miércoles, 28 de noviembre de 2018

En familia

El viento viene y va a menudo de caprichosas maneras. Las previsiones tienen grandes márgenes de error, es un buen trabajo el ser climatólogo, no se exige acierto, o no como en otras profesiones. ¿Es, pues, correcto llamar a eso una ciencia inexacta? Curioso, pues se basa en modelos matemáticos, siendo la matemática la ciencia exacta por antonomasia. 

Esta vez la llegada de la brisa adecuada se retrasó, pero finalmente entró. Fui con mis cuervos a disfrutar de este domingo, ellos no navegaban desde el ya lejano mes de agosto, y nos reunimos una buena cantidad de amigos, además de numerosos extras y espontáneos forasteros, atraídos por el reclamo de la borrasca y el Poniente. 

Los niños son ya grandotes, y tuvimos que hacer un acuerdo, transacción, arreglo, para repartirnos las cometas que más o menos salió regular, porque andamos por pesos similares y eso nos penaliza a la hora de elegir al no tener dos cometas iguales, lógicamente.

De forma generosa, como corresponde a la figura paterna, no me hice mucho rato a la mar, y les dejé disfrutar a ellos. Yo, más bien, quedé bastante rato en la orilla, viéndome como en mi papel de pasajero en la corriente del tiempo, casi trascendiendo, subiendo a un punto de vista de tercera persona en la que podría, casi omniscientemente, abarcar todo el escenario de una sola mirada, incluyendo a mi persona.

Esperando a que los nudos suban
Resultando en general una experiencia positiva, ambos retoños quedaron contentos y suficientemente satisfechos con la experiencia. Era la primera vez para Pepe en estas circunstancias de borrasca y agua fría, y también la primera vez que lo hacía en otra playa que no fuera la veraniega Canaleta. 
Queda esta imagen entrañable para el recuerdo, y sirva como reafirmación de lo que ocurre por nuestras cabezas:

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