lunes, 2 de mayo de 2011

Piloto!! (2)

Mientras escucho a Tim Booth (interesados pueden investigar un poco, y se encontrarán con un autor tan desconocido como fantástico) por los auriculares del iPod, y con las retinas todavía impresionadas por la lección de pilotaje de Dani Penosa, quien parece ser cada vez un poco menos penoso, la lección que dio ayer en Estoril, no puedo dejar escapar un solo momento más sin escribir un poco más sobre nosotros, los pilotos.



Nosotros, los pilotos, vamos por la calle paseando con el limitador y los críos, y escuchamos un rugido, o aullido, o bramido, y tenemos que girar la cabeza. Es algo compulsivo, no podemos hacer nada por evitarlo.

Pero no somos "moteros", ni siquiera "motoristas", no hay que confundir churras con merinas. Quizá, de entre las numerosas tribus de dos ruedas, con la que más se nos puede identificar es con la de los "quemados", pero tampoco es exactamente eso.
El Piloto se nace, no se hace. Uno lo es, y punto. Y lo es con la moto, con el coche, con la bici, con los patines... con todo aquello que tenga ruedas y sea susceptible de alcanzar un mínimo de velocidad.

Es el gen, el puto gen. Algunos se resisten, intentan colgar el hábito, colgar los guantes, pero no hacen sino engañarse, sin duda.

Y el Piloto tiene sus rituales: arranca la moto, y mientras se calienta se pone el casco con cierre de doble anilla (si no, no es digno de un piloto), luego los guantes, luego hace unas mínimas comprobaciones de temperatura, aprieta el embrague un par de veces y finalmente engrana la primera y sale suavemente. Es la parafernalia, obligatoria, fruto de la experiencia, de años de motazos por aquí y por allá, de irse labrando y curtiendo ese duro pellejo de piloto, de pasar un calor horrible en verano, de mojarse y helarse en invierno, de limpiar una y mil veces la visera del casco, de engrasar la cadena, y tensarla, de comprobar la presión de los neumáticos...

Y la llegada al bar: un par de acelerones en vacío, cuidado que acabo de llegar; y apaga el motor, se quita los guantes, el casco, pone la pata de cabra y comprueba que está bien puesta; y vuelve a comprobar que todo está bien mirando para atrás cuando se empieza a alejar de la moto. Y se sienta, obviamente, en un sitio desde el que pueda vigilar debidamente a la máquina, y ¡ay del que ose mirarla mal o tocarla!, aunque sea una puta mierda, pero, qué coño, es tu puta mierda.

Y un día, en la reunión de colegas que usan la moto para sentirse libres y realizados y felices (me niego a llamarlos moteros, no se trata de eso), en tu pequeño aquelarre de pilotillos de tres al cuarto, miras a tu alrededor y te das cuenta de que cuatro de los seis que estamos allí, tenemos hierros varios en nuestro cuerpo por causa de ello. Y nos importa un carajo. Ahí estamos, comentando la última curva del último GP, o el último modelo de MV Agusta, o rememorando algún pique glorioso. Al más puro estilo Joe Bar Team.

Y yo, callado, en silencio, en este sillón del salón de mi acogedor hogar, me pregunto si lo mío es normal, si esto acabará algún día, y también me cuestiono que porqué tiene que acabar. ¿O qué? ¿Ein?

Post Scriptum: esta mañana mi hijo ha ido a comprar el pan, él solo. Le he dado unos euros para que me trajera la revista Solo Bici, y le digo expresamente "si no tienen la nueva, no me traigas nada, eh". Y se ha presentado con el Motociclismo. ¿Será cabrón? Y yo ahí, con la baba que se me caía, viendo la nueva Tuono, y de repente me encontré repasando la lista de precios de las motos nuevas. Si es que no puede ser.

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