domingo, 1 de junio de 2014

los renglones torcidos

Llevaba un tiempo, casi un año, dando vueltas a la idea de cambiar de coche. Transmutar el pequeño destechable biplaza por algo más práctico, dada la urgencia imperiosa que motivó el que mi limitador no pudiera/quisiera moverse con él por ciudad para sus tareas con la ONG, o con ambos cuervitos si tenía que hacer algo con ellos mientras yo practicaba el pandorguismo playero.
De modo que empecé a darle vueltas a la cosa. Miraba y buscaba, veía, probaba otros electrodomésticos... y casi ninguno satisfacía mis exigencias, teniendo en cuenta que habría que entregar mi deportivo y además añadir un puñado de miles de euros, cosa muy difícil de aceptar dado el excelente estado de revista en que se encuentra el mismo, y su calidad y valor intrínseco no subjetivo.
No obstante, soy consciente de que el mercado es el mercado.
Pero surgió una idea que podía satisfacer a ambas partes: una parte soy yo, claro, y la otra sería un buen amigo y tocayo. La cosa consistía en cambiar a pelo su coche por el mío. Está claro, salgo perdiendo con el cambio aunque el mío habría que ponerle gomas nuevas rápidamente y la transferencia sería más cara para él... pero la diferencia de valor inclinaba a mi coche a su favor claramente. Pero yo estaba dispuesto a ello, más que nada porque me costaría mucho más dinero adquirir un coche nuevo, seguramente un Golf que usa de esas cosas que alimentan a las calderas...

BMW 130i, un sleeper en toda regla

Por detrás pierde un poco... pero es aceptable
Durante más de dos meses estuvimos hablando, nos cambiamos los coches, nos pusimos de acuerdo en las condiciones... pero la cosa, por hache o por be, no ha llegado a buen puerto. Yo ya estaba hecho a la idea de quedarme con el rojito, incluso me había acostumbrado a verlo en mi plaza de garaje. Llegué a lavarlo a mano una vez, algo que une a un coche a su dueño, y empezaba a reacostumbrarme al cambio manual y a sus peculiaridades de conducción.

Peeeeero, a veces las cosas no salen como uno quiere; se tuercen por esto o aquello, cuestiones que escapan a nuestro control.

Ayer descambiamos los coches, y hoy mismo no he podido resistir la tentación de salir temprano a dar una vuelta a cielo abierto. Ha sido como quedar con aquella exnovia: volver a acariciar un cuerpo conocido, esas miradas de complicidad, el confort de la confianza, de que podemos estar a gusto sin tener que hablar...

Como siempre, una solitaria carretera vacía de tráfica, incluso de ciclistas ahora que estamos en plena temporada, lo que me ha extrañado bastante. Rodeado de eucaliptales, y a ratos de pinares (hasta cuatro tipos diferentes de coníferas he llegado a descubrir en esta vía solitaria de asfalto perfecto y curvas amplias).
No he corrido, no ha hecho falta. Enseguida nos hemos entendido. Lo he pasado muy bien, he disfrutado.

Día perfecto para disfrutar del techumbreless


Ni un alma por esta perdida carretera de asfalto perfecto

En mitad de la ruta, como siempre, una reconfortante desayuno en cualquier venta de las muchas que abundan por la zona: 


¿Cómo renunciar a estos placeres tan mundanos? Como pagano total que me considero, me resisto a desistir, a olvidar, a cerrar los ojos y los sentidos a este tipo de disfrute.