miércoles, 30 de noviembre de 2016

El gran miércoles

Fuera aparte la evocación a tan insigne título del cine más marginalmente underground (por temática y repercusión en los medios de masas, no así en ciertos ambientes en los que se le considera película de culto, que enseña no sólo la forma de vida de unos apasionados por el surf, sino la situación social y política de los EUA de los sesenta y setenta), fuera aparte la cita, como iba diciendo, el de hoy ha sido, quizá, una de las navegadas más memorables que recuerdo.

Me da la sensación de que tal calificación está siendo usada quizá con demasiada frecuencia en los últimos tiempos, y tal fenómeno puede deberse a la calidad de los spots elegidos, y las condiciones que prefiero aprovechar, en detrimento de situaciones menos espectaculares, más anodinas, más del navegar por navegar.
Los años van pasando, la experiencia se acumula, y es mejor elegir los días para tener un disfrute total, y no un mero ir por ir, un simple por volar el kite. Ya no me basta con eso.

¿Es eso bueno? ¿Es malo? No creo que sea ni lo uno ni lo otro. Es simple fruto de la evolución de mis características de manejo, de profundización en conceptos, de filosofía vital.

El caso es que, llevados por una previsión única, nos plantamos un día cualquiera entre semana en la Barrinha de Faro, sitio único y del que ya he hablado en anteriores ocasiones en el bloc. Se esparaban vientos de alrededor de 25 nudos, y olas de 2'8 metros. Esto hay que cogerlo un poco con pinzas siempre, y hay que verificar las causas, que en este caso era una borrasca que azota desde el Mediterráneo y llega con tanta fuerza como para provocar vientos de Levante que lleguen hasta el Algarve.
Una vez in situ, comprobamos que a pie de orilla soplaban unos 20 nudos. Decido montar mi 9 metros... craso error, porque una vez dentro, la realidad me golpea de lleno con 30 nudos con dirección side-shore, esto es, casi completamente paralelo a la línea de costa, y tuve que tirar de freno y ser cuidadoso con los giros bruscos de cometa. Hubiera sido perfecto para la 7 metros, pero las llaves del coche las tenía Abraham, y hubiera sido muy engorroso deshacer lo ya hecho.
La idea era hacer una ceñida de un kilómetro para llegar al punto donde coincide la desembocadura de la Ría de Formosa en pleno océano, donde el reflujo de corrientes y la acumulación de capas de arena cerca de la orilla dan lugar a una ola más ordenada, grande y con mejor periodo.
Sólo tuvimos que compartir espacio con un grupo de aguerridos windsurfers, que estaban flipando con las condiciones, como igual lo estábamos flipando nosotros. Porque algo especial tenía el día, algo grande y espectacular, para que Manolo, el Hombre que Susurra a las Cometas, el Gurú del Viento, mi maestro, me confesara a posteriori, entre caneca y caneca de fresca cerveza marca Sagres, que habían sido las olas más grandes que había surfeado en su vida. Y hablo de una persona que lleva dieciséis años haciéndolo, y que lo ha hecho desde Egipto hasta Brasil, pasando por multitud de lugares intermedios, por supuesto.

Esto ratifica mi pensamiento de que no es necesario buscar más allá, que tenemos el paraíso en casa, o al lado, pues 120 km no son nada. Vivir en Huelva es un privilegio, según voy corroborando, y en un radio limitado de distancia asumible, podemos abarcar desde Tarifa hasta el Cabo de San Vicente, y aprovechar todo tipo de condiciones... pero ese es otro tema que me hace desvariar el asunto que hoy quería comentar en esta entrada.

Pues sí, las olas eran grandes, muy grandes, y quitando una ola que que me encontré una vez en El Portil, de la que literalmente huí a velocidad extrema, pues esa es la denominación correcta de lo que hice, tirándome en línea recta como si se tratara de un tobogán, intentando ser más rápido que ella, cosa que logré. Me fui y no volví, dirigiéndome entonces a otros picos más asumibles por mi pericia de entonces. Pues lo de Faro ha sido, por momentos, poco más o menos.
Las series grandes eran las más grandes que he visto, enormes masas de agua que escondían detrás a windsurfers que aparecían de repente cuando sobrepasaba una de ellas en mi bordo hacia dentro del mar... Un mástil de windsurf pasa de los cuatro metros cuando montan velas de 4'7 metros, que es lo que llevaban, de modo que hagan los cálculos del tamaño de la ola, que yo lo tengo claro.
Entre serie y serie de las gordas, venía alguna pequeñita, que aprovechábamos para meternos de nuevo hacia dentro y ceñir en busca del terreno perdido al surfear.
Se nos ve contentos, y no es para menos. Al fondo, la ría en toda su planicie.
Un par de paradas para descansar fueron necesarias, no sólo por el esfuerzo físico de la ceñida de casi 50 minutos, sino por la tensión de navegar en esas condiciones que cualquier observador lego en la materia tacharía de extremas. Un buen rato se estuvo también en la ría, con agua especialmente plana, practicando maniobras de la nueva escuela strapless, y echando un ojo al novato que nos acompañaba. Finalmente, para la vuelta, estaba claro que íbamos a hacer el downwind por el mar, totalmente a favor del viento, surfeando olas a placer sin preocuparse de remontar luego. Esta operación fue insultantemente breve, y lo que antes nos costó 47 minutos en sentido contrario, me dio la impresión de que al revés lo hice en dos o tres minutos...
La llegada al punto de partida fue surfeando down the line un tocho de más de tres metros, yo lo veía enorme situado a mi izquierda, cómo la ola se volvía más y más vertical, con el canto de la tabla clavado en la pared y ganando velocidad mientras la cometa se aguantaba de manera casi mágica y misteriosa mientras yo aniquilaba todo rastro de viento aparente. Sin duda, Drifter es el nombre más adecuado para el modelo. Chapó por ella.

El final y colofón perfecto fue un almuerzo a base de tostas de la casa, hamburguesas completas y cerveza, en el sitio habitual.

Juan, el novato, haciendo labores de novato.
Como rezaría en su día el título en Italia de la película mencionada al principio, un auténtico Mercoledì da leoni.

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