lunes, 18 de enero de 2010


El Volvo S40.
Hoy voy a hacer algo diferente. Hablaré del Volvo S40.
Sí, Volvo es una de esas marcas de coche que pasan desapercibidas en la mayoría de los casos, supongo que la causa es sus históricamente anodinos diseños, cuadrados, pesados, prestacionalmente insulsos.
Pero hace unos cuatro o cinco años la cosa empezó a cambiar, y se atrevió a fabricar una berlina grande como el S60, a la que siempre he considerado como bonita o, por lo menos, elegante. Muy poco después vio la luz el S40, y su variante station wagon, llamada V50.



Igualito que este es el de mi suegra, oiga. Igualito

Este auto tiene una línea compacta a pesar de superar ampliamente los cuatro metros -mide casi 4'50 metros-, casi musculosa se podría decir. El frontal es inlcuso intimadante, y tiene un loable trabajo de diseño tridimensional. Me explico: la mayoría de los coches los puedes mirar y reconocer mirándolos de perfil, o directamente de frente. O ves su silueta desde un lado, o lo ves de frente. Los coches suelen ser planos, sin profundidad en el diseño. Pero con este S40 la cosa cambia un poco. El frontal puede ser visto desde un ángulo diagonal, un poco desde arriba, y hay sorpresas esperando. La línea de los faros se acopla a la sobresaliente parrilla que parece querer escapar, mientras que por los laterales tiende a resbalar aerodinámicamente. La imagen me recuerda a la de un pez cabreado, una especie de tiburón.
La parte trasera, el maletero, da impresión de solidez, sin duda. El coche está bien ajustado y rematado, a pesar de sus feas llantas de 16" de serie. Tengo que aclarar que el coche probado es un 2.0 diésel con cambio automático "powershift", que no es sino un autómático con convertidor de par de cinco velocidades de los de toda la vida. Nada de doble embrague, cambios rápidos de 7 u 8 velocidades ni cosas por el estilo. Esta motorización es compartida por Ford y Mazda, por cierto. He probado el mismo motor en un Focus, y la verdad es va realmente bien, corre mucho y gasta poco, que es lo que se espera de un motor de este tipo. Y punto.
Pasamos al interior del S40, y nos encontramos con una terrible decepción. Sí, la verdad. No hay nada especial dentro de un S40, y me esperaba otra cosa, sinceramente, dado el bombo y platillo que se ha querido transmitir con lo de la nueva era Volvo de diseño minimalista nórdico. Más bien era Ikea, diría yo: aspecto barato, terminaciones pasables. Aparte de la tablita "flotante" -que ni flota ni nada de nada, pues está bien sujeta por arriba y por abajo-, el coche es muy parco, anodino, espartano. La susodicha parte flotante, que alberga la botonera para controlar la radio y la climatización, queda bien o mal -depende del gusto del consumidor-, pero impide el acceso al típico hueco donde dejar llaves, el móvil, o vaciarse los bolsillos, hueco que queda detrás de esta pieza. ¿A quién se le habrá ocurrido la genial idea? Yo soy de los que estoy a favor de la forma, sin duda, siempre y cuando no vaya en contra de la función. Lo contrario es un error de bulto, pero aquí Volvo lo ha utilizado como un argumento de diseño, y además a convencido a miles de conductores que deben llevar ahí escondido el mando del garaje y no se acuerdan, cogiendo polvo per sécula seculorum. Amén.
El plástico abunda de un modo que atosiga y te deja indeferente a la vez. Por lo menos, el color claro -motivado por la elección del color exterior en azul oscuro, supongo- da impresión de amplitud y limpieza, algo es algo. Por lo menos, el tacto y funcionamiento de los botoncitos es bueno, agradable.
Claro, te dejaría indiferente si no hubieras pagado los 30.000 euros que cuesta este carro. Pero no es así. Uno no puede quedarse tan tranquilo habiendo pagado tantos miles de euros para recibir a cambio el interior de un Dacia Logan, sinceramente. Como parte buena, hay que decir que el coche, con 200 km en su marcador, no tiene desajustes ni vibraciones y ni grillitos -faltaría más, vamos-.


No, no se equivoquen: esto no es de serie, se llama R-Design, y cuesta caro.


No obstante, el Volvo es un coche cómodo, uno se acopla y enseguida se encuentra a gusto en él. Detrás pueden viajar dos personas muy cómodamente -si no son altas, porque la ventanilla trasera baja mucho, lo que me ha sorprendido en un coche de este tipo-, o tres personas apretadillas, que es lo normal en este rango de coches. Me siento a los mandos y, ¡horror!, el volante es más o menos del tamaño del timón de la Perla Negra, y me siento como el capitán Jack Sparrow. Es fino y de un diámetro intolerable, sinceramente. Los relojes, bueno, están ahí, pero en estos días, o en 2007 cuando se hizo el restyling, se debió arreglar con algo más modernito, no tan clásico. Se supone que es un diseño dirigido a padres jovenes -sobre todo el V50-, no a conductores pasotas jubilados a los que les da igual estos detalles con tal de que el coche les lleve con cierta eficacia al centro social más cercano para tomarse una cervecita con tus colegas jubiletas mientras juegas al mus. El color verdoso de su retroiluminación me recuerda a pelis de ciencia ficción de serie B, y al Volvo 340 que tuve hace ahora casi veinte años. Hay cosas que no cambian en Suecia. Mención aparte merece el batiburrillo de números pequeños y datos, en completa amalgama ilegible, apretados y minúsculos. Puede que sea cuestión de acostumbrarse, todo no va a ser como el display de mi SLK, o recurriendo a algo más mundano, a la sencilla, lógica y muy visible información que ofrece el espacio destinado a ello en mi Altea XL, sin ir más lejos.



El mismo tono y acabado del coche probado: miren la palanca de cambio y el salpicadero.

La palanca del cambio automático es horriblemente fea, su tacto es aún peor, y el material empleado para su construcción se asemeja a una raqueta de tenis de mesa de juguete comprada en el Carreful. Pero cumple su función, y por ello está destinado a ser tocada pocas veces: sólo al principio y al final de nuestro cómodo viaje. Menos mal.
Pasamos ahora a las sensaciones de conducción. El coche me ha sorprendido porque lleva una suspensión durita, no como el anterior S40, que era tirando a muy comodón, y flaneaba ostensiblemente en cuanto superábamos la velocidad legal permitida. En cambio, el actual S40 es un coche que se nota asentado, muy sujeto, con una dirección que transmite confianza. El coche va sin rechistar por donde le ordenas, tiene una estabilidad más que aceptable. El ruido del motor apenas se nota en el habitáculo, excepto parado en un semáforo al ralentí, que no puede evitar su origen de motor de tractor. Bueno, es un mal menor al que, por desgracia, ya esamos casi acostumbrados. No sé porqué mi suegra se ha comprado este coche en versión diésel, si no hace ni 10.000 km al año. Un dos litros de gasolina le hubiera salido más barato, es más silencioso y agradable de conducir.
Ya digo que en marcha, el ruido del motor no molesta, ni surgen extrañas o molestas distorsiones aerodinámicas a velocidad de crucero. Es muy placentero y se nota que está hecho para viajar porque uno va bastante cómodo, la verdad, y tiene esa resera de estabilidad que puede poner una sonrisa en la cara si se acerca un tramo revirado en la carretera de montaña. Pero sí que hay mucho ruido de rododadura. Lo he comprobado. Mi Altea XL está mejor aislado sin dejar de transmitir lo que pasa bajo las ruedas del coche. El Volvo, a pesar de montar la medida original de llantas de 16", en medida 215/55, que implica un buen perfil, quizá por la dureza de las suspensiones antes citada, repercute en el interior todo cambio de asfalto, juntas, piedrecitas, etc. No es que sea algo molesto, pero no es lo que se espera en este coche.

En cuanto a las prestaciones, seré breve: no existen. El coche es lento acelerando a partir de 120 por hora, lo que es muy molesto a la hora de adelantar. Y consume mucho para ser un inyeccion directa turbocomprimido del siglo XXI, casi 8'5 litros de media es mucho gasóil en los tiempos que corren.
En resumidas cuentas, este es un coche lleno de contradicciones: te promete modernidad, pero no es moderno; aparenta dinamismoy fuerza, pero es lento y duro. Quiere transmitir la imagen de un coche que escapa a los habituales rivales de fabricantes generalistas -Renault, Peugeot, Seat, Volkswagen...-, pero en verdad ha terminado convirtiéndose en el mismo tipo de medianía rodante. Es pura fachada, casi un sepulcro blanqueado.

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