martes, 17 de octubre de 2023

Alpujarras, Tabernas y Gorafe

La crónica de este viaje se me pasó, pero lo recuerdo todo tan bien que, aún seis meses más tarde, me he animado a dejar constancia en este mi cuaderno de bitácora. 

Aprovechando unos días de vacaciones en Semana Santa, hice un viaje en solitario, como casi siempre, largamente esperado y planeado. La idea era ir tranquilamente por carreteras secundarias hasta Lanjarón, donde haría noche. Al día siguiente saldría en dirección Tabernas, donde ya estuve con Pedro H. y nuestras 690 en un viaje "desértico" hace cuatro años, pero esta vez la idea era subir el puerto de Velefique, amén de disfrutar de las magníficas carreteras y paisajes únicos de la zona. Ese mismo día volvería sobre mis pasos hasta Guadix, donde haría la segunda noche y establecería mi particular cuartel general, con la idea de visitar la sierra de Cazorla al día siguiente, y el desierto de Gorafe al otro día. Pero a veces no todo puede salir como uno planea...

En Grazalema se despegó la suela de mi bota de turismo. Tenían estas botas veinticinco -25- años ya:


Como llevaba ropa de calle "casual wear" en las maletas, aunque no me hizo mucha gracia, no tuve más remedio que guardar las botas y ponerme las Vans, muy cómodas pero de nula protección frente a caídas o golpes. Un mal menor, supongo, ¿qué otra cosa podría hacer? Me tomé un café en una linda plaza del bonito y famoso pueblo blanco de la sierra de Cádiz, mientras meditaba y asimilaba los maravillosos paisajes y carreteras de curvas que había trazado hasta llegar allí. Pero lo que siguió hasta la llegada a Lanjarón no desmereció ni un ápice. Han pasado casi seis meses de este viaje, pero los recuerdos los tengo tan vívidos como si lo hubiera hecho ayer.
Lanjarón me acogió con bastante luz diurna aún, y tras un rápido check-in en un hotel barato pero suficientemente acogedor y con garaje para la Tigre (Hotel Nuevo Manolete), me di un reconfortante paseo por sus calles, llenas de plantas, fuentes y poemas: 











Cené bastante bien en Bodega González, todo demasiado rico para resistirse, pero hice mi consumición con calma y disfrutando del ambiente y jaleo de los parroquianos. Marché a dormir volviendo por la calle principal del pueblo, llena de bares y heladerías, pasé la noche confortable. 
A la mañana siguiente me levanté sin prisa, busqué un lugar para desayunar no muy lejos. Compré algo de comida para el resto del día (cosas de los viajes low cost), monté el equipaje en la moto, y tiré hacia Tabernas por la carretera que atraviesa Las Alpujarras, de precioso trazado, con paisajes que yo no conocía. Me quedé maravillado, es uno de esos sitios a los que hay que volver, y es que Granada tienen tanto que ofrecer y por descubrir...




El miniStelvio que es subir Velefique me llenó de emoción. ¿Cómo será recorrer esos famosos puertos de los Pirineos y los Alpes? 
Mucho ciclista por la zona, y la verdad es que lo merece. No me recreé demasiado por Tabernas, ya lo conozco bien. En cambio, almorcé frugalmente, tras pasar por Olula de Castro y Castro de Filambres, en Bacares, en el hotel-restaurante Las Fuentes, donde tenía un pajarito en una jaula que para beber tiraba de una cuerdecita para subir un pequeño cubo a su altura. Curioso. ¡Qué pájaro más listo!
Volví enlazando de nuevo la bellísima carretera alpujarreña (A-348), hasta el Puerto de la Ragua, que cruza Sierra Nevada y prácticamente desemboca en Guadix, mi destino final de ese día. 
El famoso puerto es totalmente recomendable, emocionante, exprimí las marchas cortas de mi moto inglesa y el rugido rebotaba entre las montañas y era algo bonito. 


Guadix es una ciudad interesante, y me alojé en una casa turística regentada por un señor mayor, catalán, que enamorado de esta tierra, cuando se jubiló vendió todo lo que tenía, incluido su negocio concesionario de Jaguar en la ciudad condal, para quedarse a vivir en esta singular ciudad, pequeña en tamaño y habitantes, pero muy rica en cultura e historia. 
El fallo fue que la susodicha casa se encuentre en plena Carrera Oficial, y yo, que venía huyendo de la Semana Santa de mi ciudad, me tuve que comer una noche atronadora de tambores, cornetas e incluso alguna saeta... el horror.
Pero hasta ese momento, paseé por la localidad encantado con sus rincones, sus puentes, su catedral, sus gentes... Cené muy gustosamente en el restaurante-vinoteca El Refugio, un sitio moderno, chic, pero sin perder el punto granaíno. Me gustó mucho, aunque no es barato. 
Tras la ruidosa noche, tomé el mejor desayuno que pude encontrar no sin mucho buscar, pues soy de despertar temprano (a pesar de todo), un café doble y tostada de buen jamón, y emprendí el camino a la sierra de Cazorla, por unas entretenidas carreteras en las que descubrí el típico paisaje jienense lleno de olivos y olivos y olivos por todas partes: 


El pueblo de Cazorla estaba abarrotado de turismo, no lo esperaba a pesar de las fechas. Tardé una eternidad en cruzarlo en medio de un tráfico caótico, más propio de localidades playeras en agosto. El día era cojonudo, buena temperatura y cielo limpio de nubes. Recorrí la carretera que va por el parque natural, algo impresionantemente bello, en busca de una pista que atraviesa el parque, para encontrarme con un cartel que prohibe la circulación a motos y quads. Me quedé con cara de tonto mientras pasaban a mi lado varios todoterrenos, algunos de ellos humeantes. No es la primera vez que veo una prohibición así, y no merece la pena ni comentarlo. Di media vuelta y volví por donde había ido, parando en una curva del camino donde hay un puesto para tomar un refresco y comprar algo de agua. 
Allí, a la sombra de enormes árboles, tuve un rato delicioso de contemplación mientras saboreaba una  tapa de choricillo que acompañó a la coca-cola.
Yo iba ya haciendo mis planes para la tarde, pues no estaba dispuesto a pasar noche en Guadix de nuevo y sufrir las incomodidades de la Pasión de Cristo en plena efervescencia de Miércoles Santo. De modo que tomé un frugalísimo almuerzo con los restos de comida que aún llevaba en la bolsa sobredepósito, y decidí visitar el geoparque de Gorafe, que resultó ser un sitio inesperadamente espectacular, no sólo por su singular estética, sino por los recorridos habilitados para visitarlo.






Curiosísimas las formaciones del terreno, conocidas como badlands, tierras malas, pues no sirven para cultivar (quizá sí para el pastoreo de cabras):


Todo bien señalizado, con diversas rutas para senderismo, btt, o vehículos todoterreno. Además, hay un interesante yacimiento de restos prehistóricos. Todo un descubrimiento, muy chulo.
 

Y como terminé la visita con tiempo, volví a Guadix a recoger el equipaje, me despedí de mi anfitrión, y tomé la autopista A-92 para llegar a tiempo para la cena a casa de los viejos en Dos Hermanas, 300 km del tirón sólo parando para echar algo de 95 octanos a la incansable Triumph, que demostró ser una viajera incansable, cómoda, potente, y con más capacidades para el offroad de lo que su tamaño y peso pueden sugerir.
Aunque condensé los dos últimos días en una sola jornada, vi todo lo planeado, aunque me quedé con ganas de más moto, y es que viajar con una maxitrail no tiene nada que ver con hacerlo en la ligera KTM 690, para lo malo y para lo bueno.

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