viernes, 22 de abril de 2016

Tras la digestión

Esa bella instantánea es el broche de oro para una tarde cuyo único punto triste es no haberlo compartido con más amigos. 
Como estaba previsto, entre las 5 y las 6 se ha enchufado. Ante la duda, y viendo al personal con 14, 16 y 17 metros, monté la 15, pero enseguida tuve que frenarla (y eso que la puse en el último nudo, el "less power"). Tras unas hilarantes surfeadas que me han hecho gritar en mi soledad y casi llorar de emoción, y dos horas con la 15, decido no luchar más contra los elementos (batalla que, por otro lado, el hombre nunca va a vencer), y decido montar la 12. Estaba bastante escaso de reservas energéticas, pero tuve fuerzas para darle caña al infla-infla y aprovechar casi media horita más de gloria. 
Viento asurado, rolando a ratos un poco a poniente. Buena ola. 
A las 9 de la tardenoche estaba saliendo de punta umbría. Maravilla de primavera y el astro rey que se alarga y se alarga. 

Fin de la crónica.


Esa fue la crónica que hice para el grupo de wasap de cometeros locales, de la navegada que tuve el placer de acometer el miércoles 20 de abril. He tenido más de 24 horas para digerir las sensaciones, que fueron muchas y fuertes, porque las condiciones no eran las más fáciles, ni si quiera mínimamente idóneas para la práctica del surfkite... pero he podido hacer alguna reflexión interesante.
Llevo casi cuatro años practicando esta actividad que ha llenado, y de qué manera, mi vida hasta tal punto que yo no podía imaginar que el hype iba a durar tanto tiempo en mí. 
Sigo aprendiendo mucho con cada rato que paso en el agua, sigo evolucionando, superándome, haciéndome más fuerte, capaz y, creo, hábil. Me he enfrentado a condiciones brutales en invierno, tormentas de fuertes vientos y olas como dragones, con mi tabla sin straps, algo que no tanto tiempo atrás veía inconcebible. 
Mi edad me aleja de modalidades extremas en las que el físico peligre. Saltos espectaculares, kiteloops, freestyle desenganchado... lo dejo para los jovencitos. Enseguida entendí, con mi hermano Julius, que nuestros derroteros iban hacia la ola, el surf.
El surfkite es un arte, no cabe duda. Hay que echar muchas horas en el agua para no sólo alcanzar un adecuado control y dominio de la cometa hasta manejarla sin mirar y desentendiéndose de la trayectoria del cuerpo y la tabla, sino también para conocer el mar, su dinámica, las fuerzas que genera.
El aprovechamiento de la energía de la ola es algo que en principio aparece como intuitivo y natural, pero no es fácil encajar las piezas del puzle si dependemos de la tracción de una cometa para llegar a ella, y la complicación que supone añadir el empuje del agua y la gravedad a la potencia que nos tira del arnés... Todo junto puede suponer un reto que a veces es difícil superar. 
Y después está la farragosa cuestión de la dirección del viento, que puede hacerlo todo más llevadero y fácil, o convertir la sesión, a priori, en una auténtica pesadilla. 
En ese aspecto, tenemos la suerte de navegar en un lugar en el que las condiciones no son perfectas, ni siquiera mínimamente. Lejos de lo ideal, la costa de Huelva, y más Punta Umbría, tiene vientos dominantes directamente de mar, y la ola suele ser desordenada en medio de un choppy que convierte la superficie del agua en un auténtico circuito de motocross. Y digo que tenemos suerte porque si aprendemos a surfear aquí, lo haremos con éxito en cualquier parte, lo cual me consta personalmente. Y en cambio, a la inversa, navegar en sitios más propicios e ideales hace que enfrentarte a una tarde como la del miércoles sea como chocarte con un muro.

Dicho esto, sentadas estas breves notas sobre la base de la técnica del surfkite, la sonrisa viene espontáneamente a mi cara al rememorar cómo me deslizaba a gran velocidad, seguramente con expresión estupefacta, bajando transversalmente las olas de metro y medio a dos metros con viento totalmente on-shore. Para mí, una jornada memorable, que junto con otras en Faro o en Caños de Meca y Tarifa, tardaré en olvidar.

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