jueves, 14 de enero de 2010

caca

Caquita de perro.

Uno va por la calle, por la acera se entiende, que es por donde hay que caminar en las ciudades. Uno va, como iba diciendo, y no hace otra cosa que sortear colillas; papeles de la más diversa índole, tamaño y color; plastiquitos, bolsas, envoltorios de golosinas, chicles usados; hojas de árboles; losas trampa, sí, de esas que, cuando ha llovido las pisas y un chorrito sale escupido y se mete por la pernera del pantalón llegando hasta la mismísima ingle; y, cómo no, ñordas de perro.
¡Qué asco, joder! Qué puto asco de perro, de dueño del perro, de nosotros que lo permitimos, del alcalde a quien se la suda, de la policía que no cumple con su obligatoria tarea de sancionar, y de los servicios municipales de limpieza que no cumplen con su mínima –y nada complicada- tarea de mantener la ciudad en un estado decente de limpieza y salubridad.
Es algo repugnante, o sea que repugna.

Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe:
Repugnancia:
1. f. Aversión que se siente hacia determinada persona o cosa.
2. Malestar en el estómago que puede provocar náuseas o vómitos,producido por algo que resulta desagradable.
3. Aversión que se siente o resistencia que se opone a consentir o hacer una cosa:
4. FILOS. Incompatibilidad entre dos atributos o cualidades de una misma cosa.
Obviamente, me refiero a las dos primeras acepciones.

No sé en qué estado se encuentran las aceras y parques de otras ciudades, pero las dos que más y mejor conozco, Huelva y Sevilla, son lamentables en este aspecto.
Lo normal es que ocurra lo que decía Harry El Sucio en la primera y magnífica peli de su saga policial: o se las pisa, o se secan y se las lleva el viento.
En mi camino diario de casa al trabajo y viceversa –sí, lo sé, soy un privilegiado por poder ir andando al trabajo y tardar, a ritmo normal, 16 minutos exactos de reloj-, veo numerosas caquitas perrunas. Indefectiblemente. No recuerdo una sola vez que haya salido a pasear que no haya visto ninguna. Y vivo en pleno centro, donde se supone que los servicios son mejores. Y una mierda, valga la redundancia.





Comprendo que el can, como todo ser vivo, tenga que expulsar los desechos derivados de la ingesta y digestión de alimento, en forma de excremento maloliente y antiestético, transporte de enfermedades y parásitos. Todos lo hacemos. Incluso yo, amigos, cago al menos una vez al día. Hasta Beyoncee y Angelina Jolie lo hacen. Pero coño, lo hacemos en un inodoro, luego nos limpiamos el culo, tiramos de la cadena y nos lavamos las manos para borrar hasta el más ínfimo rastro de hedor.
Un perro no. Un perro caga donde le conviene y le guste, generalmente con motivos territoriales de marcación de zona, aviso a navegantes rivales, o reclamo sexual. Y punto. Puede ser en medio de una esquina, en el umbral del portal de tu casa, en el tobogán donde tu hijo pequeño juega por las tardes, o en el centro de la mismísima cocina. Normalmente con el dueño mirando hacia otro lado –para no ver la grotesca imagen de un rottweiler de cuclillas con gesto de esfuerzo, que es una imagen muy triste y graciosa a la vez-, silbando y haciéndose el loco. Lo correcto es, a continuación, recoger la cagada con una bolsita de plástico y depositar el regalito en el contenedor más cercano. Pero eso es molesto, humillante, denigrante.
Curiosamente, esas mismas personas que no lo hacen, no consideran molesto, humillante ni denigrante, el tener que andar mirando hacia el suelo –como si fuéramos unos encorvados viejos aquejados de reuma o artrosis- esquivando esas minas fétidas.

Hay que ser muy hijo de la gran puta para ser así. Oiga, si no es capaz de apechugar con las responsabilidades que conlleva el ser dueño de un animal en una ciudad, no lo tenga, cojones.
Si fuera alcalde, o concejal de medio ambiente, de urbanismo, de salud pública, o como quiera que se llame la concejalía de la que dependa tamaña irregularidad, cortaría de raíz con el dichoso problemita: prohibición absoluta de animales de compañía en el ámbito urbano. Ni uno. Ni perros, ni gatos, ni canarios, ni loros. Admitiría peces y análogos, que no hacen ruido, ni ensucian la calle.

Ah, y no se le ocurra nunca reprender a uno de esos impresentables cuando le sorprenda en pleno escaqueo. No se le ocurra decirle tampoco “hay que llevar el perro sujeto con una correa, señor, es obligatorio porque el perro es un animal impredecible y peligroso por naturaleza”, ni mucho menos al orgulloso dueño de ese perro de presa que todos sabemos aquello de “ponga un bozal a ese animal, señor”. Te contestan muy airados que “no, no, si mi perro no muerde”. No, oiga señor, no. Todos los perros muerden, igual que todos cagan. Otra cosa es que el suyo no lo haya hecho todavía, pero siempre hay una primera vez. Además, ¿usted no puede comprender, tan limitado es su entendimiento, que hay personas a quienes no les gustan los perros? ¿Que un niño pequeño puede sentirse asustado, que un anciano también?





Sí, que los perros caguen como es debido, pero que sus dueños lo recojan: no sólo es la Ley, es de sentido común.

2 comentarios:

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