jueves, 4 de agosto de 2016

Stendhal y lo sublime

El síndrome de Stendhal (también denominado síndrome de Florencia o estrés del viajero) es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.

Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.

Se denomina así por el famoso autor francés del siglo XIX Stendhal (seudónimo de Henri-Marie Beyle), quien dio una primera descripción detallada del fenómeno que experimentó en 1817 en su visita a la basílica de la Santa Cruz en Florencia, Italia, y que publicó en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme».

Fuente: Wikipedia.

Valga como referencia que yo he estado en esa basílilca y la cosa no es pa tanto, la verdad. Esos artistas bohemios, muy finolis y criados entre algodones y prebendas, eran harto sensibles. 
También debo aclarar que el concepto del famoso síndrome me lo hizo notar mi amiga Helen, quien me habló de ello en el seno de una conversación sobre lo sublime. Ah, sí, lo sublime... algo tan excelso que se da en pocas ocasiones. Gracias desde aquí, amiga Helen, por iluminarme.

Pero hoy sí, mis escasos y habitualmente aburridos lectores. Hoy he alcanzado algo que debe ser aquéllo que llaman lo sublime, en el aspecto culinario, y es que tengo la gran suerte de compartir vida con una mujer que disfruta en la cocina, y disfruta haciendo disfrutar a los demás. Desde aquí mi más cierto y sentido homenaje a ella, mi limitador de velocidad, que hoy me ha preparado un manjar digno de reyes, de emperadores, todo ello sobre la base de esto:

productos de la mar, frutos del mar se les llama en inglés
Unido a un espectacular caldo, y el arroz correspondiente, fue la excusa perfecta para estrenar el recién adquirido perol de barro: 


Manjar divino, me atrevo a afirmar, elevando a categoría capitolina la calidad de lo puesto sobre la mesa frente a mí. He disfrutado muchísimo, saboreado cada cucharada. He cerrado los ojos y me he visto trasportado al Valhala, he alcanzado el Nirvana, el Edén... Sirvan estas metáforas para transmitir mi goce.

Gracias, Espe. Soy afortunado. Soy feliz.

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