jueves, 8 de marzo de 2012

Mal trago

Es lo que pasé esta tarde.
Desde mi punto de vista de ateo convencido y practicante, todo lo relacionado con cualquier tipo de religión teísta me repugna, y más todavía las exhibiciones semanasanteras, navideñas, ramadanes, y similares.
No, no me importa si alguno de mis escasos seguidores se pueden ofender, para nada. Es su problema. Yo tengo muy claras mis ideas, y el porqué de ellas.
Pero mi limitador es todo lo contrario, profunda creyente, incluso de misa dominical, y quiere educar a mis retoños en la fe cristiana. No en vano, ya se han disfrazado, perdón, vestido de nazareno en algunas ocasiones, y el mayor va a proceder dentro de poco a tomar la primera comunión -ahora la primera eucaristía-. Antes de ello, hay que confesarse por primera vez -ahora se llama reconciliación, qué bonito!-.
La confesión es algo horrible, es un modo atroz de control, una humillación, algo realmente contranatura. Lo peor.
Pues no sólo se hace un acto público de confesión cuasicomunitaria, que ha sido llevada a cabo en la capilla del colegio de los Maristas, donde estudian, sino que también me he visto presionado familiarmente para asistir.

Mi chico, al fondo, sentado a la vista de todos contando sus secretillos
He tenido que presenciar tan lamentable espectáculo, triste, cariacontecido, meditabundo. Pienso en cuándo será el momento en que alguno de mis hijos reaccione y salga de ese embrollo donde los están metiendo. Yo, de momento, figuro en un papel secundario, pasivo. Quizá no es lo adecuado, pero la verdad, yo tampoco quiero convencer a nadie de nada. Soy lo que soy porque he llegado a ello después de años de cavilaciones y filosofía, de observación y de aprendizaje. Nadie me enseñó a ser ateo, y creo que es algo a lo que se puede llegar por uno mismo, sin imposiciones, y además esa debe ser la manera correcta.
En fin, ojalá todos mis problemas y desgracias en la vida sean pasar un mal rato en una capilla, junto a mi limitador y mis hijos.
Amén.