sábado, 23 de julio de 2011

El Manantial

Mira la atmósfera moral de nuestros tiempos. Todo lo que es motivo de gozo, desde los cigarrillos hasta el sexo, desde la ambición hasta el lucro, todo es considerado depravado y pecaminoso. Demuestra que una cosa hace feliz al hombre, y lo habrás condenado. Hasta eso hemos llegado.
Hemos unido la felicidad con la culpa. Y hemos tomado a la humanidad por el cuello. Arroja a tu primogénito al horno expiatorio, acuéstate en una cama de clavos, intérnate en el desierto para mortificar tu carne; no bailes, no vayas al cine, no trates de enriquecerte, no fumes, no bebas.
Todo en la misma línea. La gran línea. Los tontos piensan que los tabúes de esta naturaleza son simplemente absurdos. Algo que ha quedado de lado, anticuado. Pero siempre hay un propósito en el absurdo. No te molestes en analizar una locura, sólo pregúntate qué logra.
Todo sistema de ética que predicó el sacrificio tuvo un gran poder y gobernó a millones. Por supuesto, lo debes adornar. Debes decirles a las personas que alcanzarán una felicidad superior si dejan todo lo que las hace felices. No tienes que ser demasiado explícito sobre esto. Utiliza palabras grandiosas y vagas: “armonía universal”, “espíritu eterno”, “nirvana”, “paraíso”, “supremacía racial”, “dictadura del proletariado”. La corrupción interna. Ese es el camino más antiguo. La trampa ha funcionado durante siglos, pero aún hoy las personas siguen cayendo en ella. Y sin embargo, evitarla es sencillo: simplemente escucha al profeta de turno y si le oyes hablar de sacrificio, huye más rápido que de una plaga.
Surge de la razón que donde hay sacrificios, hay alguien recolectando las ofrendas sacrificadas. Donde hay servicio, hay alguien siendo servido. Quien habla de sacrificio, habla de esclavos y amos. Y pretende ser el amo. Pero si alguien alguna vez te dice que debes ser feliz, que ese es tu derecho natural, que tu primer deber es hacia ti mismo, ese hombre no anda detrás de tu alma. Ese será el hombre que no tiene nada que ganar de ti.

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