lunes, 5 de noviembre de 2007

¿Qué se espera de un coche? Para la mayoría, su coche es un mero instrumento, un objeto casi imprescindible en nuestra sociedad, cada vez más abocada a la vida sedentaria, al placer del "dolce fare niente". Para ir al trabajo, aunque sean pocos metros.



Ciudades enteras atestadas de humeantes vehículos en cuyo interior, solitarios y adormecidos, habitualmente amuermados, un solo ocupante trata de avanzar entre la marea metálica de cada día. Para la compra semanal o quincenal o mensual. A primeros de mes los inmensos aparcamientos de los centros comerciales se atestan de ese peculiar tráfico de mateleros a reventar.



Los niños al colegio, el perro al veterinario, la abuela al hospital, los colegas de marcha... Incluso para ir a la semanal partidita de pádel en esa pista a quinientos metros de casa. Pocos renuncian a caer en la espiral interminable de pagos de precios aplazados, primas de seguro, Impuesto de Vehículos de Tracción Mecánica, ITV, Impuesto de Matriculación, gasolina, gasóil, neumáticos, aceite, revisiones, pinturas, averías. La lista de gastos es tan interminable como perpetua. Una hipoteca vitalicia que tenemos que pagar. El precio del progreso, dirán algunos.
Para otros, además, es la materialización de un status, la representación de una supuesta categoría social que, salvo casos aislados, no es más que un engañabobos con mayor o menor capacidad de endeudamiento.
Finalmente, para otros, puede que su coche sea un fin en sí mismo, un objeto de culto personal, idealización de una meta proporcionadora, per se, de satisfacción personal por el mero hecho de conducir, de disfrutar de esa actividad que puede convertirse en algo lúdico, idílico, o a veces incluso deportivo.



Es como el que tiene una motocicleta: algo tan irracional e inútil por su propio concepto, y a la vez tan maravilloso e incomprensible para aquel que no lo ha vivido nunca.

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