jueves, 2 de julio de 2015

On the road

Y no, no me refiero al clásico norteamericano de Keoruac.
Desde finales del verano pasado llevo dando vueltas a la idea de un viaje por carretera en moto, en solitario. Es algo que nunca he hecho, y la verdad es que me apetecía pasar por esa prueba, más bien un experimento... porque siempre he sido de la idea de que para viajar, lo que es viajar, nada como un coche: tu aire acondicionado, tu musiquita, sin problemas de carga, con la comodidad de un buen butacón.

En cambio, todos los que han viajado en moto contaban su periplo, su aventura, su incursión por terreno ignoto, como algo bueno, que te llena, que te hace crecer. 

Probaremos pues. No me cierro a nada. No quiero ser de esos que maldicen o reniegan o contradicen sin haber probado, sin saber bien de lo que hablan.

De modo que, después de posponer el viaje un par de veces, y finalmente suspenderlo sine die por la inversión de comprar la KTM, me surgió la idea, después materializada en la verdadera y real posibilidad de escaparme un par de días. 

La preparación sería la siguiente: ninguna. La idea ya no iba a ser pasar de siete a diez días subiendo por Portugal hasta Galicia, recorrer la cornisa cantábrica, y bajar por el interior. Dos días no dan para tanto si uno quiere salir de esto con vida.

Iría hasta Peniche, un poco más arriba de la punta de la nariz de Portugal, subiendo como mucho para ver Nazaré con mis propios ojos, y bajar bordeando la costa por la carretera N120 hasta el sur del Algarve y volverme. 
De esta guisa vestí a la 690: 


Correcto, eso es todo lo contrario a viajar en coche. Vale, puede ser peor: se pude hacer en bici, o incluso andando en plan backpacker... pero eso lo dejaremos para cuando seamos mayores.

Bolsa sobredepósito con las cosas más importantes (documentación y tal), tienda de campaña, saco y aislante, y una mochila con un par de camisetas, bañador, pantalón corto, chanclas y toalla, y a tirar millas.

Muchos dicen que no es la moto ideal para viajar: que si tiene poca autonomía, que si poca capacidad de carga, que si el asiento es incómodo, que si poca protección para el viento, que si la fiabilidad...

Paparruchas, majaderías, tontadas (tontás...). Pijotadas, carajotadas. Excusas propias de nenazas. Para viajar solo hacen falta tres cosas: tiempo, dinero y ganas

Primera parada a repostar a la salida de un pueblillo del Alentejo, en medio de ninguna parte. La reserva se encendió a los 225 km. A partir de ahí tendría para unos teóricos 50 km más. No lo sé, nunca lo he comprobado, tampoco hubo necesidad. El culo, bien. Uno ha pasado muchos años montando en los escuetos sillines de bicicleta, y eso curte, supongo. 

Aproveché para llamar al limitador y pasar el parte.
Sigo tirando kilómetros. La idea era subir en diagonal, a través de San Bartolomé, Castillejos, El Granado, y entrar en Portugal por Pomarao. A partir de ahí seguir por carreteras secundarias hasta Peniche, evitando las autopistas. Más o menos ésta es la idea: 


En Coruche paro a hacer pis, que no puedo más, y me tomo una cocacola. Estoy teniendo suerte porque hago todo el viaje con el tiempo nublado, y no sólo no hace calor, sino que me veo obligado a ponerme el cortavientos de la chaqueta, y a veces resulta insuficiente y paso ratos de bastante fresco... ¡quién lo iba a decir!
Quizá debería haber metido un forro polar delgadito que tengo, o una sudadera. En fin, es mi primer viaje en moto, tomo nota y aprendo. Pequeñas variaciones en el ambiente se amplifican cuando vas en moto, sobre todo si pasas muchas horas montando.


Voy muy adelantado. Viajar en solitario tiene sus ventajas, como no parar cada dos por tres a esperar a alguien, o parar porque uno tiene un apretón, o parar porque uno quiere echar un cigarrito, parar porque a otro le duele el trasero... De modo que como sólo he parado un par de veces, cuando llego a los alrededores de Caldas da Rainha decido seguir hacia el Norte y llegar a Nazaré, tiempo que gano para mañana. Dicho y hecho, antes de las 15 horas aparco aquí:



En pleno paseo marítimo veo un restaurancito con buena pinta donde me atiende un negro impresionante que hablaba buen español. Este fue el resultado:



Una rica dorada a la espalda en la playa en la que se monta la ola más gigantesca de Europa. Sin solución de continuidad, me dirijo, bordeando la costa, hasta mi lugar de destino para la pernocta, que sería Guincho.

Voy visitando playas famosas, como Supertubos en Peniche, pasando antes por la enorme lagoa de Obidos. El mar en calma, ausencia de viento. No hice fotos, el sitio en esas circunstancias es algo normal.
Sigo bajando y paso por Ericeira, que tiene unas vistas preciosas: 



La carretera que me llevaría de Ericeira hasta la mismísima Guincho es todo un homenaje para los sentidos: constantes subidas y bajadas, retorcidos giros de hasta segunda velocidad, atravesando pintorescas localidades. Incluso durante diez segundos me cayeron unas gotas de lluvia. Había una bruma atlántica que iba y venía, pero en general se podía ver el increíble surtido de acantilados con olas rompiendo espumosamente contra ellos, y al fondo, interminable, un océano salvaje y eterno. 
Vale, yo vivo prácticamente en la costa, y estoy habituado al mar, pero tener en frente el Atlántico en toda su magnitud y pureza es algo totalmente distinto.
Sobre las siete de la tarde, hora local, llego al camping de Guincho, hago el check in, y eligo a bote pronto un sitio para mi chiringuito:





Vista desde el interior.

Ya con la máquina liberada del estorbo del equipaje (por eso lo llamaban los romanos impedimenta), decido dar un paseo para visitar la playa surfera por excelencia, divirtiéndome en los cambios de rasante, derrapando con la arena que invade la calzada en algunos tramos... El sitio es la leche, todo es guay. 
Una pena que no haya mucho viento, lo justo para cometa grande y a duras penas. Poca ola y mucho novato, por lo que pude ver. Escaso nivel. Me lo apunto a la agenda para ir en el futuro, sin duda. 

Mi carita después de 665 km.

Atardecer bello: 



En definitiva, después de una ensalada y un flan casero, a las once y media estaba metido en el saco, disfrutando de algunos temas de NIN, y Soundgarden, mientras meditaba sobre la experiencia. Pronto me dormiría. No había prisa para levantarse, pues hasta las ocho de la mañana, hora portuguesa, no se puede hacer el check out para que me devolvieran una tarjeta que dejé en la recepción. 
Aprovecho para asearme un poco y levantar el campamento tranquilamente, poco a poco. Todo está en orden, y ahora sólo queda buscar una gasolinera y atravesar Lisboa para enfilar hacia el Sur, por fin.

Si alguno de los que está leyendo esto nunca ha visitado Lisboa... no sabe lo que se pierde. Es una ciudad hermosa, como casi todas las ciudades viejas. Hay mucho que ver, es pintoresca, variada, muchos barrios diferentes... y un tráfico demencial. Autopistas que la atraviesan, de cuatro carriles colapsados a ratos, me llevan hasta el puente 25 de Abril, por la parte estrecha del río Tajo, que es enorme en comparación con lo que yo estoy acostumbrado a ver. Este puente nos saca de la capital y nos enfila por una autopista dirigida en principio hacia el Este, pero pronto gira hacia el Algarve, mi destino. Pronto abandono la autopista, prácticamente el único modo de abandonar rápido y seguro, sin perder horas, la hermosa ciudad. 
El siguiente destino es Sines, pero antes, paro para desayunar lo mismo que el día anterior:

Café con leche y torradas.
Sines tiene una bonita playa, pero es una ciudad fuertemente industrializada (refinerías), y aunque tiene un paseo marítimo bonito y un casco antiguo muy chuli, había un mal olor a alcantarilla en toda la ciudad que hizo que me largara rápidamente. 
A partir de aquí tomo la N120 que me llevaría prácticamente hasta Carrapateira, lugar donde almorzaría otro pescado fresco de calidad en el mismo sitio que hace unos meses con Julio y Manolo O.. Prueba pictográfica:




A partir de ahí iría bordando el Sur del Algarve por la transitadísima N-125, pero cometí una equivocación de navegación a la altura de Faro, y acabé en la autopista. Me dije "qué diablos, ya está bien", y enfilé a 130 hasta la salida de Aljaraque de la A-49. 
Llegué a tiempo de ir a la playa y navegar un rato. Un par de días para recordar, sin duda, y estoy seguro de que repetiré.

En total han sido 1208 km por vías asfaltadas de todo tipo y condición. Los neumáticos me dieron mucha seguridad, aunque es cierto que no les busqué las cosquillas (ya sé bien cómo se las gastan en los hospitales del país vecino). 


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