viernes, 13 de octubre de 2017

Jamón jamón.

El puente del 12 de octubre acaba para mí el mismo día 12, pues mañana viernes tengo que ir a la oficina. Bueno, no siempre voy a aprovechar las circunstancias. Esas cosas forman parte de la vida, y nos ayudan a valorar más el privilegio que tenemos cuando sí podemos disfrutarlas. 
No me quejo, eh, no se confundan. Como cogí el miércoles de vacaciones y lo aproveché bien, y hoy por la mañana me he escapado a la sierra, es como si hubiera tenido mi minipuente particular.

Un día más propio del verano que de octubre, con 32º C a mi vuelta a Huelva, me hizo salir temprano. Bueno, temprano para ser un día festivo, claro. 
A las 9 estaba en ruta. Con cosas en la cabeza que impedían mi total concentración en la conducción, decidí dejar para mejor ocasión una ruta de investigación a la llevo días dando vueltas. Opté en su lugar por subir por la sempiterna opción de la N-435 hasta Santa Ana, donde repuse energías con un delicioso café y una tostada que quitó el hipo.

Esta era la planta de la rubia en el párking de la Venta del Cruce:


Y ésta la del desayuno, espectacular jamón extraído en finas lonchas de la negra pata de un ejemplar de la cercana Jabugo:

Espectacular es poco.

Sólo por disfrutar de esa tostada merece la pena hacer 100 km. Pero es que si además lo hago a lomos de esa afinada máquina italiana, el proceso se convierte en un placer de principio a fin. 
La vuelta por la carretera de Berrocal me pasó factura, cansadas las piernas y la espalda por la surfeada a cometa del día anterior, pero fui de menos a más. Como corresponde a día festivo, hube de esquivar a muchos ciclistas y coches lentos con conductores poco hábiles a sus mandos.

Ah, la falta de pericia, esa lacra habitual de nuestras carreteras...

La Ducati me quita el sueño. Cada día que la conduzco es mejor que el anterior. Esa moto enamora, y llego a pensar que las sensaciones son diferente, mejores, que las que tuve en su día con mi 999. Era aquélla una máquina dotada de más potencia, quizá más presencia con su color rojo, e inevitablemente una novedad repleta de máxima tecnología de la época, año 2003.
Pero la 749, aún teniendo el mismo chasis y medidas, así como vestimenta idéntica, se siente una moto diferente. No me atrevería a decir muy diferente, pero sí distinta. Es más ágil, el motor se siente más suelto, aunque obviamente no tiene los medios demoledores de su hermana mayor. 
Menos cilindrada significa menos peso en el tren alternativo, un cigüeñal también más liviano, lo que implica menos inercias y un momento de par reducido que permite a la moto cambiar más fácilmente de dirección. Igualmente, aunque es menos potente la 749 (108 contra 124 cv), sube de vueltas con más facilidad, más brío, se hace como algo divertido y juguetón. Ese carácter de juguete no lo tenía la 999, que era una moto más seria, capaz de descabalgarte en mitad de la curva si te pasabas con el gas. En cambio, con la 749, cada vez abro más y más tumbado, más cerca del ápice, y no para de traccionar sin dar el más mínimo síntoma de derrape o inestabilidad. 
Es cierto que la llevo a medio régimen, muy por debajo de lo que el motor permite, y en ese rango de rpm se vuelve una moto dócil y dulce, amable, ronroneante y hasta cariñosa, si se me permite la humanización de la máquina. 
Ojo, que cuando pasa de unas 8.000 rpm sale una bestia a relucir. Ese motor respira muy bien arriba del todo, hasta el corte recién pasadas las 11.000 rpm, pero me duele castigar de ese modo un bicilíndrico en la calle. Lo bonito de estos motores es aprovechar su empuje y par a punta de gas, peinando el acelerador, jugar con la retención sin tocar los frenos. A eso se le llamaba antes "ducatear", un concepto perdido con las últimas hornadas de superdeportivas italianas, que han entrado en la guerra particular que siempre han tenido las japonesas en busca de potencia máxima y velocidad estratosférica, perdiendo la perspectiva de lo que se necesita para la calle, la carretera, creando verdaderos monstruos para uso exclusivo en pista...
Pero esa es otra historia de la que no quiero hablar ahora.

Sigo ducateando, sigo disfrutando en libertad. Y cada día que la uso estoy más convencido de que acerté de pleno.

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