sábado, 30 de abril de 2011

Piloto!!

Sin duda, tengo el gen, ello, ese algo.

Uno lleva casi treinta años montando en moto, en bici, conduciendo coches, entrando en circuitos, derrapando, quemando ruedas una detrás de la otra. Primero una moto chica, luego cada vez más grande, y cuando me independizo y empiezo a tener un sueldo, la cosa se dispara y llegan los bichos más gordos y las tandas libres.

Me encanta la moto, no cabe duda. Es de las pocas cosas de las que estoy seguro al cien por cien en esta vida. Y esta peligrosa afición me ha acompañado durante miles y miles y miles de kilómetros cogiendo curvas, rozando y gastando deslizaderas, cambiando de máquina, probando otras diferentes, en invierno y en verano.

Reconozco que he estado en el filo de la navaja muchas veces, y que la fortuna, la suerte, o la simple casualidad me ha sonreido a menudo. Han sido varias las veces que uno dice aquello de "casi", o "por un pelo". He visto caer a gente delante de mí, y detrás también. He asistido a funerales de amigos, no de conocidos, de amigos, que es diferente. He ayudado a los de la ambulancia a sacar gente de la cuneta; yo mismo he surcado el viento buscando a la Guardia Civil para avisar de la situación de un compañero caído.

Llegué a dejar las motos, en una decisión quizá alocada, atormentada y un poco precipitada. Fueron momentos convulsos en mi vida, y largué rápidamente la magnífica Ducati 999 que tantas satisfacciones me había regalado. Unos años de sequía, no muchos, cuatro, fueron suficientes para darme cuenta de que mi travesía por el desierto del motor sólo había servido para demostrarme a mí mismo que mi vida iba íntimamente ligada al motor, a las ruedas, a la velocidad y a la acción.

Volví. Un piloto es siempre un piloto, como un escorpión será siempre un escorpión. Y yo me creo un poco piloto, no uno de esos bravos pilotos de competición, pero sí en mi modesto nivel. Algo de gasolina va por mis venas, o de fluido hidráulico, qué sé yo.
Pero el caso es que volví, un poco a hurtadillas y por la puerta de atrás, como de soslayo, sí, como soslayadamente...

Renunciando a las velocidades críticas en la vía pública, se acabó lo de subir a la sierra totalmente despendolado. Porque uno es piloto y sabe los límites, o cree saberlos, y la Ley es la Ley, aunque no nos guste y no estemos de acuerdo. Y la pista se convirtió en mi hábitat, a nivel de aficionado, pero igualmente digno, junto a una serie de personajes, amigos que comparten la afición, algunos más pilotos que otros, algunos más comprometidos, pero todos igual de felices por poder rodar en compañía y sentir el viento, y la velocidad, y la tumbada y el roce de las pastillas por el asfalto, y notar cómo la moto tiende a derrapar al abrir gas en la curva.

Y hemos acabado una tanda de 25 minutos, llegamos al box y casi sin fuerzas para siquiera poner el caballete a la moto, y tirarme al suelo destrozado después de que me hayan tenido que ayudar a quitarme la parte superior del mono de una pieza, bañado en sudor, jadeando... pero extremadamente feliz. Totalmente realizado. Con una sonrisa bobalicona en la desfigurada cara, fuera cual fuese el resultado del pique con los colegas.

Y un día llegó el desastre, la lamentable situación que todos ya conocéis. Uno se plantea muchas cosas cuando pasa algo así, y se toman decisiones y se dicen cosas en caliente de las que más tarde te arrepientes. Y yo las iba diciendo, pero por dentro había algo en mí que chirriaba, y era el piloto. Porque un piloto se rompe, pero el tiempo pasa y se recompone. Los huesos curan, las torceduras se enderezan, los hematomas desaparecen. Puede quedar secuela, algún dolor, alguna limitación o bloqueo de movimientos... da igual, el piloto está ahí dentro, llamando. Y si no llama ahora, sé a ciencia cierta que llamará mañana, o pasado, o dentro de unos meses o de un par de años, da igual. Volverá.

Y a ver qué le digo yo a mi limitador, o a mi madre, sobre todo a mi madre y a mi padre, el día que vean que en mi garaje ha aparecido una nueva bestia de dos ruedas y un motor de muchos caballos. ¿Podrá el piloto con esa carga moral? ¿Cuál es el límite del sacrificio? ¿Por qué ese sacrificio? Soy el que soy, y siempre he sido así, esto no es nuevo.

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