lunes, 4 de diciembre de 2017

Puente lusoibérico: días 2 y 3

Enseguida, tras frugal y regular desayuno (lo primero fue consecuencia de lo segundo), ponemos rumbo a España. Siguen las magníficas autopistas de pago portuguesas, en este tramo final llenas de curvas, subidas y bajadas. El verde lo inunda todo, lo que será la tónica general de los siguientes días, a pesar de los meses sin lluvia que llevamos.

Nuestra llegada a Cee, tras bordear Vigo y atravesar muchos viaductos y puentes, nos llena de emoción. No puedo quedar impasible ante el despliegue de belleza natural de esas enormes entradas del mar en la irregular costa da Morte. Cee es una pequeña localidad unida a otra llamada Corcubión. En esta última almorzamos, en Mar Viva, donde puedes elegir el pescado que luego te cocinan. Un pargo tan grande como exquisito, regado con ribeiro, nos satisfizo al máximo. Por la tarde fuimos a ver la cascada de Ézaro: 



Y después no podía faltar la obligada visita al cabo de Finisterre, punto final de la peregrinación a Santiago, dato que no todo el mundo sabe (mi propio limitador desconocía tal hecho, habiendo realizado el camino hace unos años). 


Café y vuelta al hotel, ya anocheciendo a poco más de las 6 de la tarde. Es lo que tiene viajar en invierno. 

El día tres lo dedicamos a ir en primer lugar a Muxía, lugar de máximo azote del chapapote hace unos diez años. Tremendo desastre ecológico cuyas huellas, aparentemente, han sido ya borradas. Es un pequeño pueblo, con una playa peculiar presidida por enormes piedras redondeadas y de cantos suavizados por millones de años del batir de las aguas atlánticas. 


El lugar es sombrío y un poco triste. Será por la época del año, supongo, pero toda la región galega me ha ido dando la misma impresión, y eso que hemos tenido unos días soleadísimos, aunque fríos. 
Las carreteras, a pesar de la ausencia prolongada de precipitaciones, y el sol omnipresente, aparece húmeda en su mayoría, y realmente mojada si atraviesa zonas boscosas y umbrías. 
El recorrido de cientos de kilómetros por el interior y bordeando la costa, ha sido placentero hasta niveles casi orgásmicos, curvas y más curvas de un asfalto liso de buen agarre aún estando medio mojado. No quise achuchar más de la cuenta al V6 para no destrozar el ánimo del limitador de velocidad, en un equilibrio dinámico, todo un funambulismo del volante. Fantástica la ruta hasta llegar a Estaca de Bares, lugar tan bello como interesante:


Allí comimos en La Marina, lugar extraño, muy gallego, de apariencia cutre pero con unos platos de cocina casera y típica de gran calidad. Ella merluza. Yo no quería despedirme de la provincia coruñesa sin probar una chuleta de "cachona", una raza autóctona de ternera (de vaca, en realidad). Mereció lo pena. 




Antes, y a medio camino entre Muxía y Bares, arribamos a La Coruña, donde visitamos la Torre de Hércules, desde donde se goza de unas vistas inigualables de la ciudad y la costa que la rodea:


Nos internamos un poco en el centro histórico para tomar un aperitivo en la plaza de María Pita, histórica heroína local, presidida por el ayuntamiento y rodeada de antiguos edificios de arquitectura clásica, con soportales y multitud de bares y restaurantes. 
Un sitio al sol vale su superficie métrica en oro, pero logramos una mesita con buenas vistas y pasamos un ratito realmente agradable. 



Después daríamos un paseo por sus calles más comerciales peatonales. 
Bonita ciudad, cuidada, y su gente amable y simpática. 

Tras la copiosa comida en el puerto de Bares, otra kilometrada buena para el aparato proporcionador de sensaciones que convierte el fuego en velocidad. Atravesamos innumerables parroquias, pedanías, aldeas y otros tipos y clases de pequeñísimas localidades que invaden y pueblan la geografía gallega, para pasar a la vecina Asturias por autovía, está vez, por fin, gratis. 
Volando bajo, tratando de ganar minutos a la puesta de sol, llegamos a Luarca, y desde allí un desvío para internarnos hasta un pequeño y sorprendente hotel rural desde donde escribo estas líneas en la minúscula pantalla del aifón4. 

No me pidan más. Cuando llegue a Huelva haré una recapitulación, si procede, a los mandos más cómodos del laptop habitual. 
Mientras tanto, me despido y torno a descansar un rato, soñando con lo que me espera mañana. 

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