lunes, 10 de septiembre de 2018

ZGZ

Bueno, en fin, cogí tres días para visitar Zaragoza con mis progenitores y la mujer con la que comparto todo. 
Tampoco quiero explayarme mucho al respecto. Ha sido un viaje curioso, satisfactorio, lo que no es poco. Un placer hacer turismo fuera de temporada, y septiembre casi lo es en este país.

Todo comenzó con un traslado en tren de alta velocidad desde Sevilla, aunque no es hasta pasar Madrid que el crucero se sitúe en torno a la mágica y cacareada cifra de 300 km/h. Así, a pesar de parar en Córdoba, Ciudad Real y Madrid, tardamos tres horas y cuarenta minutos. Por el camino tuvimos tiempo de ver una película, leer, dar un paseo al vagón-bar si se terciara. Por mi parte, di un buen empujón a la lectura de mi penúltima lectura que pronto relataré por aquí mismo.

El primer día lo dedicamos a posesionarnos de nuestras habitaciones en el Reina Petronila, con sus particularidades, entre las que están el haber sido diseñado por Moneo y, a pesar de su catalogación de *****, carecer de aparcacoches o mozos maleteros, botones, o un restaurante digno de tal nombre. En fin, no le voy a mirar el dentado a caballo regalado, pero las cosas hay que decirlas. Por eso, cuando el recepcionista me preguntó si todo estaba a mi gusto, le contesté que había encontrado unas pelusillas en la alfombra del saloncito de la habitación suite. 

Visitamos, cómo no, la Basílica del Pilar y la Aljafería (un puro espectáculo lleno de historia y curiosidades), todo muy bello y bien conservado.


Interludio: el hotel tiene anejo un centro comercial, de nombre Aragonia, donde encontramos las típicas tiendas que encontramos en cualquier otro centro comercial del Universo, sobre todo las del Imperio Amancio Ortega, y una retahíla de restaurantes conocidos de comida rápida para todos los gustos y estilos. Además, como commemoración del 50 aniversario del Vespino, una escueta exposición con modelos emblemáticos y algunas curiosidades.


Tarjetas que franquean el paso a las suites, una para cada sujeto:


Mis viejos, personas felicísimas en esta pequeña aventura controlada. La edad hace mella, y ya se van cansando más de la cuenta, y eso que sólo estuvimos tres días...
Pero se lo pasaron pipa y disfrutaron de lo lindo en las visitas culturales. Aquí abajo los podemos ver en la Aljafería, una joya arquitectónica en pleno meollo de la ciudad:


En el Pilar se puede subir en un vertiginoso ascensor panorámico a lo más alto de una de las torres laterales, desde la que hay una visión única de la ciudad y su río, que da nombre a nuestra enorme península:


Otro punto de vista, espectacular, del río, un puente antiguo, un señor importante en mi vida, y esa enorme construcción para albergar una virgencita que es muy pequeña:


Ahora unas instantáneas de la habitación. Hablan por sí solas, no merecen más comentario:













No pudimos dejar de visitar el Museo de Gargallo, un interesante escultor de la tierra. Muy interesante contemplar su obra, la organización del museo, el emplazamiento... Aquí junto a su más famosa creación, el Profeta:


Otro día estuvimos en Calatayud, a unos 70 km, para lo que alquilamos un coche, como ustedes ya deben saber si han hecho los deberes. Tiene importantes monumentos en forma de iglesias muy antiguas en las que predomina el mudejar, el románico tardío y esas cosas. Pero por desgracia estaban en pésimo estado de conservación, algo lamentable en los tiempos que corren, sobre todo en el caso de ésta de la foto, que nos dijo una paisana que lleva siete años cerrada esperando que se lleven a cabo trabajos de rehabilitación. Se trata de una iglesia que es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y todo, pero ¿de qué sirve tal? Esa y otras cuestiones me pregunto. En fin...


Aprovechando que estábamos cerca, esa noche la pasamos en el Monasterio de Piedra, que como hotel deja bastante que desear, pero que tiene el susodicho monasterio que da nombre al sitio, y un parque natural lleno de cascadas y paisajes de película. Imprescindible la visita de ambos, el uno por su historia y curiosidades cistercienses, y el otro por belleza y espectáculo. 
Alucinante como al final del verano hay tantísima agua en las numerosas caídas de agua que contiene, recorridos en el frescor de la sombra de sus centenarios árboles, grutas, subidas y bajadas. Un puro goce:







No hay mucho más que contar que a ustedes interese. Disculpen si no cuelgo fotos de las habitaciones del hotel del Monasterio o la cena que tuvimos, no merece la pena. 

Por lo demás, y aunque no he hecho referencia a ello, sepan que tenemos por costumbre comer muy bien cuando vamos de viaje, uno de los alicientes que no hay que descuidar. He vuelto con dos kilos de más que ya me estoy quitando.

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