domingo, 10 de diciembre de 2017

Periplo lusoibérico: 5 y 6

Por la noche, antes de acostarnos en Llanes, eché un último vistazo al medio de transporte desde la ventana de nuestra habitación.


Por la mañana, ésta era la vista, montañas nevadas al fondo:

Hacia Santander todo transcurrió con normalidad. Me pareció una ciudad señorial, ordenada, limpia. Anduvimos por los jardines del Palacio de la Magdalena, un enclave precioso en el que disfrutamos de las vistas y la variada arboleda:



Avanzamos hacia Oriente, hasta llegar a Santoña. Por casualidad, buscando otro sitio, preguntamos a un señor que se identifica como propietario de una fábrica de salazones, ¡oh, albricias! Así fue como don Arturo Blasan nos llevó hasta su nave, nos enseñó el procedimiento de fabricación de las famosas anchoas del Cantábrico, y pudimos hacer acopio de productos de primera que nos alegrarán mucho estas fiestas que se acercan. Santoña tiene, además, un magnífico paseo marítimo, y unas playas muy curiosas, además de un monumento cojonudo al primer astronauta español, señor Carrero Blanco, que era natural de allí.

Acabamos almorzando en Castro Urdiales algunas cosillas típicas de la tierra: Mejillones, jibias en su tinta, y merluza del Cantábrico asada. Postres dignos de un Papa, leche frita y arroz con leche que fueron la guinda del pastel para una comida estupendísima en el Asador del Puerto.



Con la proa del pequeño biplaza dirigida hacia las provincias vascongadas, pasamos de largo Bilbao. Quise entrar a ver Mundaka, pero era dar un rodeo excesivo para no poder disfrutar de las vistas de su famosa ola. Lamentablemente, o por suerte, el tiempo anticiclónico nos acompañó durante todo el viaje, lo que propició un constante sol y ausencia de viento, amén de mar plana. No me quejo. Por el mismo motivo abortamos al inicio del viaje la visita a Nazaré, al Norte de Lisboa.

Pasamos noche en Getaria (pronúnciese Guetaria), en la costa entre Zumaia y Zarautz. El alojamiento, llamado Xabin Etxea (cabaña, en vascuence), es un hotel rural a 1 km del pueblo, normal y corriente, donde nos atendió Goitz. Para vuestra tranquilidad os diré que es una chica, muy simpática y mona, acompañada de un inseparable galgo de color negro. 
Yo no quería pasar por las vascongadas, pero el limitador, en su inocencia, mencionó cosas como "los paisajes tienen que ser superbonitos", etc. No merece la pena pasar un rato poco bueno para disfrutar de un paisaje no más bello ni diferente ni especial que lo que habíamos ya disfrutado en Galicia, Asturias o Cantabria. 
El breve paseo nocturno por Getaria, terminado antes de tiempo, disipó todas las dudas, si es que las había. Yo, desde luego, no las tenía.
Nada ha cambiado en el día a día, en lo cotidiano, en el odio, el rencor, la ira. La estulticia, la falta de miras, de sentido común. Yo siempre he repetido lo que leí hace muchos muchos años: el nacionalismo se cura viajando. Porque esa frase implica lo que es, que el nacionalismo es una enfermedad que puede alcanzar a una parte importante de la sociedad. Una enfermedad que ha llevado a guerras mundiales, y civiles. Y paro aquí. 

 Nos levantamos en una fría mañana con pocas ganas de desayunar. Sólo quedan unas ganas tremendas de salir pitando a San Sebastián. Ciudad grande, edificios modernos, bahía curiosa y bonita, bonita playa en la que, mientras paseamos bien abrigados, algunos nativos toman su baño matutino. Desayunamos muy bien en una terraza a pie de Concha. Sin más tomamos, por fin, dirección a España.



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