de extraños que llegan a Tassel desde la ciudad destruida recientemente, y a los que, por ser considerados invasores capaces de poner en riesgo a la comunidad, Anderson ordena matar… a todos excepto a la enfermera Alice Nemerov y al ingeniero de minas Jeremiah Orville. Desde este punto, la lógica de la ciencia de Orville y la religión dogmática de Anderson se enfrentan y se retan en cada uno de los problemas que la invasión alienígena plantea a la comunidad. Las decisiones se toman en un frágil equilibrio tras cuyo error no hay otra cosa que la muerte y cuya concatenación de equivocaciones podría llevar a la extinción de la especie humana.

La novela expone con sublime credibilidad un escenario cuasi apocalíptico en el cual la humanidad invierte el camino andado de progreso, volviendo desde la ciudad hasta la caverna. Bajo tierra, rodeados por una cerrada oscuridad rota únicamente por la tenue luz de un quinqué, sin casi alimento y completamente desnudos, sin distinguir el día de la noche o el invierno de la primavera, ponen a prueba su convivencia. En el subsuelo las emociones se intensifican, los instintos primarios afloran con mayor frecuencia a medida que el tiempo pasa y la civilización se deteriora, desviando los problemas desde el enemigo exterior al enemigo interior. Disch pone a prueba la esencia del ser humano, entendida como nuestra condición de seres cavernarios, básicos e instintivos.
Libro que he leído prácticamente del tirón, rápido y concentrado en la acción casi incesante. Muy recomendable.

domingo, 14 de julio de 2019

No era un sensor (V)

Oh, amigos, justo cuando ya me veía acudiendo al servicio de algún profesional de la mecánica boloñesa, aproveché la tarde del domingo para gastar el último cartucho.


Me da un poco de coraje, pues desde el principio tuve la intuición o pensamiento de que el tema era algo de bomba de inyección. Pero es que ya desmonté la bomba para cambiar el filtro de combustible hace tres meses, y la operación no es difícil, pero sí ciertamente engorrosa porque implica quitar el tapón de la boca de llenado... y volverlo a poner, y eso es un coñazo bueno.
De modo que he ido comprobando todo lo comprobable, hasta que ya no he tenido más remedio que meter mano al depósito. Un puto manguito, un simple, barato y puto manguito.



Todo cuadra, desde los síntomas, hasta la progresión del empeoramiento: con cada nuevo uso, la raja iba en aumento, hasta el punto de que la última vez ya no fui capaz de arrancarla.

La felicidad es en mí, y quizá me estoy precipitando y vendiendo la piel del oso antes de cazarlo... pero espero que esto no sea la manifestación de otro problema diferente, como un atasco en algún punto del sistema de alimentación, cosa altamente improbable, aunque plausible.

Sea como fuere, una avería muy leve causada por el propio envejecimiento, pues pretender que un manguito sumergido en gasolina durante más de dieciocho años siga rindiendo como el primer día es, cuando menos, de una inocencia rayana en lo infantil. 

Espero poder adquirir el repuesto cuanto antes, y hacer pronto una prueba que sea satisfactoria.

Ou yeah.

Singletrack fury?

Dale al pedal, cosa que hace mucho no practicaba.
Un sábado con cielo parcialmente nublado, extrañamente agradable en verano, propició la excursión. La ruta circular pistera que realicé muchas veces durante mi recuperación hace ocho años, en su mayoría acompañando parte del recorrido del Canal de Bajo Guadalquivir en sentido Sur, hasta enlazar con la vía verde, esta vez hacia el Norte, que me llevará a la carretera que une Dos Hermanas con Los Palacios (A-480), enpalmando con carriles anchos y llanos hasta la barriada de Las Portadas, y de ahí un breve tramo de carretera hasta La Motilla, desde donde salí y donde tenía la base de operaciones.

De ese mismo recorrido he puesto en este bloc varías imágenes en otras tantas publicaciones, por lo que no es cosa de repetirse. No obstante, aprovecho para enseñar un sitio donde se puede ir a pasar el día, con sus merenderos y ambiente campero para los ciudadanos urbanistas de la zona:


Al final, cómo no, me senté tranquilamente en una terraza a reponer sales y líquidos:


Me he encontrado muy a gusto y contento de darle vueltas al pedalier, cosa que siempre me ayuda a reencontrarme con mi yo interior. 

viernes, 12 de julio de 2019

Muero por dentro

Muero por dentro, de Robert Silverberg, fue nominada a los premios Nebula y Hugo en 1972, y obtuvo el Gigamesh de 1988. 
Se narra en ella la historia de David Selig, un telépata capaz de leer la mente de quienes le rodean, y las dudas y miedos que le acucian cuando su poder comienza a debilitarse hasta desaparecer. La novela está escrita en su mayoría en primera persona, relatando con intensidad las sensaciones, los temores, una total neurosis que domina su vida y que le ha convertido en un outsider, un inadaptado, un marginal, a pesar de tener una buena formación académica. Otra parte se cuenta en tercera persona, y la línea temporal alterna el presente con saltos al pasado que van hasta su infancia, poniéndonos al día de sus numerosas y curiosas experiencias de descubrimiento y uso de su poder, que es al mismo tiempo una maldición, según cuenta.

Resultado de imagen de muero por dentro robert silverberg

No esperen mucha acción, pasajes espectaculares, emoción a raudales. En cambio, se trata de un viaje sicológico, una autobiografía en la que el protagonista se desnuda contándonos sus íntimas relaciones con otros personajes: peleas, comerciales, amorosas, sexuales, familiares... Incluso se cuenta detalladamente su forma de ganarse la vida, habiendo caído tan bajo como para dedicarse a hacer trabajos a estudiantes universitarios a cambio de unos dólares por página mecanografiada. Una ruina de vida, vamos, para un ser dotado con un regalo excepcional, que contrata ampliamente con la situación de otra persona con el mismo don a quien conoce, que no comparte sus contradicciones morales ni paranoias.

El libro es corto y se lee bien. Es una ciencia ficción extraña, si es que verdaderamente se puede englobar en ese nicho, pero como curiosidad tiene un pase, y no me arrepiento de haberlo leído.

sensores (IV) buffffff...

Han pasado varios días desde la última vez que me vi con ánimos para investigar el asunto de la Monster.

Hoy he querido descartar algunas cosas, y verificar otra: un sensor que aún no había tocado, el de posición del cigüeñal, conocido como "pick-up". Este es el encargado de informar a la ECU del régimen de giro del motor, así como de en qué punto del ciclo se encuentra en cada momento, para saber cuándo y cuánto debe inyectar gasolina, así como provocar la chispa de la bujía. 

El sensor funciona mediante un captador magnético que va leyendo los dientes de un engranaje al que le faltan dos. Detecta este hueco, y así sabe en qué grados está el cigüeñal. Al ser magnético, si hay alguna virutilla procedente del desgaste natural del motor o por rotura de alguna pieza como rodamientos, arandelas o lo que sea, es posible que se adhiera impidiendo su correcto funcionamiento. De modo que lo primero que hice fue desmontarlo para verificar que no estuviera sucio. Estaba perfecto.
Lo segundo es comprobar que estuviera a la distancia correcta del engranaje que tiene que leer, que debe ser entre 0'65 y 0'85 mm, para lo que hay una tapa registro que se desatornilla y por el hueco se introduce una galga para medir. Está a 0'65 mm. Mejor imposible.

Me rasco la cabeza, miro y remiro la moto...

Decido coger el multímetro y verificar si hay cortos o derivaciones a masa en algunos componentes: sensor de temperatura de aire junto al faro, sensor de temperatura de motor en el cilindro horizontal, bobinas... nada, todo está fetén. 

A veces las motos fallan porque no les llega la corriente constante o correcta, de modo que reviso someramente el alternador, del que salen tres cables, y parecen estar bien, así como la clema de unión con el regulador/rectificador. He intentado arrancarla para comprobar el funcionamiento del regulador, pero me ha resultado imposible mantenerla funcionando... el problema se agrava. Cada vez que la he usado un poco, ha ido funcionado peor y peor. Ahora ya ni arranca.

Me queda una última carta para jugar, pero necesito más tiempo y calma para dedicarme a ello: meterle mano al interior del depósito de gasolina y verificar que los tubos de gasolina son estancos, que la bomba funciona como es debido, que el filtro no está atascado. 

Seguimos en la brecha.

jueves, 4 de julio de 2019

Tool, Lisboa




Pasamos una vez más por la vía reservadas a usuarios “aderente”, pronto llegaremos a cruzar el puente que nos lleva a España. Así termina estas vertiginosas veinticuatro horas que empezaron con una promesa hace seis meses, el día que Mariano me dijo que las entradas estaban agotadas pero que si alguien fallaba me avisaría para ocupar su lugar.
Sucedió. Sin pensarlo me apunté.



Vamos montados en un vehículo de alta velocidad sostenida, no políticamente correcto desde el punto de vista del ecomedioambiente políticamente correcto. Fetén, como debe ser. 

Previamente, un extraño desayuno en la parte más moderna y cosmopolita de Lisboa, el nuevo distrito financiero, formado a partir del aprovechamiento de lo invertido en infraestructuras para la Exposición Universal de 1998: moderno, bien cuidado, verde, organizado y, sobre todo y muy importante-----> BELLO.
Nos habíamos despertado y duchado, algunos incluso tomamos el primer café, en un apartamento panorámico (aunque no tanto, si consideramos que estaba en la planta 8ª de 24), construido con buenos materiales. Un apartahotel asequible si se comparten gastos entre cinco sujetos aficionados al metal progresivo.

He aquí a los sujetos.
Desde las ventanas del piso podíamos ver a tiro de piedra el lugar de celebración del mayor espectáculo sónico-visual que jamás pude sentir en vivo. 

Pasamos una noche tranquila, pues no hubo exceso alguno tras el show, aunque algunos teníamos ganas, pero las circunstancias aconsejaron mejor dedicarse a descansar, cosa que hicimos agradablemente, en un sitio bien aislado y climatizado. Maravilla.
Me permití grabar un pequeño video desde una ventana:




Con la promesa de su nuevo lanzamiento el 30 de agosto, Tool se despedía tras una hora y cincuenta minutos de pura energía, fuerza, volumen, técnica depurada y un setlist digno de ser escuchado al menos una vez al día por el resto de nuestras vidas. Luz y color, punch en nuestros pechos con cada golpe de batería y bajo, éxtasis con los guitarrazos de Adam Jones, y expectación con la puesta en escena del showman James Keenan.

A continuación les dejo unos instantes positivados en formato electrónico, paralizados en el tiempo unos, y sucesión de fotopictogramas con sonido los otros, para que intenten imaginar lo que aquello pudo haber sido si llegan a estar allí con nosotros.