martes, 7 de noviembre de 2017

Maravilla Social Club

Con este peculiar apelativo podemos encontrar un local en la calle del mismo nombre, zona de La Macarena, en Sevilla.
Unos emprendedores jóvenes (sí, los cuarentones también pueden serlo), se animaron a montar este pequeño restaurante, que abre desde por la mañana para servir desayunos, hasta poner la cena a quien se pase por allí, dentro de una carta presidida por elementos de fusión con clara influencia de la cocina peruana, sin dejar de lado los productos típicos de la tierra.
Dispone de unas mesas en el exterior también. 
Fui con el limitador de velocidad y una pareja amiga, y nos acomodamos en una de sus mesas con diseño retro, o es que simplemente las han adquirido en un anticuario o en RETTO, no lo sé. Las sillas, a pesar de su aspecto escolar, no me resultaron incómodas del todo.
La decoración del local sigue la misma línea de hacer parecer que las cosas son viejas, cuando no lo son en realidad. No resulta desagradable, pero sí me parece que se ha seguido una corriente del mainstream imperante que, opino, era obviable y deseable su olvido. Eso de usar adrede objetos que parecen clásicos pero que no lo son (por haber sido fabricados ayer), como todo el cableado eléctrico, es un viejo truco que ya me sé: se matan dos pájaros de un tiro, primero por dar esa estética buscada, y segundo por ahorrarse la farragosa obra de esconder la instalación, algo mucho más caro y delicado a la hora de reparar averías. Bueno, a este respecto habrá muchas opiniones, pero un ingeniero me enseñó hace mucho tiempo que sólo hay dos formas de hacer las cosas: bien y mal. Y apuesto un cojón y parte del otro a que los socios de este negocio tienen las paredes de sus viviendas perfectamente impolutas de cables, cajas de registro y demás.
Volvamos a lo que más importa en un restaurante, la comida. Regado con un vino tinto muy agradable, tomamos cuatro raciones o platos para compartir: una ensalada tibia con langostinos y otras cosas; un arroz negro con alioli y romescu; carpaccio de atún con una salsa a base de un producto picante de origen sudamericano; y presa ibérica que era como un tataki (por lo poco hecha, cocinada así adrede, no crean) con un aroma especial. De postre, una selección de tres tartas: limón y merengue, queso, y chocolate. 
Sinceramente, no lo esperaba: me gustó todo muchísimo. Llevaba meses, incluso un año, demorando mi visita a este sitio, y ahora me arrepiento por no haberlo hecho antes, aunque es comprensible porque vivo a cien kilómetros y se da la circunstancia, además, de la principal y quizá única pega del Maravilla: la ausencia de lugares disponibles para depositar el medio de transporte. 
El aparcamiento público de Escuelas Pías (que es horrible en su distribución y tamaño de plazas) estaba completo, así como otro al que fuimos, uno cerca de la Plaza de la Encarnación, que al encontrármelo también ocupado me obligó a circular con mi vehículo particular por calles destinadas sólo a servicio público. Circular por el centro de la ciudad es una locura, si no imposible para el ciudadano medio. Desplazarse por Sevilla, da igual la hora o el día, es una odisea, aparcar es un acto de fe o una lotería.

No me gusta hablar del precio, pero tengo que hacerlo, porque me resultó grato pagar alrededor de 65 € por una cena para cuatro personas que no estuvo nada mal, ni en cantidad ni en calidad, con vino y postres.




Detalle nefasto: un par de picaplastas de nata en el plato de los postres. Por favor, esas catetadas están fuera de lugar en un restaurante digno de ese nombre en el siglo XXI, aunque pensándolo bien, quizá lo hagan adrede, como lo de la decoración a base de cosas que no son viejas pero lo parecen.



La atención del personal fue perfecta, siempre una sonrisa y muy amables. Los tiempos de espera más que correctos, cosa en la que falla el 90% de los lugares para comer. El sitio, salvo lo indicado sobre el aparcamiento, es ideal para este tipo de negocio. Llegar allí exige siempre un paseo por estrechas y antiguas calles de un barrio histórico sevillano, pasando por placetas, iglesias y esas cosas que uno espera ver en Sevilla.

Totalmente recomendable.

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