jueves, 26 de octubre de 2017

El verano interminable

Aunque la mañana amaneció bastante fresca, y en el indicador del cuadro de mandos del coche llegué a vislumbrar 13º C, todo fue un espejismo matutino: a mediodía en mi adorado Cabo de Trafalgar se disfrutaba de casi 30º y el Sol picaba de lo lindo sobre nuestras pieles desnudas cuando nos quitábamos parcialmente el neopreno mientras apreciábamos el frescor de un tercio de Cruzcampo en el chiringuito Las Dunas.

Un miércoles cualquiera, a finales de octubre, puede deparar sorpresas y emociones inesperadas. La expedición formada por mi persona, Julio, el maestro Lolo, y el aprendiz Juan, se completó con la aparición postrera de Francho y Luis Garrido acompañado de sus inseparables labradores negros. 
Pero no estábamos solos:

Vista parcial de la playa
Mucha gente, muchísima para una fecha tan poco señalada en el calendario. La mayoría eran extranjeros, mayormente alemanes. Los pocos kiteros habituales (sí, quiero considerarme uno de ellos, quizá peco de arrogancia) nos concentramos lo más a la izquierda posible, en plenos apartamentos. El viento muy asurado facilitaba esta labor de posicionarse en la zona en la que se originan las olas más grandes y mejor formadas del lugar, y pudimos disfrutar de una sesión que tardaré mucho en olvidar.
El centaurismo cometero es una sensación muy agradable, notamos que evolucionamos, que salen las cosas, y que la confianza en nuestras posibilidades y habilidad ha echado raíces.
Un día para recordar, que por supuesto pudimos rematar como es debido con una impresionante hamburguesa de retinto de la zona y los preceptivos botellines:



Deseando repetir la experiencia, sé que más pronto que tarde sucederá. Me siento muy libre ahí, en medio del mar, con la compañía de dos elementos tan fantásticos como el viento y el agua, cambiantes, adaptándome, feliz.

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