lunes, 22 de agosto de 2016

Más y más

Bastante avanzado el verano, en un día tonto sin particularidad alguna más que la casi ausencia de viento y olas, se me ocurre dar un paseo en windsurf, más que nada por los viejos tiempos, porque me apetecía, y por hacer algo. 
La playa puede ser muy aburrida si uno no puede aguantar quieto más de cinco minutos, como me pasa a mí. Menos mal que gracias a Norax, una escuela dedicada a actividades náuticas, enclavada junto al chiringuito Mosquito, puedo disponer de tablas de SUP, catamarán, un lugar para guardar a buen recaudo mi material de kite, y también tablas de windsurf.
Pero Pepe, mi pequeño, también estaba un poco aburrido, y me preguntó "papá, ¿me enseñas?". Claro, no me pude resistir. Yo soy de la idea de no tratar de imponer mis aficiones, cada cosa a su tiempo. Los niños tienen su ritmo, cada uno el suyo, y es normal que se cansen enseguida si ven que no se divierten o progresan según sus iniciales expectativas, por lo que hay que tener cuidado con lo que se enseña y cuándo se enseña. Doce años de edad es un buen momento para aprender cualquier actividad relacionada con el mar, y el noble arte de la navegación en tabla de vela es un deporte bello, a veces duro, pero siempre gratificante. 
El windsurf fue lo que me introdujo, hace casi treinta años, en el amor a los deportes acuáticos veraniegos, así que, ¿qué mejor ocasión para meter el gusanillo a mis hijos?

Tras unas nociones muy básicas (no es bueno aturullar con información excesiva la cabeza de un pequeño que sólo piensa en meterse en el agua a surfear), le monté el aparejo, y al agua que nos fuimos. Un par de indicaciones más sobre el terreno, y aprovechando unas condiciones ideales de mar y viento para aprender, en un par de minutos ya estaba navegando.
Yo no podía salir de mi asombro. Fue alucinante. ¿Dónde está el límite de la habilidad, de la sincronización, de la memoria muscular, en un niño de doce años? Es cierto que el material adecuado, y el día perfecto, y por supuesto la guía y consejo de un padre amoroso, prudente y sabio, pueden hacer milagros.

Pepe a punto de arrancar en su primer bordo. Momento emocionante para ambos.

Estuvimos mucho rato en el agua, él navegando para acá y para allá, y yo le seguía como podía a nado.
Cuando llegó el momento de descansar, le dije que avisara a Manu, el mayor. Con quince años, su disposición a las novedades es distinta, y también lo son, y mucho, sus cualidades físicas. Manu lo hizo todo mucho más fácil, es un jovencito que cazó enseguida el concepto, lo que unido a su experiencia con el kitesurf hizo que saliera navegando incluso más rápidamente que su hermano menor. ¡Oh, maravilla!

Todo el océano para que Manu aprenda. Fetén.
Pepe dijo, a posteriori, que estaba "totalmente destrozao", y con una quemadura en un dedo de la mano derecha de tanto drizar. Para Manu, fue un simple paseo, se nota que quería más guerra, más viento, más olas. Es una bestia marina, carne de waterboy.

Por supuesto, yo me di también un breve paseo recordando tiempos lejanos, y con mis últimas incursiones en el surf a remo, me considero, a mi humilde modo o categoría, un waterman modestísimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.