domingo, 17 de febrero de 2013

horizonte final

Este es el título de una tremenda película de ciencia ficción de índole terrorífica, en serio. Una vez tuve que dejar de verla cuando iba por la mitad, del acojone que tenía, y terminé el día siguiente a mediodía. Sí, soy así de impresionable.

El final de un horizonte, motociclísticamente hablando, puede estar muy cerca para mí. Hoy he realizado la que puede haber sido la espuela, o la penúltima subida a la sierra con la Minigixxer:

Solitaria ella, única representante del deportivismo en carretera abierta
Una mañana fría, aunque no tanto como la de ayer en bici, y el madrugón correspondiente, han propiciado que no hubiera apenas motociclistas en la N-435, antaño ruta inevitable de los más quemados de las provincias de Huelva, Sevilla, Badajoz y parte de Portugal.
Cientos de accidentes y la masificación de inexpertos moteritos de tres al cuarto en la búsqueda de sensaciones propiciaron en su día la persecución, acoso y derribo, a saco, de los usuarios de este tipo de máquinas. Hoy día, la diezmada raza de pilotos racing se dedican a desfogarse en los circuitos, en un entorno más controlado y exento de "recetas" por parte de la Benemérita... lo que, unido a la galopante crisis, ha hecho que el mundo de las hypersports sea hoy una mera anécdota.
Sí, es raro ver ya a esos locos enfundados en sus monos de cuero de una pieza con las deslizaderas gastadas, tomando el café de rigor en la cafetería a pie de carretera, contando batallitas al más puro estilo "Joe Bar Team", o "Ace Cafe".

Panta rei, todo pasa, decían ya hace tres mil años los clásicos griegos. Efectivamente, lo he podido vivir en mis carnes. Solo me crucé, en el camino de vuelta, con una maxitrail y dos Muebleuves viejunas que iban de paseo. Aún así y todo, fui parado en el cruce de Calañas, a la altura de Los Pinos de Valverde, por los agentes de verde, que me hicieron una inspección general y, previa amenaza de recetarme 80€ para terminar de joderme el ánimo por no considerar que la pegatina de la ITV estuviera en el lugar oportuno, me dejaron ir... Oh, alabado sea el Señor Todopoderoso -The Almighty Lord-, por su infinita misericordia y elevada comprensión. ¡Qué manera de escudriñar los neumáticos, verificar si llevaba el preceptivo catadióptrico trasero, comprobar la legalidad de los intermitentes, verificar la corrección de la póliza del seguro... Lo siguiente puede ser una prueba de ADN in situ para cerciorarse de que yo soy realmente quien digo ser y no un usurpador cualquiera. Me ahorro aquí y ahora los calificativos que merecen estos despreciables fariseos, sepulcros blanqueados de la moralidad sobre ruedas, perros que obedecen a su amo como robots sin conocimiento ni lucidez ni capacidad de discernimiento.

La decisión está prácticamente tomada. Iba a adquirir una trail viejuna de allá el 1990 ó, a los sumo, el 1992, y compaginarla con la GSXR, pero no tiene sentido. En un mundo en que las carreteras están hechas para el más lento y el más torpe, conducir una deportiva es un sinsentido absoluto y puede producir a corto plazo serios daños cerebrales, problemas de personalidad y, sobre todo, una enorme caída de la autoestima que nos suma en la más profunda de las depresiones.
Con una trail puede abrirse un nuevo mundo ante mí, y ya imagino en mi cabeza rutas fantásticas llenas de aventuras y alegrías, lejos de la civilización y, sobre todo, del acecho recaudatorio del gran Leviatán llamado Estado. O eso creo.

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