lunes, 28 de diciembre de 2015

los riesgos aceptables y la inevitabilidad del dolor

Creo que fue Ayrton Senna quien dijo aquello de que uno tiene un límite, y empuja y persevera y se empeña en superarlo, y cuando por fin lo consigue, aparece otro límite un poco más allá, y entonces todo vuelve a empezar, y así en un ciclo inagotable. Claro, él murió joven, desgraciadamente, quizá intentando superar uno de esos límites, y nunca llegó a su techo. Posiblemente.

Pero no todos somos Ayrton Senna, está claro, y por fue uno de los mejores (para muchos el mejor) pilotos de Fórmula Uno de la historia.

Pero cuando descendemos a niveles más terrenales, y alcanzado cierto momento en mi trayectoria vital, uno se plantea el asunto de los límites esos. ¿A quién no le ha pasado?

Yo, como practicante de diversos deportes, muchos catalogados como "de riesgo", he sido siempre muy consciente de mis límites, y eso a pesar de que las lesiones no se han cebado conmigo especialmente. Pero reconozco que asocio la búsqueda del límite con la inevitabilidad del dolor. Es un hecho comprobado. Si buscas el límite haciendo descenso en bicicleta, tienes todas las papeletas para romperte huesos, dislocarte hombros, partir rodillas, despeñarte, que se te cruce un pino, etc. Y todo eso es doloroso.
Si te gusta buscar esas décimas al cronómetro rodando en moto en un circuito de velocidad, antes o después arrastrarás por el suelo. Con suerte, todo se salvará con un mono raspado, y un carenado y semimanillar o estribera echados a perder. Con menos suerte te puede atropellar otro piloto y partirte el fémur en cuatro partes...

Pero los límites seguirán estando ahí. Y el dolor está siempre presente en lo más profundo de tu cerebro si ya has pasado por ese trance alguna vez. Hay que saber escuchar al cuerpo, lo he dicho muchas veces, y saber retirarse cuando aún estamos a tiempo. Pero reconozco, igualmente, que a menudo somos muy brutos, y en la vorágine del esfuerzo, con la adrenalina corriendo a borbotones por nuestra sangre ávida de sensaciones, podemos cegarnos.

Así, por ejemplo, son muchos los que se lesionan por correr más allá de lo recomendable, o de lo posible a ciertas edades y careciendo de la preparación adecuada. Y luego está el mundo Youtube. Los videos han hecho mucho daño. Y una cámara hace mucha pupa también. No hay más que ponerse a orillas del agua en una zona de kitesurf con cámara en ristre, para que los ególatras de turno presenten su paupérrimo espectáculo agolpándose para sacar el más extremo truco en zonas que casi no tienen agua...

¿Qué nos empuja a querer superarnos constantemente? ¿En verdad el dolor nos frena? ¿Influye el dolor por igual en todas las personas? ¿Por qué algunos se pirran por medirse con los demás y otros pasan absolutamente del rollo competitivo?

A veces, en verdad casi siempre, paro en mi actividad deportiva por unos momentos e intento sentir.

Para sentir es importante conocer que significa la pausa.
La pausa es la capacidad de detenerme y verme, sentirme. La pausa implica silencio interno. Y la propia progresión de una sesión de kite o bici, o un viaje, o una carrera a pie, nos va llevando a la calma y al silencio, Entonces eso que siento he de absorberlo, saborearlo bajo las bases de la pausa.
Así va naciendo la escucha, que es escuchar más allá de la mente bajo unas determinadas condiciones de introspección, que cuando convive con nosotros, la escucha se convierte en un estado de percepción, de uno, y del mundo.
Cuando descubro con asombro- sí,sí, todavía queda asombro en uno- que lo que siento, ese sentir, es tan mágico como real, voy introduciendo esas pautas, ese sentir, ese silencio, esa calma en mi vida cotidiana, y me doy cuenta que mi vida cambia hacia lo mejor de mí.
El sentir quita protagonismo al ego y eso es importante. El ego es indispensable, pero tiene su lugar. Somos más que ego. Y un camino para darnos cuenta de ello es abrir paso al sentir.

Doy las gracias desde aquí a mi gurú yóguico, Carlos Serratacó, por sus enseñanzas y guía. 

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