martes, 2 de febrero de 2016

Cántico por Leibowitz

El principio del Universo ha sido objeto de discusión desde tiempo inmemorial.
De acuerdo con distintas cosmologías primitivas y con la tradición judeo-cristiana-musulmana, el universo comenzó en cierto tiempo pasado finito, y no muy distante. Un argumento en favor de un origen tal fue la sensación de que era necesario tener una "Causa Primera" para explicar la existencia del Universo (dentro de nuestro Universo, uno siempre explica un acontecimiento como causado por algún otro acontecimiento anterior, pero la existencia del Universo en sí sólo podría ser explicada de esta manera si tuviera un origen). 
Otro argumento, en el mismo sentido, lo dio San Agustín en su libro "La ciudad de Dios", en el que señalaba que la civilización está progresando y que podemos recordar quién realizó esta hazaña o desarrolló aquella técnica. Así, el hombre, y por lo tanto quizás también el Universo, no podían haber existido desde mucho tiempo atrás. San Agustín, de acuerdo con el libro del Génesis, aceptaba una fecha de unos 5.000 años antes de cristo para la creación del Universo. Es interesante comprobar que esta fecha no está muy lejos del final de la última glaciación, sobre el 10.000 a.C., que es cuando los arqueólogos suponen que realmente empezó la civilización.
Aristóteles, y la mayor parte del resto de los filósofos griegos, no era partidario, por el contrario, de la idea de la creación, porque sonaba demasiado a intervención divina. Ellos creían, por consiguiente, que la especie humana y el mundo que la rodea habían existido, y existirían, por siempre. Los antiguos ya había considerado el argumento descrito más arriba acerca del progreso, y lo habían resuelto diciendo que había habido inundaciones periódicas u otros desastres que repetidamente situaban a los humanos en el principio de la civilización.

Tras esta breve reflexión-introducción, les hablaré ahora de "Cántico por Leibowitz", un clásico que no me ha dejado indiferente.



Escrita por Walter M. Miller Jr., ganadora del premio Hugo en 1961, fue publicada por primera vez un año antes, y además, curiosamente, la única obra del autor publicada en vida.
Cántico por Leibowitz es, por derecho propio, una de las más logradas novelas postapocalípticas surgidas del miedo a la guerra nuclear que impregnaba la década de los 50.

Muy breve sinopsis extraída de wikipedia:
La Orden Albertiana de Leibowitz es una congregación fundada por un técnico tras el "Diluvio de Fuego" (la guerra nuclear) cuyo propósito es reunir y rescatar los textos del saber que desaparecieron pasto de las llamas y de la violencia de una humanidad enfurecida con los gobernantes y científicos que hicieron posible y permitieron tal desastre.
En tres partes que narran acontecimientos separados por el tiempo, se cuenta cómo estos monjes guardan las migajas del saber humano durante los Años Oscuros mientras esperan la llegada de quienes comprenderán este legado de conocimientos y elevarán de nuevo a la humanidad al pedestal del poder, pero también del orgullo.

Dicho esto, me maravillo cuando veo que trabajos como éste, con más de 50 años a sus espaldas, presenta un estudio de temas tan actuales, argumentos que han atormentado al hombre durante siglos, de tipo moral, con tanta sencillez y claridad. La dualidad religión-ciencia, presente entre nosotros durante muchos siglos, a veces de la mano, otras totalmente enfrentados, son tratados en "Cántico..." de manera magistral.
Se divide en tres grandes capítulos, separados entre sí por seiscientos años cada uno. 
El primero, Fiat Homo, en pleno siglo XXVI, nos describe un mundo post apocalíptico como consecuencia de una guerra nuclear, y la posterior reacción de los supervivientes que destruyeron todo lo que significaba ciencia y asesinaron a maestros, pensadores, artistas y científicos, por culparlos de la evolución técnica que llevara finalmente a la destrucción de la sociedad tal y como se disfrutaba antes de la guerra. Un mundo asolado, pobre, repleto de mutantes por efecto de la radiación, en el que sobrevive la religión cristiana con centro en la llamada Nueva Roma. Un monasterio fortificado dedicado a la recopilación de libros y su memorización para transmitirlos y perpetuar el conocimiento, es el centro de la acción. Los monjes, en realidad, no entienden nada de lo que leen, nadie les ha enseñado ciencias. No saben qué es la electricidad, por ejemplo, aunque tienen planos de circuitos y máquinas que, en realidad ni se imaginan para qué sirven.
El segundo capítulo, Fiat Lux, presenta un planeta que, seiscientos años más tarde, ha evolucionado socialmente, y algunos técnicos y monjes son capaces de comprender y poner en marcha algunas máquinas. Pero llega la guerra, una guerra un poco medieval en su estilo, lleno de intrigas palaciegas. El monasterio sigue ahí, centro de saber acumulado, y comienzan las primeras dudas por parte del Abad sobre si dejar que aprovechen lo escrito en esos libros para evolucionar, pues teme el uso que se dará a tal conocimiento.
Por último, Fiat voluntas sua, otros seiscientos años más tarde, presenta un mundo plenamente evolucionado, con viajes interestelares y todo tipo de tecnología... incluso la nuclear que, nuevamente, amenaza con desbocarse. Este capítulo es el más intenso, te deja sin aliento. La lucha religión vs ciencia es más patente que nunca, se plantean temas como la eutanasia, la moral de ciertas acciones, el trato a los que son diferentes.

El libro es apasionante, de principio a fin, escrito de modo ameno, a veces con toques de humor, otras de forma dura y cruel. No decae, y es embelesante. No me explico cómo no he oído hablar de él antes, y lamento haber tardado tanto en dar con tal regalo para mis ojos y mente.

Lectura imprescindible, sea usted afín a la ciencia ficción o no. No debe salir a la calle sin leerla. 
No es una recomendación, sino una orden.

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