miércoles, 17 de enero de 2018

conversaciones (III)

Alcanzo con una breve carrera al Maestro cuando se dirige a la orilla, con la tabla de surf bajo el brazo. La arena aún se siente húmeda y fría bajo los pies tras la lluvia de la mañana.

- Oh, Iluminador, atiende mis requerimientos un instante, le suplico -casi grité mientras me acercaba-.

Detuvo su tranquila caminata y se volvió hacia mi persona con su sempiterna semisonrisa:
- ¿Qué te pica? -me pregunta-.
- Verá -mientras recupero el resuello-, me surgen tremendísimas dudas.
- Oh -mirando hacia las alturas-, a mí me ocurre constantemente, no creo que pueda ayudarte -y comenzó a girarse-.
- Pero... déjeme explicar... no se trata de...
- A ver -volviéndose hacia mí de nuevo-, venga, siempre estás con los rodeos. Aligera que la marea está en su punto bueno -mientras mira de reojo hacia el mar-.
- No sé muy bien cómo plantear la cuestión, pero... básicamente, ¿cómo estoy seguro de que lo que es, es? Es decir, ¿qué es la realidad?
- Eso en el caso de que exista en verdad algo llamado realidad, claro está -me espetó de golpe y porrazo, sin casi yo esperarlo, lo que no hizo sino azorarme aún más-.
 -¿Ein?
- Bueno, mi fiel cigoto de pingüino, ¿me sugieres, acaso, que te de ahora una clase magistral de epistemología? ¿Es eso?
- Uy -y no pude sino bajar la cabeza, humildemente casi triste-.
- Eso es de cultura general, y me remito a los miles y miles de tratados sobre tal asunto, trillado desde hace miles de años. No me gusta perder el tiempo con lo ya escrito...
- Es cierto que tiene que ver con ese asunto, pero no en su totalidad, sino de un modo más íntimo, más personal.
- Claro, la adquisición de la realidad es siempre algo único y subjetivo, y la sicología de cada individuo influye en el modo en que percibimos y digerimos lo que nuestro cerebro piensa que es lo real -y apoyó la cola de su tabla de surf sobre la arena mientras la abrazaba junto a su pecho-. Escucha, pequeña marsopa que se sumerge por primera vez en el océano, la realidad es algo muy complejo, y aunque hay señales que nos indican que hay algo que existe y que es común para todos los seres racionales capaces de verificarla, al mismo tiempo el carácter fuertemente maleable de nuestras creencias, deseos, condicionamientos y estado físico, da lugar a variaciones.
- Creo que voy entendiendo.
- Escucha bien esto que ahora te voy a decir, porque es un regalo que te hago, como a mí me lo hizo en su día mi propio antecesor, pues yo también albergué en su momento grandes dudas, sobresaltos, pesadillas incluso, con tan ardua cuestión: aquello que deseamos, rápidamente lo creemos, y lo que nosotros pensamos, imaginamos que los demás también lo piensan.

Ante tamaño despliegue de sabiduría, sólo salió de mi boca la siguiente exclamación: "¡Arrea!"

Y añadí:
- Entonces, corríjame si me equivoco, no podemos estar seguro de lo que vivimos, vemos, oímos, sabemos, creemos. No podemos estar seguros de la realidad. Y si todo lo que creo se basa en la realidad, entonces ¿de qué sirve creer nada? Si toda la estructura de saber se apoya en los cimientos de una realidad que quizá no sea lo que creemos que es, y de hecho varía -sea lo que sea lo que cada uno de nosotros cree- de una persona a otra, de una mente a otra, esté más o menos formada, sea más o menos inteligente... todo esto me lleva a, de un modo casi loco, pensar que algo llamado realidad no existe, o que no existe en el modo en que creemos que debe existir en un plano existencial verificable. Y si tal cosa es así... ¿de qué sirve hacerse estas preguntas? ¿De qué sirve la filosofía?

Una lágrima se escapa en ese momento de uno de mis ojos, recorriendo la mejilla sin afeitar. Enorme fue la tristeza que me invadió, y me sentí pesado como el plomo, viejo como las montañas, inútil como una lanza despuntada, torpe como un bebé humano.

Mi abatimiento fue tal, mi soledad interior tan enorme, que ni me di cuenta de que Aquel que Fluye con la Energía del Cosmos ya me había dejado solo.

Se introdujo tranquilamente en la revuelta orilla, pasó el rompeolas sin dificultad, remando con estabilidad y consistencia, y cuando llegó al punto exacto donde se levantaría el pico de la ola, se sentó sobre la tabla a horcajadas, en la mar plana que queda entre series. En ese momento, las nubes se abrieron lentamente dejando escapar unos rayos de luz que caían en vertical, como en la portada de aquel libro de religión del colegio de cuando éramos pequeños, iluminando precisa y exactamente el lugar que él, el Hombre que Vive y Sabe, se encontraba.

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