martes, 28 de febrero de 2012

Ah, Is Billia

Ah, Sevilla.
Hace algunos días que no perpetraba entradas bloggeras, y ha sido, mayormente, por haber estado fuera. He pasado unos días familiares, a raiz de ciertos cambios que no viene a cuento contar aquí y ahora, repartiéndome entre la casa de mis padres y la de mi suegra, también conocida como relimitador o corte de encendido.
He tenido tiempo de retomar la lectura, próxima a su fin, de "La Rebelión de Atlas", magnífica obra filosófica en forma de novela en la que se trata el tema de la distopía de una sociedad con un gobierno ultraintervencionista. Ya hablaré de él cuando lo acabe.
También he ido al cine, cosa que llevaba meses sin poder llevar a cabo. He tenido la desgracia o mala oportunidad de ver la claramente sobrevalorada "No habrá paz para los malvados". Este filme, que es sin duda un producto de mercadeo vil y rastrero, estafador, deshonesto y rayano en el plagio vulgar, no merece ni ser calificado como película. En efecto, lo veo como una peli de serie B de los años ochenta, como un telefilme de sobremesa, o como un remake de "Dirty Harry" a la española, plagado de tópicos y clichés, en la que el actor protagonista, Coronado, hace un papel redondo, sí, pero no por nada especial, no, sino porque se ajusta a su físico, a su forma de moverse, le pega, es SU PAPEL pero porque le sale natural, es que da la impresión de que José Coronado es así. Vamos, que no actúa mucho, sólo se deja guiar.
El guión está lleno de lagunas e incongruencias, y la posproducción es de risa. Los efectos son de coña -vamos, que cuando cierra la puerte del Xantia suena como si fuera un Clase S-, y las situaciones son desmesuradas y totalmente increíbles.
La peli es una hez total, no se la recomiendo a nadie, y en su lugar pueden ver cualquiera de la saga de Harry El Sucio, con un Eastwood enorme, que además es más guapo y mejor actor que Coronado.
Para resarcirme de tan amarga aventura, al día siguiente fui con el limitador a pasar la mañana en la capital, primero visitando un taller relojero, de los de verdad, no lo que hay en Huelva, que da pena. Luego nos dirigimos al centro, donde paseamos bajo un agradabilísimo sol invernal que ha calentado hasta pasar los veinte grados.
Me gusta ir de vez en cuando a Sevilla y ver la vida que hay en sus calle peatonales del centro, ese ambiente de sus plazas más populares, tomar alguna cerveza con su tapa en los diversos bares que pululan por doquier... Así es como llegué al bar o cervecería Giralda, en una conocida calle que parte de una plaza en la parte trasera de la Catedral:

La barba mola.
Antes de sentarme en una pequeña mesa sobre la acera, ya había tomado un poco de adobo en una transversal de la calle Tetuán, y una tapa de morcilla de arroz con huevo de codorniz en otro sitio junto a la Plaza Nueva. De modo que mi limitador sugirió ir a:

Antaño fue un reconocido lugar de tapeo sevillano, con el local atiborrado de gente, costaba trabajo llegar hasta la barra para pedir, y era imposible encontrar mesa libre fuera, en la calle. Cuando vi que apenas había un par de clientes dentro, y varias mesas libres, ya me mosqueé un poco, pero en cuanto llegó mi tapa de "patata a la importancia", mis temores se confirmaron: algo había cambiado, y no precisamente a mejor, en este lugar. Una pena. Otra víctima de la crisis que ha preferido bajar la calidad en vez del precio para subsistir... a costa de perder cada cliente con un mínimo de exigencia. Ellos sabrán lo que hacen, pero este que escribe no pisará más ese sitio.
Para quitarnos el mal sabor de boca, y de paso tomar un postre agradable y un cafelito, en nuestro camino de retorno al coche entramos en Ochoa, en la calle Sierpes, donde degusté un magnífico tocino de cielo, y el limitador una torrija, la primera de la temporada:
Deliciosísimo
Y de este modo dulce y feliz, acabo por hoy.
Un beso a todos, y me voy a la cama para preparar mi cuerpo de cara a la ruta montañera de mañana, de la que, supongo, haré cumplido reporte.

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