lunes, 3 de julio de 2017

El Señor de la Luz

Roger Zelazny ganó en 1967 el Premio Hugo, y estuvo nominado al Nebula. Es comprensible.

Sólo un año antes, también lo había ganado, como ya dije aquí no hace mucho, con la fantástica "Tú, el inmortal".

"El Señor de la Luz" nos lleva a un escenario que tenemos que ir descubriendo nosotros mismos a medida que vamos leyendo la novela, y que al principio nos puede desconcertar.
Se nos presenta al inicio, definitivamente, como algo relacionado con La India, y los personajes que van saliendo son seres mitológicos de la religión hindú, los mismo dioses Brahma, Krishna, Kali, Yama y etcétera.
Parece ser que la sociedad vive anclada en una especie de Edad Media, y digo una especie porque hay detalles sutiles, rarezas, que nos indican que no es exactamente así: existe una tecnología superior, tanto como para poder traspasar el alma de una persona de un cuerpo a otro, o construir armas increíbles, cirugía espectacular, naves voladoras y lo que haga falta, claro que todo eso sólo está al alcance de unos pocos, los llamados primigenios que viven en una ciudad sagrada como dioses, como esos mismos dioses antes nombrados, disfrutando de sus atributos y poderes merced a la tecnología que úncamente ellos disfrutan... mientras mantienen al resto del pueblo en la ignorancia y en la adoración a sus inagotables egos.
En esta situación aparece Sam, que tiene y ha tenido muchos nombres a lo largo de la historia de este planeta, que es también uno de los primigenios pero que no comulga con la ideología de sus congéneres. Es decir, es un rebelde, un luchador contra el poder establecido, y tiene una sola idea y obsesión: hacer llegar esa tecnología al pueblo y la eliminación del poder absoluto que detentan los dioses. ¿Les suena?


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Para lograr sus fines, Sam introduce el Budismo, como una forma de religión sin dioses basada en el amor, tratando de que los habitantes de este planeta, a largo plazo, cambien sus puntos de referencias morales y de respeto. Claro, eso es algo que puede llevar mucho, quizá milenios. Las cosas se complican, los dioses ven amenazada su posición, y finalmente estalla una inevitable guerra en la que las dos facciones se enfrentan sin misericordia, los que quieren perpetuar el statu quo de dioses, y los que quieren liberar al pueblo de ese yugo servil.
Todo ello, por supuesto, regado con humor ácido, situaciones pintorescas, alusiones a textos sagrados, y una prosa rica, espectacular, muy poética a ratos.

No cabe duda de que El Señor de la Luz es una obra magnífica, que aunque puede resultar desconcertante al principio, pronto se le coge el hilo y uno se mete en el universo particular que Zelazny ha creado. Considero que este libro es un imprescindible, y demuestra que hay muchos terrenos para explorar y desarrollar historias.

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