viernes, 1 de marzo de 2019

días blancos

Aprovechando un par de días en que el cuervo menor vacacionaba entre semana, nos pegamos un relativo madrugón (madrugón para mis acompañantes, no para mí que acostumbro a amanecer a diario a las seis de la mañana), para coger carretera y manta, literalmente, en dirección a Pradollano, urbanización en término de Monachil, donde se ubica la más grande y meridional estación de esquí de Europa. 
El día vino con nubes, y con pronóstico de chubascos posibles, cosa que ocurrió, y fue de menos a más, hasta que se convirtió en algo tan inclemente que tuvimos que irnos después de un par de bajadas tras parar para tomar un tentempié. 


A pesar de la nevada, no había mucho viento, pero la visibilidad era regular. No hizo especial frío, y la nieve se encontraba en buen estado incluso para evolucionar grácilmente con una tabla de snowboard bajo mis pies. 

En este punto tengo que señalar que hacía dos años que no pisaba Sierra Nevada, y me he encontrado mayor. La elasticidad abandona mi cuerpo, y he tenido que condurar mis reservas energéticas para no desfallecer demasiado. Aún así, puedo seguir disfrutando de las curvas y desniveles,  y aunque al principio no iba muy seguro, enseguida cogí confianza. Todo esto no es difícil si tengo que ir esperando constantemente a mis acompañantes, menos duchos que un servidor, y en escasa forma física.

Tras pasar tarde y noche en el pueblo de Monachil, donde tenemos casa de un familliar, volvimos a la carga el día siguiente, con un Sol en pleno apogeo. Días así son los que han convertido a esta singular estación en un proyecto muy atrativo, pues con la nevada de la tarde anterior, teníamos una combinación de temperatura agadabilísima y nieve en perfecto estado, permitiéndome aventurarme fuera de pista varias veces, notando asombrado cómo me hundía hasta las rodillas si bajaba un poco la velocidad, y viendo por el rabillo del ojo salir spray de nieve en polvo en las curvas... ¡realmente sensacional!





Pepe fue de menos a más, en una rápida y segura progresión, pero iba muy cansado, no está acostumbrado a hacer tanto ejercicio. Disfrutamos muchísimo los dos, y yo le animaba constantemente a que bajara de toeside y a que me acompañara en mis incursiones fuera de pista. Grandes risas y gritos, algunas caídas y más risas. Exploramos gran parte de la estación, visitamos la zona de la Laguna de las Yeguas, pero allí la nieve estaba peor, había más placas de hielo y no nos gustó.
Subimos a la zona del Observatorio:



Incluso nos atrevimos con el punto más algo, el Veleta, desde donde tomé esta imagen en la que se ve Borreguiles allí abajo, muuuuuy lejos. Desde allí arriba hicimos una larguísima bajada non stop, empalmando con la pista del Río hasta Pradollano, lo que significa prácticamente seis kilómetros. 

Desde el Veleta les saludo
A hora prudente, y antes de agotarnos del todo, decidimos retirarnos. Devolvimos los útiles alquilados, fundamentalmente las tablas, y nos pegamos un merecido homenaje en Crescendo, un menú a base de sus especiales hamburguesas aderezadas con guacamole.




Una experiencia notable, pero aún quedaba la dura vuelta, un trayecto de varias horas hasta casa. A pesar del cansancio y la paliza de coche, es una de las muy pocas veces que he llegado de vuelta con muchas ganas de repetir, pero la verdad es que no sé si tendremos ocasión de hacerlo de nuevo esta temporada, tanto por disponibilidad de tiempo como de dinero, porque nunca se me olvida la famosa frase que le dijo un vendedor de El Corte Inglés a mi padre, siendo yo pequeño, cuando éste resopló y casi silbó cuando le dijo aquél el precio del conjunto de botas, esquís y chaquetón plumífero: "este es un deporte para potentados, señor". Sólo el forfait de dos días para los tres que íbamos nos costó 254 euros. Toma castaña pilonga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.