viernes, 9 de febrero de 2018

Todo no es lo que parece

He tenido ocasión de probar un nuevo vehículo. Nuevo para mí, claro.
Tal que éste: 

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El Seat León ha tenido una trayectoria bien definida en los muchos años que lleva fabricándose, y vendiéndose bastante, siendo siempre llamativo para un público joven que busca prestaciones, una mínima fiabilidad, y sobre todo bajo precio. A los que no les llega para el Golf, o piensan que el de Wolfsburgo es para puretas, les hace mucho tilín el León. 

En este caso, el modelo probado presenta algunas peculiaridades, no es cualquier León, sino un ST (la versión "ranchera", vaya), y además en acabado FR (siglas que tienen su origen en las palabras Factory Replica, un nivel por debajo del CUPRA en equipamiento y prestaciones). Como quiera que ahora CUPRA se va a establecer como marca independiente (como ya hicieran Fiat y Abarth, por ejemplo), este cochecito puede considerarse como el tope de gama. La versión es un dos litros alimentado por esa cosa asquerosa que usan las calderas, 150 cv, y cambio de seis marchas automático de doble embrague propia del grupo VW, con toda la parafernalia electrónica al uso encaminada a tener bajo consumo y emisiones ridículas. 
Por dentro no está mal, Seat ha cambiado mucho:

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El puesto de conducción es agradable, todo cae a mano, y presenta opciones de conectividad con tu celular acordes con los tiempos. Los asientos son cómodos y sujetan sin molestar. La palanca de cambio en su sitio, aunque tampoco importa pues una vez puesta en D, ya no la volverás a tocar. 

Los acabados, materiales, tacto, ajustes, son bastante dignos. Si le quitas el emblema del volante, realmente no me atrevería a asegurar que voy en un Seat, sino en algo más. La diferencia de precio con las gamas superiores (Golf y A3 en este caso), van por otro lado, como insonorización, y los materiales usados en sitios puntuales. Ahora cada cual debe valorar si quiere pagar los más o menos 3000 euros que supone cada escalón, tanto por apreciar esas diferencias, como por imagen de marca. Es un debate, de todos modos, en el que no quiero ni debo entrar ahora.

El León es agradable de conducir. El auto es suave y dócil, y sus siglas FR, antaño seña y distintivo de deportividad, se han aburguesado mucho. El motor no asusta ni lo más mínimo, hace ya mucho que dejó de ser brusco y hasta violento en algunas versiones. Tuve un Altea XL con una versión más antigua de 140 cv, y la impresión era de un tacto más deportivo, más duro.
En cambio, el ST se deja conducir sin pena ni gloria. No es que no ande, que lo hace bastante bien, con poco ruido, poco consumo, pero también poca alegría, sin emocionar. 
El volante es correcto, tanto, tanto, que no he notado nada raro. Ni me pareció grande, ni pequeño, ni grueso ni delgado. Tampoco vibra a ningún régimen. Ya les digo, la seda hecha vehículo anodino.
Coge las curvas sin despeinarse, bien amarrado al suelo por un chasis evolucionado y desarrollado durante décadas, literalmente, y pegado al asfalto por generosa monta de ruedas de 17". Ningún pero a los frenos.
El FR va de fábula, y sería un vehículo que sirve igual para la abuelita del pueblo, como para el niñato con carnet recién sacado, así de fácil y predecible es.

Eso sí, las plazas traseras son para dos adultos. Tres ya irían mal. Y el maletero, merced al volumen extra rancheril, es aceptable. Pero sólo eso, aceptable. En ningún caso se tirarían cohetes por este motivo. Las formas en chaflán aerodinámico no ayudan, pero supongo que mucho mejor que un León normal, que tiene que ser de pena, visto lo visto.

Desde 17.030 euros la versión más barata del aparato, que mejor ni mirar las especificaciones mecánicas y de equipamiento, llegamos a tener que abonar la nada despreciable suma de más de 27.000 euros. Joder. 

El León ST FR mola, pero hay que pagarlo.

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