lunes, 4 de marzo de 2013

La no violencia

Leyendo anoche el blog de mi guruji, a quien tengo por maestro tremendo del arte del yoga, y a quien le debo mucho, o al menos bastante, de mi actual cuerpo y alma, leyendo su blog (como iba diciendo) vi que dedicó una entrada a la “ahimsa”, la no violencia, un punto importante, si no crucial, de Yama, la ética del yoga.
En esa entrada se habla de Ghandi como uno de los principales ejemplos y modelos a seguir en ello.

Aprovecho la ocasión que me brinda este pequeño espacio para exponer mi opinión, que difiere, en mucho, de la de mi querido gurú. Para mí, el político indio no era pacífico en absoluto. Hay muchas maneras de ejercer la violencia, y no quiero pensar que mis escasos o inexistentes lectores tomen por tal el mero y único acto de violencia física. Eso sería grosero, un entendimiento soez del concepto de “violencia”. Hay muchos tipos de violencia. Quizá para un niño pequeño sí, una bofetada, un empujón, sujetarlo contra su voluntad, sea la única manera de violencia que pueda comprender su cerebro. Pero a ese niño le queda mucho por aprender, y con el tiempo se dará cuenta de que hay violencias peores.
Hay violencias que no se manifiestan como esa forma básica y primigenia, violencia consistente en el no hacer, o en el no dejar hacer, o simplemente violencia verbal, gritar, amenazar, chantajear, abusar de poder, manipular. Hay violencia que se ejerce sobre nuestras personas y, es increíble, ni nos damos cuenta.

A menudo, por desgracia, la violencia sólo se puede combatir con violencia. Es raro el caso en que la verdadera violencia es contrarrestada con buenas palabras y raciocinio.

¿Hay algo más violento que una manifestación? En muchas manifestaciones, por no decir todas, un grupo de personas exigen algo en su provecho personal (algo que, por lo general, no afecta al resto de conciudadanos). ¿Quién no ha sufrido alguna vez un corte de carretera o de un puente o de la vía principal de su ciudad, causando molestias, perjuicios insalvables, incluso amenazas y daños materiales para, ay, aquel que osare ejercer su derecho de libre circulación por los espacios públicos? Oiga, en ejercicio de su derecho de manifestación usted se puede tumbar sobre el suelo de una carretera, impidiendo así la circulación normal de vehículos a menos que pasen por encima de su cadáver.
Eso, precisamente eso, es un claro ejemplo de violencia. Un chantaje en toda regla, una imposición de un ser sobre el otro para alcanzar un fin egoísta y personal. Y al vecino que le ondulen.
Normalmente la cosa no pasa de ahí. En casos extremos puede haber luchas callejeras como ocurría con los Astilleros de Cádiz cuyos trabajadores cortaban constantemente el puente de acceso a la ciudad y tenían que intervenir las fuerzas armadas para poner orden. Para algunos, increíblemente, eso no es violencia.

Imaginen ahora que alguien quiere lograr algo, y para coaccionar al Estado, al poder público democráticamente elegido por todos, por todos, decide tumbarse sobre la vía del AVE impidiendo su circulación y perjudicando a cientos de pasajeros. ¿Hay algo más violento? A ver, lo hay, claro está. Pero esa actitud es bastante violenta, y seguramente haya que solucionarla por la fuerza. Ah, pero él estaba pacíficamente tumbado en la vía, no estaba haciendo daño a nadie…

Volvamos a Ghandi, el gran ejemplo de la Ahimsa. Ciudadano ejemplar de un estado en vías de desarrollo, bajo la protección y dirección del Reino Unido, se unió al clamor que quería y pedía la libertad, la independencia y la marcha, o expulsión en su caso, de los ingleses de la India, a la que había exprimido hasta la saciedad. Claro caso de violencia contra violencia: los ingleses estaban ejerciendo una supremacía militar, obraban con fuerza; los indios, unos más explícitamente violentos que otros. Porque hubo indios violentos, claro que los hubo, en el sentido más común del término, que atentaban contra la autoridad de la Reina de Inglaterra. Hasta que Ghandi encontró la manera de ejercer la violencia “pacíficamente”, y vendió ese rollo a todos sus seguidores, e incluso a quienes no lo eran (porque tenía muchos enemigos, como todos los políticos, y de hecho acabaría asesinado, como supongo todos ya saben), pero que le apoyaron en su momento porque les interesó. A muchos interesaba una liberación del yugo anglosajón.
Pero sus métodos, lejos de ser pacíficos, eran meros y comunes chantajes y coacciones. Es cierto que él no iba pegando mamporros por la vida, pero sus mamporros eran de otro tipo. Quizá era la mejor opción dentro de la violencia, porque a la violencia hay que responder de manera proporcional (en caso contrario, el que reprime la violencia se convierte en abusador o ente de peor calaña incluso), pero violencia al fin y al cabo. De hecho, pregonaba públicamente la total fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil si fuese necesario...

Mira, mira qué cara de buenín!!!

Porque, digo yo, ¿cuántos actos de nuestra vida no se rigen por la violencia? Lo que ocurre es que la violencia se ha civilizado de tal modo que acaba por pasar inadvertida, como ya dije al principio.

Epílogo:

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.