lunes, 13 de junio de 2016

hidroala: recapitulemos

Como algunos de ustedes ya saben, el verano pasado hice mis primeras incursiones en este nuevo mundo del foil. Nuevo para mí, claro está, porque el invento tiene sus años, y lleva mucho explotándose no sólo en el aspecto recreativo, deportivo o lúdico, sino también en el comercial y militar.



Cito textualmente a la wikipedia: Un hidroala (en inglés: hydrofoil) o alíscafo es un tipo de barco cuyo casco sobresale del agua cuando la velocidad es lo bastante elevada, gracias a la acción de un plano de sustentación o ala que funciona según el mismo principio que las alas de un avión pero en medio líquido, del orden de mil veces más denso que el aire. Esta técnica permite a los barcos aumentar su velocidad disminuyendo la fricción entre el casco y el agua, y evitando la resistencia por formación de olas.
El funcionamiento del hidroala se basa en obtener una fuerza que eleve el casco de la nave gracias a la sustentación generada por medio de un ala sumergida en el agua.
A baja velocidad, el hidroala se comporta como un barco convencional. A medida que la velocidad aumenta, la presión del agua bajo el ala, unida a la disminución de la presión que se forma sobre la misma genera una fuerza de sustentación opuesta al peso de la nave y una vez alcanzada cierta velocidad es suficiente para elevar completamente el casco sobre el agua. La única parte del barco que permanece sumergida, por supuesto, son  las alas. Con el casco elevado sobre el agua, la única resistencia al avance es la que ofrecen las alas que lo mantienen elevado, que es mucho menor que la que ofrecería el casco sumergido navegando a la misma velocidad.




Aunque la invención corresponde inicialmente a Enrico Forlanini, quien comenzó a trabajar en ello sobre 1898, la cosa no empezó a despegar adecuadamente hasta finales de la primera década del siglo siguiente, y es considerado uno de los mayores avances de la historia de la navegación. 



Después de esta introducción breve, les pasaré a constar mi experiencia personal en la convivencia con semejante artefacto demoníaco, que puede convertirse en un elemento peligroso por sus formas afiladas, su tendencia a acabar con la integridad física del navegante inocente, y su a priori extraña manera de ser gobernado.



Como les repito, ya el verano pasado lo usé tres veces. Tres. Y no se me olvidan porque en cada una me pasó algo.
Primera: un primer contacto fue necesario para darme cuenta, en medio de un hype obvio, de que esto del hidroala no era cosa de llegar y topar. Ibamos a tener que currar, empezar desde cero. Tendríamos que olvidad todo lo que sabíamos sobre navegar sobre tablas de kitesurf. Lo único que nos valdría es el manejo de la cometa, que no es poco, pero todo lo demás es como empezar de cero. Tan complejo y diferente es avanzar sobre el artefacto ese, caballo que se desboca a la primera de cambio queriendo darte una dolorosa coz donde menos lo esperes... 
Así, cuando no salía despedido por sotavento, lo hacía por barlovento, o por la proa, por la popa, o volaba descontroladamente hacia quién sabe dónde. La mayoría de las veces sin ni siquiera sospechar las causas del desastre. Y cuidado con patalear bajo el agua, pues me llevé algún buen roce en mis desnudos pies con esas cuchillas submarinas. En fin, un desastre. Mi cerebro trataba de comprender lo que pasaba, pero la dinámica acuática no respondía a nada que yo hubiera experimentado anteriormente.

Segundo día: Ya lograba avanzar unos metros, pero con el foil totalmente sumergido. Me empapé de videotutoriales en youtube, y leí algunos artículos en webs especializadas extranjeras... todo para nada. Hay que mamarlo en el agua, como todo. Y en una de esas veces que el artefacto me escupió, el pie izquierdo se quedó trabado en el footstrap y me torció muy dolorosamente el tobillo, con un sonoro crujido incluido. Me asusté mucho, y creí incluso que me lo había roto. ¡Qué desastre!

En dos días, y unos 40 minutos en total con el bicho, sólo había sido capaz de estar montado un par de minutos, y apenas unos metros. Dolorido, asustado, confuso. Esos eran mis sentimientos.

Dejé que pasaran un par de semanas antes de atacar de nuevo a la doma de la bestia aquella, y me atreví una tercera vez... en qué hora!!!  Logré levantarme varias veces. Parecía que el tiempo dedicado iba comenzando a dar sus frutos, y llegó el desastre: se enganchó el ala con el cabo de una boya a unos 150 metros de la orilla, cerca del espigón de Punta Umbría... Era un día de buena corriente que tiraba hacia un lado, mientras el viento tiraba de la cometa hacia otro, y me fue totalmente imposible desengancharlo. Me agoté intentándolo, pensando en cómo hacer... pero nada sirvió. Tuve que salir haciendo bodydrag, y volver con un kayak y un chico de la escuela de vela, para poder recuperar el elemento del infierno, al que miraba ya con ojos desesperados, mitad frustración, mitad odio. 
Lo llevamos de vuelta a la orilla, y decidí apartar de mi mente la idea de evolucionar con el hidroala.



¿Merecía realmente la pena tanto sufrimiento? ¿Qué ventajas podía extraer yo de domar aquella montura? ¿A costa de qué?

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