jueves, 4 de enero de 2018

conversaciones (II)

-Perdona, oh, maestro, que te interrumpa justo cuando vas a tomar tu baño de media tarde.

Lentamente el Hombre que Todo lo Sabe se gira hacia mí, con la toalla sobre un hombro, vestido con sólo un rústico taparrabos. Su mirada me interroga sin tener que abrir los labios siquiera.

- Hace muchos minutos, más de 60 -comienzo mi relato-, estaba sentado estudiando a los clásicos y, aún sabiendo que debo ejercitarme en el plano físico también, me sentí un poco reacio a dar el paso.
- ¿Y que pasó? Estoy en ascuas.
- Bueno, el caso es que lo pensé y repensé, quizá más de lo debido.
- Uh -levantando las cejas-.
- Finalmente me enfundé unas zapatillas de deporte y estuve trotando de cochineras maneras durante al menos 2.400 segundos. Me alegré, a pesar de mis iniciales reticencias, el resultado ha sido positivo no sólo para mi cuerpo, sino también para la mente.
- En fin, ya sabes, querido jabato que retoza en el barro, que el deporte es diversión. Y puedo añadir, sin miedo a equivocarme, aquello tan manido de mens sana in corpore sano. Pero, intuyo que no ibas por ese camino elucubrativo... ¿acaso yerro? -preguntó alzando ahora una sola ceja-.

Justo en ese momento, y no en otro, me doy cuenta de que el tupido vello corporal que cubre el pecho de Aquél que Susurra a los Cielos es de un impenetrable color níveo. Apenas sí distingo uno de sus pezones entre la arboleda capilar.

- En efecto, oh, mi guía. Me pregunto qué es lo que me impulsó verdaderamente a lanzarme a correr en esta ocasión. Es decir, las opciones estaban ahí: quedarme cómodamente sentado en mi puf ojeando interesantes lecturas, o salir a correr con el frío invernal.
- Y esa sensación, esa duda, ¿nunca la tuviste antes? -No me dejó responder, qué digo, ni abrir la boca- Si te fijas, si te estudias, y te repetí cienes y cienes de veces que tienes que estudiarte, que es el primer paso para el conocimiento, pues sigo, si te estudias y analizas tu recorrido por el camino de la vida desde que dejaste la absorber el dulce néctar de la ubre materna, convendrás conmigo en que hay un denominador común para todo lo que has hecho.

Mi boca si se abrió esta vez, de par en par. La mandíbula se desencajaba de mi cráneo. Fui consciente de lo que me acababa de descubrir, se abrió ante mi gran ojo mental esa visión de millones de actos durante la duración de mi vida, y casi, casi, llegué a atisbar el tal denominador...

Como viera que no salía sonido de mis cuerdas vocales, el Enseñador, cargado de paciencia, me ilustró. Y comenzó cambiando la toalla de un hombro al otro:
- Se llama voluntad.
- ¿Ein?
- ¿Como que ein?
- ¿Así de simple es la respuesta?
- ¿Acaso te parece poco, ínfima molécula incapaz de retener el más insignificante de los aprendizajes? ¿Es que la voluntad no lo es todo? -y alzó un poco la voz, cosa muy, muy, muy rara- ¡LO ES TODO!
- Caray, maestro -casi me atreví a susurrar, agachando la cabeza-.
- En tu lengua materna, la palabra voluntad se define como la capacidad humana para decidir en libertad lo que se desea y lo que no, y viene del latín, voluntas, que deriva del verbo volo, que significa querer, desear. Y aunque ni te des cuenta, ya desde que eras casi un mero cigoto de comadreja que se arrastra, siempre has hecho uso de ella. La voluntad es la fuerza que te mueve para conseguir lo que quieres, explicado vulgarmente para que tu limitada entendedera sea permeable al concepto teórico.

Yo seguía mudo, dando vueltas en mi cabeza a tamaña revelación, alucinando con la penetración de semejante verdad en mis meninges.
- Es cierto, pues -me atreví a sugerir- que si quiero algo, si realmente quiero algo, ¿puedo hacerlo?
- No confundir el deseo con tu capacidad real de obtener lo que deseas. Eso es algo que la experiencia y el autoconocimiento debe enseñarte. Pero sin duda que el acto volitivo es lo más importante. Sin él no hay nada. Ni si quiera hay vida. Pues quien no quiere, muere, no vive.
- Oh.
- Sí.
- Vaya.
- Medita sobre ello, tampoco es para tanto.
Y tras esa última orden suya, dejó la toalla en el suelo, se quitó el taparrabos dejando un peludo trasero al aire, y se sumergió lenta y placenteramente en las tibias aguas termales de una poza volcánica. Sin duda, quería estar solo a partir de ese momento. Y allí le dejé.

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