domingo, 18 de noviembre de 2018

La poetisa

No sabía realmente. Tenía una idea, un prejuicio quizás.
Nunca me atrajo la cantautoría, supongo que la razón es que refleja todo lo contrario a lo que me gusta realmente de la música. No quiero que me malinterpreten, no. Doy gran valor a todo proceso creativo, y sin duda la música es uno de ellos, ciertamente singular, que no sólo requiere talento natural, sino técnica, práctica, y elección del momento.
En mi vida diaria jamás he escuchado música de autor, me aburre, la temática no me interesa, y para colmo se suele acompañar de ideología política o algo peor: misticismo, experiencias religiosas, historias demasiado personales. Nada de eso me interesa.

Pero la vida da muchas vueltas, y conozco a los padres de Ana Vázquez Limón desde hace unos años. A ella la conocí cuando aún era estudiante de Ingeniería. Ya acabó la carrera, y ha trabajado en lo suyo aquí y allá, lejos, y ahora cerquita, en el Puerto de Huelva. Se le da bien, mayormente porque es una aplicada estudiante, está bien orientada, y tiene habilidad e inteligencia para ello... aunque realmente no le vuelva loca. No se puede dar marcha atrás en el tiempo, y quizá sabiendo lo que sabe ahora no hubiera escogido hacerse ingeniera. Nunca lo podremos comprobar.

Sea como fuere, lo que sí le gusta, y muchísimo, es la música. Es persona sensible, demasiado, sus sentimientos están a flor de piel, y no le cuesta reconocerlo sino que, antes al contrario, habla de ello abriéndose a los demás, compartiendo, y así tenemos que se junta el hambre con las ganas de comer: componer y cantar sus propias canciones es una válvula de escape ideal.
Pero sus canciones son algo más, son poemas, verdaderamente. Se salen del esquema al que estamos habituados de lo que se puede escuchar en las fórmulas de radio, de lo comercial, y se adentra en el sentimiento, en expresar a veces el sufrimiento de una pérdida, el valor de la amistad, el amor por alguien, lo de dentro. Son temas difíciles de expresar, pero ella lo consigue, y además con una naturalidad que te deja desarmado.

Todo esto y otras cosas me venían a la cabeza cuando este viernes estaba sentado en el teatro de San Bartolomé de la Torre, rodeado de decenas de personas que disfrutaban de ese espectáculo íntimo (no por el escenario, sino por lo que se estaba ofreciendo sobre aquellas tablas). En más de una ocasión me sorprendí a mí mismo con la boca abierta, e incluso, para comenzar el repertorio, un par de lágrimas afloraron sobre mis mejillas. 

Acompañado por un amigo a la guitarra o al piano, según lo requiriera la ocasión, ella también rasgueaba los acordes principales, los cimientos sobre los que se edifican sus composiciones. Pero el recital comenzó con un poema, una creación particular de ritmo enorme, rima mayormente asonante, profundidad, belleza.
Después, cinco o seis temas, otro poema, una bulería con su padre a la guitarra (porque dice que ella no sabe tocarla), y un bis. Entre canción y canción siempre algún comentario presentando el argumento, alguna ocurrencia fruto de la improvisación y los nervios. 

Maldita luz cenital que afea.
Todo salió a pedir de boca. Y yo quedé maravillado.
Esto hay que vivirlo en pequeñas dosis, hay que digerirlo, hay que asimilarlo. Esto va más allá del mero concepto de música, y se adentra en el arte. El arte más íntimo y personal, y cómo un ser humano es capaz de desnudarse, y darse y exhibirse frente a los demás, propios y extraños, y provocar efectos, emociones.

Bravo, Ana. Sigue siendo tú, huye de aquél que te quiera cambiar, porque si alguien lo consigue (lo dudo), perderíamos algo muy grande.

1 comentario:

  1. Gracias por hacerme ver con mis ojos y tus letras lo que sentí en el alma.

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