martes, 17 de enero de 2012

¿cicloevolución?

Desde que el hombre es hombre, siempre ha querido mejorar en todos los aspectos de la vida. Pero a veces, más no es necesariamente mejor.
Este concepto es aplicable a la bicicleta. Al contrario que en el submundo del ciclismo de ruta o carretera, donde el mayor avance de los últimos años ha consistido en pasar de nueve a diez piñones en el cambio trasero –aparte de las tímidas propuestas en cambios electrónicos-, en la bici de campo, quizá por sus peculiares demandas, el desarrollo ha sido imparable.
No es mi intención plasmar aquí con fotos, fechas y aburridos datos y nombres de inventores, la total evolución de este deporte, tan en auge hoy en día. A mí me parece bien el auge del deporte, pero suele ocurrir que, cuando hay una gran demanda de un producto, las compañías aprovechan el tirón para meternos con calzador sus “supuestas y mejoradas evoluciones” que, sin duda, incrementarán nuestro rendimiento y disfrute. Es el precio que hay que pagar por el éxito, sobre todo si el mundo de la transmisión está copado casi totalmente por Shimano, y el grupo SRAM poco a poco se ha ido haciendo más y más importante.
Claro está, en nuestra mano, la de los usuarios, se encuentra siempre la posibilidad de tragar o no.
Siempre puede uno ir un poco aparte del mainstream, hacerse el longuis, ir a mi rollo, llámenlo como quieran.
Entre ese batiburrillo de suspensiones multirregulables, bloqueables y de recorridos cambiantes al albur de no sé qué gurús de la tracción; de entre el montón de relaciones de cambio disponibles que pueden variar, según marca y modelo, y según lo que estemos dispuestos a pagar, entre el hoy comúnmente aceptado 3x9, el emergente 2x10, y los experimentos de cambios integrados en buje trasero de Rolhoff y Alfine; de las variadas combinaciones de frenos de disco, flotantes o no, de diferentes diámetros, con varios pistones y bombas radiales o axiales, y pinzas cogidas al cuadro en forma IS o postmount; y finalmente de los materiales a elegir en la fabricación del cuadro, donde el recurrente aluminio va dando paso a la fibra de carbono y otros compuestos, olvidándose ya materiales nobles como el titanio o el acero en sus diferentes calidades y propiedades; entre todo ese maremágnum de opciones, a menudo el usuario de a pie se pierde y le surgen muchas dudas.
El mundo de la bici de montaña es algo ciertamente especializado, y tiene tantos subnichos como prácticamente usuarios diferentes.
La bici a elegir depende de muchos factores, fundamentalmente de: forma física, experiencia en el deporte, pretensiones dentro de su práctica, zona por la que se desarrolle, y, sobre todo, la cantidad de unidades monetarias europeas que estemos dispuestos a gastar en un trozo de metal con dos ruedas.
Uno a veces reflexiona, y se pregunta porqué hay cinco bicis en el trastero.
Pretendo salirme de lo convencional, de lo anodino -aunque perfectamente válido y, para la mayoría, la mejor opción-.
Para mí, tener bicis raras no es una meta en sí misma, sino un medio, un aliciente para la práctica de este sacrificado deporte que, con el tiempo, he terminado amando. La bici significa mucho para mí, es cierto, aunque no más que otras aficiones que aún desarrollo o he tenido a lo largo de mi vida.
Siempre me ha gustado rodar, y lo he hecho y hago en todo tipo de objetos, engendros y máquinas diversas cuyo único requisito es tener ruedas. Así, he tenido patines, monopatín, patinete, motos, coches… incluso una vez fabricamos una tabla de windsurf con la base de un gran monopatín y funcionó!
Con las bicis, he elevado mi afición a deslizarme sobre ruedas a un nivel superior, o así lo quiero creer. He experimentado mucho, he buscado la proporción ideal de inversión y divertimento, he investigado en tamaños, formas, anchuras, alturas, longitudes, recorridos y número de velocidades. He sufrido y he disfrutado, he pasado calor y frío, sequedad y humedad, soledad y compañía.
El ciclismo me ha hecho más fuerte física y mentalmente, me ha ayudado en mi vida diaria y en la recuperación de mi rotura de fémur.
Concibo mi vida sin montar en bici, por supuesto, pero nada sería igual.
Por eso, mi actual proyecto, después de llevar dos bicis a casa de mis padres para poder pedalear cuando esté por allí los fines de semana, es montar, por fin, el cuadro Hei Hei del 94 que pillé en la eBahía un par de meses antes de mi accidente, hace ahora un año.

Pantallazo de la puja y adjudicación


Lleva dormido, apartado en el mencionado trastero, todo este tiempo, y creo que, ahora que Pedrito tiene la fiebre de montar cada minuto de su vida, ha llegado la hora de comenzar el puzle. Creo que tengo todas las piezas, y la cosa va a ir por darle unos tintes retro en cuanto a transmisión y frenos, y un poco de color rosa y lila para que me quede “modosita”.
Teniendo en cuenta la calidad de rodadura y la eficacia de mi otra Hei Hei, la singlespeed, quiero pensar que la nueva, con suspensión delantera y cambio de 3x8, va a ser un tiro por mis rutas habituales.
Tiempo al tiempo, espero poner pronto por aquí la correspondiente presentación pública del artefacto.


Recién desempaquetada tras su viaje desde la Gran Bretaña.



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