viernes, 8 de septiembre de 2017

Ligera!!!

Uno espera que con el noveno mes en curso la temperatura sea más apetecible, y lo parecía al principio, con rastros de niebla y nubes muy bajas saliendo de Huelva sobre las 8:30. Me alegré de elegir el mono de una pieza en lugar de pantalón de cuero y chaqueta de verano. Pero la alegría duraría poco, justo hasta que a mediodía el astro rey me recordaba que aún estamos en órbita muy perpendicular.

Sea como fuere, e ignorando las sensaciones térmicas merced a la adrenalina (dura droga que hace olvidar todo), sólo me preocupa en esta situación mirar de vez en cuando el indicador de temperatura del motor, en este casi la 690 en modo supermoto. 

Queriendo huir de la rápida vía N-435, me aventuro hacia Zufre con la idea de bajar por la presa del mismo nombre por una carreterilla que llega casi hasta El Castillo de las Guardas. Cierto es que la carretera que lleva hasta el pintoresco pueblo serrano es deliciosa, pero al tomar por la mencionada ruta que bordea en parte a la presa me encuentro con un asfalto antediluviano, que empeora por metros. Llega un momento en que dudo si seguir o no. Aprovecho que veo una fuente-abrevadero en mitad de una curva para estirar las piernas y tirar un par de instantáneas.






Sigo un poco más, pero unos mil metros más adelante, y calculando que me queda bastante para El Castillo, viendo el cariz que toma la cosa, giro 180º y vuelvo a Zufre. Tras este pequeño fracaso (son las cosas de rutas nuevas, exploraciones), que en verdad es un éxito porque he aprendido que ni ésta, ni la carretera que une El Madroño con el pantano de Aznalcollar, son opciones válidas para disfrutar en moto.
Aprovecho para refrescarme y desayunar en la plaza de Zufre, que está en fiestas:



Curioso como en ciertos lugares las banderas comparten espacio, mientras en otras partes son motivo, causa y arma arrojadiza para el odio, la recriminación, el sinsentido y la xenofobia pura y dura.

Tras dar buena cuenta de café y tostada con el obligado jamón (de regular calidad esta vez), vuelvo sobre mis pasos, o mejor y más propiamente dicho, sobre mi rodada, disfrutando del tramo que enlaza este pueblo precioso con la carretera de Sevilla a Aracena, que es una nacional de libro: amplia, rápida, curvas abiertísimas, dobles carriles en las subidas, etcétera. Propiamente un aburrimiento si uno quiere mantener los puntos del carnet y la libertad fuera del hotel previsto en La Ribera...

Llegar hasta El Castillo de las Guardas, tomar dirección Nerva, pero desviarse a la izquierda queriendo alcanzar El Madroño, es tarea fácil. En este desvío empieza el baile, ahí es donde la KTM saca a relucir sus virtudes: carretera con buen asfalto, pocos baches, lenta, curvas cerradas, subidas y bajadas, algún cambio de rasante. MUY EMOCIONANTE. Antes de llegar a El Madroño hay que atravesar una pequeñísima localidad que tiene por nombre "Juan Antón". Curioso, ¿no? Y es en esa minitravesía en la que por primera vez en mi vida, tras saludar a dos viejitos que estaban sentados a la sombra de un portal, no me han devuelto el gesto. Me ha dejado un regular sabor de boca, pero lo achacaremos a que quizá no están acostumbrados a ver tan estrafalario conjunto de moto-piloto.
El disfrute continúa hasta que vuelvo a enlazar con la carretera que va a Nerva. Ahí tienen que bajar las pulsaciones. Nerva, Riotinto, Zalamea, El Membrillo (el Alto y el Bajo), Marigenta, y mi adorada carretera Berrocal-La Palma, que tomo por segunda vez con la 690. Tres o cuatro toques de rodilla al suelo, una estribera que roza. Todo es más delicado con esta moto que frena en un palmo y se tumba con el pensamiento, los cambios de dirección son instantáneos, y su potencia es más que suficiente para este tipo de vías retorcidas en plena Sierra Pelada. Pero la postura de conducción no es la idónea, el asiento está demasiado alto, los pies muy bajos, el manillar demasiado cerca y alto. Es el precio que hay que pagar por la ligereza.
No dejo de pensar en una hipotética KTM RC690, como algunos no dejan de imaginar y desear una nunca desarrollada 690 Adventure. Pero no es justo quejarse, esta moto ha rendido como ninguna, me ha hecho gritar dentro del casco, emocionarme, disfrutar, olvidar el calor, el dolor. Disfrutar.
Vivir.
Libre.
Feliz.

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