lunes, 22 de junio de 2015

empujando los límites del cerebro

Quiero comenzar esta entrada con un video muy curioso. Deben verlo entero para lograr una comprensión más completa, más satisfactoria, de lo que les quiero transmitir:



No es la primera vez que trato este tema en el bloc, pero ahora lo hago desde un punto de vista un poco más diferente.

Montar en bici es una actividad dura para el cerebro, que tiene que tener en cuenta muchísimas variables, conjugarlas y reaccionar en consonancia para lograr el equilibrio dinámico y avanzar con seguridad. Y hablo de montar en bici en una recta despejada y llana. La cosa se complica si acometemos obstáculos, rampas, saltos, peraltes, piedras, derrapes... El grado de maestría que puede desarrollar una persona normal si practica habitualmente en la montaña es algo impresinante desde el punto de vista neurológico.

Hacer kitesurf añade a todo el proceso de equilibrio, compensación de fuerzas, previsión, antelación, destreza y gestión de energías, el manejo de una fuente de potencia situada a unos veinte metros de distancia que se mueve en un entorno tridimensional con el manejo de una barra que traslada tus órdenes mediante la tensión de cuatro líneas. Parece muy complicado, y al principio lo es, doy fe. Pero en cuestión de días tu cerebro es capaz de gestionar eso con cierta fluidez, y en unos meses, si te aplicas, serás capaz de hacer cosas que jamás imaginarías que eras capaz siquiera de atreverte.

En todo lo que he dicho hasta ahora, el concepto de "equilibrio" es el principal objeto de estudio. Es lo que ha hecho a nuestro cerebro trabajar de verdad, estableciendo relaciones positivas y negativas en función de los resultados obtenidos con las órdenas que ha enviado, sin que nos demos cuenta, a los músculos de todo nuestro cuerpo. Es como cuando un bebé comienza a caminar.

Más tarde, una vez machacada la idea de navegar en una dirección, tenemos que pasar unas pocas penurias aprendiendo a hacerlo en el sentido opuesto, de modo que la que antes era nuestra pierna delantera, que iba más estirada, pasa a ser la trasera, que va más encogida, en tensión, soportando la mayoría del peso. Asimismo, el kite lo tenemos en el lado opuesto de la ventana del viento, y lo tenemos que hacer todo al revés que antes... Un desastre las primeras veces, de manera que tenemos que volver andando por la orilla con la tabla en la mano para remontar hasta el punto de donde salimos. Es el paseíto de la vergüenza, el temido "walk of shame" que nos delata como novatos aprendices.

Bueno, en cosa de pocos días logramos volver al sitio, incluso ganar terreno al viento. Lo hemos logrado. empezamos a disfrutar de nuestras navegadas. Nos permitimos algún pequeño salto con la rampa que proporciona una ola que nos surge al paso. Si somos osados, podemos hasta recortar alguna que otra ola. ¡Qué grandes sensaciones!
Pronto queremos más. Ya sabemos que nuestro cerebro es un adicto de las sensaciones, de la emoción, de la adrenalina. Las endorfinas llenan nuestra mente sólo de pensar en la posibilidad de tener buen viento y un mar que nos acoge con los brazos abiertos... igual que quedamos profundamente frustrados si vamos a la playa y el viento no hace acto de presencia.

En fin, sea como fuere, y como no puede ser de otro modo, si tienes un mínimo de inquietud (y está claro que si practicas disciplinas como la bici de montaña o kitesurfing, eres una de esas personas), quieres progresar, lo que supone añadir más y más retos a tu mente.
Muchos, desde la distancia, opinan que son dotes físicas, propiedades de personas valientes o, digámoslo claro, de descerebrados jovencitos que sólo quieren lucirse en la orilla. Bueno, de todo hay en la viña del señor... pero es cierto y verdad que algunos disfrutamos enórmemente quemando etapas, subiendo escalones, añadiendo dificultad, lo que implica... ¡bravo, lo acertaste! Implica empujar los límites de tu cerebro, romper miedos, salir de la zona de confort.

Y es que hacer tal cosa cuesta a veces. Para muchos es algo imposible. un muro contra el que chocarse que sólo sirve para generar frustración y aburrimiento. Pero es curioso, porque da igual lo que hagas y cuán difícil creas que es un nuevo truco o una maniobra a varios metros de altura: una vez que lo tengas por la mano aparecerá otra cosa, un poco más allá, y todo el proceso vuelve a empezar.

En mi propia experiencia personal he podido comprobar que esto va por fases. Puedo estar meses sin hacer nada especial, quizá alguna pequeña cosa casi sin importancia, tan leve que lo asimilamos apenas sin darnos cuenta. Y de repente, un buen día, dices "voy a probar a hacer tal", y vas y lo haces. A ver, es raro hacer cosas a la primera, pero me salió un truco llamado "dark slide" al tercer intento. Vale, no los hago espectaculares, pero tiempo al tiempo, la base ya está dominada, la mecánica y la física de los movimientos salen fácilmente, comprendo todo lo que hace la cometa y la tabla. Lo asimilé. Una vez asimilado, lo demás viene rodado.

Este fin de semana, en Caños de Meca, después de ver muchos videos y hablar con varias personas, por fin me decidía a realizar un kiteloop en un salto, pero no fue algo como "voy al agua directo a pegar un buen salto y cuando lo vea claro, zas, le tiro al kiteloop", no. Surgió como algo espontáneo, algo que el propio cuerpo, la dinámica de la situación, me exigió.
En los últimos tiempos he estado mejorando mucho mi técnica de salto, y cada vez los hago no sólo más altos, sino mucho más controlados, sobre todo las recepciones: logro saltar más alto, más lejos, y caigo de forma controlada con la cometa donde debe estar y haciendo lo que debe hacer. Y en Caños, a pesar de que no hacía mucho viento, solo lo sufiente para coger algo de velocidad con mi doce metros, aprovechando eso y las buenas olas que allí se forman, cogía una altura decente. En uno de estos saltos la cometa se me iba quedando retrasada y veía que no iba a poder lanzarla hacia delante de nuevo para amortiguar la caída, de modo que tiré más hacia atrás y, tachán, la cometa giró haciendo un giro completo en el aire, aumentando la velocidad y lanzándome en una recepción perfecta con plena potencia y una cara de satisfacción y asombro que ojalá me hubieran sacado una foto!!!!!!

A partir de ahí, lo hice seis o siete veces más, en ambas direcciones. Oh, felicidad. Oh, alegría. Fueron unos veinte minutos hasta que el viento bajó más de lo debido y me volví a la orilla, pero qué gran rato.

Resulta que fue fácil. ¿Demasiado? No lo sé. Cada persona es diferente. Yo lo vi claro, lo hice y pensé, como con tantas otras cosas, que no era para tanto. ¿Por qué no lo habría intentado antes? Eso es algo que cada uno se tiene que preguntar. Estas cosas surgen, y ya está. Tampoco creo que haya que obsesionarse por hacer algo para lo que, a lo mejor, no estamos preparados ni física ni técnicamente. Pero por probar no se pierde nada... total, solo es agua.

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