domingo, 2 de diciembre de 2018

Humos, atascos, derechos y deberes.

"Hay gente que ha elegido renuncia activa hacia sus libertades e imposición de sus ideas hacia los demás, y empiezo a estar verdaderamente quemado. Es a nivel mundial y es cada vez más notorio, aunque igual soy yo que me estoy haciendo mayor y siempre ha sido una evolución propia de la sociedad el tener esta lucha interna entre individuos, y yo no lo sabía."

En esos pensamientos iba yo enfrascado mientras corría lentamente (aprecien, por favor, la figura retórica estilística) por mi ciudad. Correr a un ritmo moderado y conscientemente fácil y cómodo es algo adecuado para mi salud, como la experiencia me dicta. Llevo corriendo desde los trece o catorce años, lo que significa mucho tiempo, muchos kilómetros... y muchísimas horas pensando. 

Mientras uno corre, puede abstraerse, divagar, filosofar, o simplemente dejarse llevar por la corriente de personas que circulan por las mismas aceras y parques. También se puede observar, y yo lo hago. Estudio mi ciudad, la miro y remiro, y aunque el hecho de frecuentar casi siempre recorridos similares hace que en general pase desapercibido (por convertirse en costumbre) el orden ciudadano, siempre me llama la atención la organización de las calles de cualquier enclave humano, y me resulta atractivo, sugerente, pensar y soñar en los porqués y los cómos se ha llegado a la configuración actual, y también soy dado a figurarme hacia dónde se dirigirá la evolución. 

Vivimos en tiempos un poco convulsos en ese aspecto. Parece que los poderes públicos se han puesto de acuerdo en dirigir la marcha de la movilidad y el transporte individual desde cero. Hasta ahora se han limitado a arreglar más o menos los desaguisados provocados por la avalancha habitual de vehículos que quieren hacer uso del suelo asfaltado público. Pero ahora van a la raíz del asunto: nos están diciendo qué vehículo debemos comprar si queremos poder circular por nuestras calles, por nuestras ciudades, bajo unos criterios no demostrados de ecologismo y limpieza. Y además, por dónde y cuándo podemos o no podemos, y eso de manera diferente (y casi arbitraria) en cada ciudad, casi volviendo a una organización tipo "ciudad-estado" propia de la Edad Media.

Ah, la ecología, ese leit motiv de finales del siglo XX y, por lo que hororizado veo, lo que llevamos del XXI. Y va a peor. La lista de ignominias practicadas en su nombre es tan extensa, que me da náuseas sólo pensar en ello. 

Pero vamos al asunto que motiva esta entrada. En mis sucesivas carreritas a pie veo cosas. Como buen ciudadano, y partiendo de la base de mi ideologia anarquista, que también tiene su derivación social, de orden y método, me gusta imaginar cómo mejorar mi vida y, de paso, la de los demás, mis vecinos y conciudadanos. Porque el anarquismo es algo más que aquellas consignas que veíamos pintadas en las paredes en los años 80 (sin rey ni amo, poli bueno es poli muerto, etc), de hecho aquellas pintadas obedecían más a la confusión mental de algunos retrógrados de la izquierda más rancia y radical que nada tienen que ver con los verdaderos ideólogos del anarquismo verdadero. De todos modos, hay tantos tipos de anarquismos que me aburro de explicarlo a quien a veces tiene el valor de preguntarme. Como quiera que no es el tema de la entrada, paso de largo y sigo. 

Hay en mi ciudad un campus universitario que pasado el horario escolar se cierra. Y digo que se cierra con todo el sentido del mundo: está enteramente rodeado con un vallado especial, y tiene algunas puertas de entrada y salida, tanto para vehículos como para peatones. Bien, supongamos que a las 21:00 horas se cierran esas puertas, y queda todo el campus en silencio y vacío de seres humanos. Pues algunas de esas puertas destinadas a vehículos están reguladas por semáforos porque dan a avenidas principales. Y si les digo que durante las horas en que está el campus cerrado esos semáforos siguen cumpliendo religiosamente su ciclo de verde-ámbar-rojo indefinidamente, ¿me creerían? He ahí la cosa.

Hay una avenida principal, la arteria más importante de entrada y salida de la ciudad, en la que se hace parar el tráfico una y otra vez, y otra, y otra... para dejar paso a ....  ¿lo adivinaron? Correcto, a nadie. Porque ese semáforo que se pone rojo en la avenida para dejar paso a los que salen de la Universidad es inútil durante esas horas. ¿Qué consecuencias tiene esto en el tráfico? El momento en que más contamina un vehículo es cuando está parado esperando para arrancar de nuevo. Un semáforo en rojo con coches que se van acumulando uno detrás de otro, en una avenida de tres carriles, sin ningún motivo, es algo aberrante, es casi delictivo por parte de los responsables. Y luego llega el momento de la arrancada, en que el humo se acumula, los acelerones causan más molestias en forma de ruidos, y además, el sinsentido de esperar provoca malestar en el ciudadano. Los habitantes de los edificios colindantes deben estar encantados, sobre todo en los largos meses de verano y cuando el buen tiempo invita a tener las ventanas abiertas. El horror.

Todo lo que sea alterar la velocidad del vehículo es perder energía, como ya aprendimos de pequeños cuando nos enseñaron las leyes de la termodinámica (¡gracias, Newton!), pero está claro que los políticos se saltaron esa clase.

Frenar para tener que acelerar es de malos conductores. Tocar el freno es costumbre negativa y algo de malos conductores cuando se va en carretera, por ejemplo, y hay que sustituirlo por la anticipación y la adecuación a la velocidad que la vía permite, quitando excepcionales casos de emergencia y lógica. Sostengo y mantengo ante el tribunal que haga falta que una de las peores lacras que tiene la sociedad de hoy es que no hay buenos conductores (bueno, tiene que haberlos, claro, pero son minoría), nos enseñan a aprobar el carnet, y a partir de ahí cada uno se dedica más o menos a sobrevivir en una selva en la que estamos rodeados de peligros, depredadores que se quieren colar en cualquier hueco, falta de cortesía, y desde luego mucha escasez de sentido común. Es decir, que se conduce no pensando en el todo, sino en mi coche, mi viaje, mi destino, y el que va al lado, delante y detrás, que se jodan.

Pero una cosa es cometer esos errores de motu propio porque uno es torpe, inexperto, inútil o iletrado, y otra cosa muy diferente es cuando eres obligado a ello por poderes políticos sin ningún sentido.

Después de esta diatriba catártica, les cuento un poco más el asunto del arreglo de algunos desaguisados. Ese caso de semáforos que siguen cortando, parando la circulación innecesariamente, es una isla en la polinesia de errores garrafales, caos circulatorio y meteduras de pata en que consiste la regulación del tráfico en mi ciudad. Unos fallos son más evidentes que otros, pero hay están. Yo soy un mero ciudadano sin estudios especializados en matemáticas (porque sepan ustedes que todo el asunto del tráfico, rotondas, semáforos, puntos de ceda el paso, stops, pasos de peatones, etc, está regulado por algoritmos matemáticos), pero me tengo por observador avezado y persona cabal a veces, y salta a la vista del ser humano de inteligencia media que con un pequeño cambio aquí y otro allá, la cosa podría ser muy diferente.

De modo que se me ocurrió una idea, en mi ignorancia de cómo funciona el mundo en ciertas cuestiones, claro. Me dije, "joder, voy a hacer un listado de puntos conflictivos y cómo se podrían resolver o, por lo menos, mejorar; y luego voy al Ayuntamiento y hablo con quien corresponda y expongo el asunto".

JAJAJAJJAJJAJAJ

De locos está esto lleno, y yo soy uno más. Sólo uno más. Las cosas no se hacen así, no se pueden hacer así. Uno no llega al Ayuntamiento, solicita hablar con el concejal de movilidad, o peor, si quiero ser más ambicioso, propongo una reunión con los responsables de movilidad y medio ambiente (o transición ecológica, ainssss), y les sueltas tus propuestas. No. Así no. Eso no tiene sentido, ellos no están ahí para eso, y además ¿quién soy yo para decirles a ellos cómo han de hacer su trabajo? ¿Ein?

Resultado de imagen de encoger hombros

Y yo sólo quiero ser útil, hacer algo por la comunidad, por la ciudad, mi ciudad. Mejorar la calidad de vida del pueblo, sin más. 

Trabas, inconvenientes. Honor herido, insultado, no se admite que venga uno y me diga cómo hacer mi trabajo, mi obligación, aunque claramente sea mejor y ayude. Da que pensar.

Opción dos. Paso a un plan de ataque más ambicioso. Aquí lo que manda es el dinero, y punto. Pues monto una empresa, pongamos "Clean Movility, S.L.", hago todo un dossier de diversos puntos conflictivos, sus posibles soluciones, alternativas viables, planes de inversión si ha lugar; todo ello bien fundamentado con números, estadísticas, datos reales, ejemplos plausibles, explicaciones claras y entendibles para el lector medio de EGB, incluso de LOGSE (me adapto a lo que haga falta). Y voy y se lo vendo al Ayuntamiento. 

Nuevo error. El Ayuntamiento no puede comprarme eso, porque debe pasar por una criba que busca la limpieza en las inversiones, los gastos. Habría que convocar un concurso público con lo que ello implica: tiempo, dinero, competencia con terceros que ahora se arriman a este ascua, y todas esas cosillas que pasan en los concursos, ya me entienden. ¿Para finalmente adjudicarse a? Ummmm, no quiero ni debo pensar mal. Aún así, bueno, soy un idealista. Conozco a una persona que tiene un alto cargo en el Ayuntamiento... y le dejo caer que tengo una idea, una propuesta, que puede ser algo bueno para la ciudad, le digo expresamente "para mejorar la ciudad, la vida en esta ciudad". Porque mi idea, recuerden, era hacerlo gratis et amore, eh. "Uy, eso está muy bien", me contesta, "precisamente en unos días se va a abrir plazo para un plan de movilidad" (un concurso, una especie de subasta), "pero no lo va a hacer el propio Ayuntamiento, sino XXX (que es la empresa pública encargada del transporte público). Ya te aviso yo cuando salga".

Me quedé con las patas colgando, que lo sepan. Y uno saca varias conclusiones, a cual más decepcionante. La primera es el muro burocrático que rodea el acceso a cualquier cosa de la Administración. Otra es el mangoneo de dicha Administración: para hacer un contrato con terceros, el Ayuntamiento tiene unos límites, unos topes económicos que si se superan hay que aprobarlos en el Pleno del Ayuntamiento (problemas porque, claro, hay que exponerlo en público, ante los concejales de la oposición, y hay que aprobarlo por mayoría, etc). Hay dos maneras de salvar este escollo: una es no hacer contratos por encima de este tope; la otra es que esos contratos lo haga una empresa pública en la cual se delegan tales responsabilidades. Eso es una vergüenza, pero es lo que se viene haciendo desde hace cuarenta años. En este segundo caso, supongo que la Ley obligará a publicar una convocatoria, claro, pero no me cabe duda de que eso está ya adjudicado hace tiempo (afirmar algo así es tener un prejuicio muy grande, pero uno ya tiene una edad y una ligera idea de cómo funciona el mundo).

Por supuesto, a mí nadie me ha avisado aún de esa convocatoria, ni sé siquiera donde se publicaría (¿en el BOJA? ¿Mediante edictos en el tablón de anuncios del Ayuntamiento? ¿por wassap?).

Así que aquí me hallo, triste y frustrado. Me he empapado de fórmulas logarítmicas, he leído numerosos trabajos sobre mejoras y ratios y modos de abordar el problema de atascos, incluso llegué a hacer un esbozo fundamentado filosóficamente. Todo para nada. 

Bueno, me queda afiliarme al partido, meterme en el organigrama, alcanzar un puestito en Diputación o el Ayuntamiento, entablar amistad con el concejal, y darle a la tecla adecuada en el momento justo.

Y mientras tanto, aquellos cuyo trabajo (como servidores públicos, no lo olviden, puestos ahí por nosotros para que lo hagan, para que mejoren nuestra ciudad, para que nos sirvan) es precisamente hacer lo que yo iba a proponer, ¿a qué coño se están dedicando? 

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