sábado, 2 de diciembre de 2017

Puente lusoibérico. Día uno.

Salimos sobre las 9:10 a.m. introducidos en el pequeño destechable, dirección Portugal. Autopista palante, la idea es llegar con luz diurna a Braga, setecientos y pico km más arriba.
Desayunamos cuando llevamos 217 km, en área de servicio. 
Hace frío, pero el día, no obstante, es soleado. 
La cinta negra se desliza a velocidad de crucero casi legal. El tráfico es casi nulo, y la pista, desde el desvío hacia el Norte tras superar las salidas de Vilamoura, presenta anchura y calidad para volar bajo con seguridad y sin contratiempos. 
Casi 25€ de peaje al llegar a la altura de Lisboa, más lo sumado en los pórticos del Algarve. Tela. El portagem nos acompañará en todo el trayecto de este día. 

Paramos a almorzar en Coimbra, ciudad bella, como casi todo el país, y también un poco decadente, con rastro y rasgos de mejores tiempos pasados. 

Bacalao a la parrilla y arroz con bacalao forman nuestro menú en Solar do Bacalau, donde nos despachamos bien tras el intento fallido de visitar Ze Manel, que presentaba una cola kilométrica de personas ateridas de frío esperando su turno para sentarse a sus mesas. 


Requesón con dulce de batata y miel nos dan la puntilla, y seguimos ruta hacia arriba en el mapa. 

Comentar que en Portugal se corre mucho en la autopista, casi todos me adelantan, yendo yo a 130-140. Sobre todo los Audises y Mercédeses. Pero el remate ha sido un exterior que me ha realizado un 911 en la circunvalación de Oporto: un futbolista que llegaba tarde a la convocatoria, fijo. 

Finalmente llegamos en el momento previsto a Braga, a céntrico hotelito. Con suerte tremenda aparcamos a escasos metros, y pasamos el resto de la tarde/noche paseando por el animado casco antiguo lleno de luces navideñas, música de villancicos, y gente animada. Una visita a la Se (catedral), bonita y antigua, y un par de sándwich para rematar. El frío de no más de 6 ó 7 grados nos hace recogernos antes de las 9, hora local, y meternos pronto en el sobre. 
Mañana más. 

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