sábado, 31 de diciembre de 2011

No es afición para viejos

Hoy, como los últimos años siempre que las circunstancias lo han permitido, he celebrado en parte el aniversario de mi nacimiento -día superfluo, por otra parte- con una breve rutita de bici campo a través.
Siempre hago esto con mi amigo Gabi, que cumple el mismo día que yo, oh gran casualidad, y esta vez se nos ha unido -erróneamente, como luego se verá-, mi tocayo Pedrito, quien cumplió el 28.
El recorrido elegido, trazado por el menda, y acortado dadas las paupérrimas condiciones físicas de algún ciclista de poca monta, ha sido el que se señala en el pantallazo del aifón. He cortado la parte del carril bici por su ausencia de interés:



En cuanto a kilometraje, hacía tiempo que no hacía tanto, pero es que a ese ritmo patatero podría haber realizado cien kilómetros. El límite no lo pondrían mis piernas, ni siquiera la que está en fase recuperativa, sino el dolor de mis posaderas.
Pero es que, claro, uno está en una reunión al albur de unas birras un día cualquiera, y se comenta el asunto del paseo anual, y se apunta todo quisque. Luego pasa lo que pasa.
Menos mal que yo ya sé los bueyes con los que aro... Alguno se cayó de la convocatoria, y otro se apunto in extremis, dado que ni tiene bici, ni experiencia campestre a pedales, ni equipamiento técnico adecuado. Este sujeto se las da de deportista, aunque lo último que hizo digno de dicho nombre -porque la masturbación no es considerado deporte, sino simple afición-, fue un partido de tenis -seguramente contra su padre o su suegro, en el mejor de los casos- hace dieciocho meses más o menos, y dos o tres días de tandas de motos, la más reciente hace dos meses... y claro, pasó lo que tenía que pasar, simplemente porque no somos conscientes de nuestra propia realidad. El se obstinaba y se empecinaba. Pero aunque la mente es un arma poderosa, el físico tiene unos límites que, por desgracia, llegaron pronto.
A los quinientos metros de entrar en el campo, y en el primer repechín, EN EL PRIMERO, manda muchos cojones, una cuestecilla de veinte metros, se me vinieron los dos pié a tierra:

El uno.

El otro.
Vale. Ahí ya me empiezo a hacer una idea de por dónde iban a ir los tiros, y decidí acortar la ruta. Yo subí la pequeña pared sin problemas con mi 29er rígida que todos ya conocen, lo que indica que he hecho bien los deberes durante estos últimos meses.
En fin, que les llevé del modo más directo y facilón, a través de un tedioso pisteo puerco, hasta un revirado singletrack, divertido, con curvas de todo tipo, hasta peraltadas, dubbies, minisaltos... pero nada, al más mínimo intento de luchar contra la gravedad se me vinieron abajo repetidas veces:

Gabi no perdía la sonrisa a pesar de todo. Ha estado mejor que otras veces. Bien.

De mal en peor, nos rompía la media constantemente.
Le tuve que dar a Pedrito un suplemento de glucosa, por si las moscas. Hay que decir en este punto que Gabi nos confesó que en el bote no llevaba agua, ni siquiera bebida isotónica, sino ¡rebull! Aquí el que no corre, vuela. Ya decía yo que estaba durando demasiado.
Pedro nos iba lastrando, las paradas se sucedían. Se quejaba de dolor en los isquiones, en los muslos, en los tobillos, hasta el alma le dolía.
MUAHAHAHAHAHAHAHAHAAAAA.

Paramos en El Portil en un bar para tomar algo y descansar, y luego retomamos la marcha. Ya sólo quedaba carril bici hasta Huelva, unos trece o catorce kilómetros que a alguno se le hizo interminable. Gabi tiró para alante dejándonos abandonados y aprovechando, supongo, el subidón de cafeína y taurina.
Me quedé acompañando a Pedrito por si acaso le daba una pájara o algo peor. Aún así no pudo superar algunas cuestecillas del carril, lo que es muy triste:

Bueno, con paciencia y saliva se la metió el elefante a la hormiga, conque al final llegamos a buen puerto. Esto no se repetirá más, tomo nota y apunto datos.
El año que viene ya me acompañará mi hjo Manu, que seguro que tiene más nivel. Me he arrepentido mucho por no haberlo traído esta vez, como él mismo me pidió.

En fin, una cerveza al llegar a la capital y reunirnos con otros amigos ha servido para derramar lágrimas entre risas contando las numerosas anécdotas que estos terribles cuarenta kilómetros nos han proporcionado.

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