viernes, 20 de octubre de 2017

Motos que me quitaron el sueño: ZX7R

Inicio hoy una serie de entradas dedicadas a comentar mis sentimientos acerca de máquinas que hace muchos años provocaron la inquietud de mi ser, ejemplares entonces inalcanzables para mí, objetos del deseo febril y también pueril en cierto modo.
Es bonito tener sueños, y además es gratis (siempre que la cosa no desemboque en una obsesión enfermiza, supongo, y acabe influyendo en tu modo de vida o comportamiento social), y en mi caso alimenta y ayuda a mis ganas de vivir nuevas experiencias. Todo suma, de todo se puede aprender, y hoy miro con nostalgia fotos de aquellas hermosas motocicletas que ahora pueden considerarse totalmente obsoletas pero que, sin duda, al menos para mí siguen teniendo un aura de objeto especial, casi mágico. Pero sin perder de vista eso, que sólo son objetos, cosas casi fungibles, y que no deben pasar al plano de lo inmaterial que realmente es lo que llena mi espíritu, karma, aura, o llámenlo equis.

Para ello, comenzaré hablándoles, y no por ningún motivo en especial elijo ésta, de la Kawasaki ZX7R:



Fabricada entre los años 1996 y 2003, esta belleza de 750 cc y 120 cv a 11.700 rpm, fue para mí la más hermosa creación nipona de la categoría de las superbikes. Con un peso en seco de 203 kg, superaba ampliamente los 220 kg en orden de marcha.
No era especialmente potente, ni tampoco ligera. Pero era suficientemente potente, y no excesivamente pesada. Esto quiere decir que "todo depende". Aunque los fríos números no la ponían en una posición aventajada frente a la competencia, y cercana la hora de la desaparición de esa cilindrada en el Campeonato del Mundo de Superbikes en favor de los 1.000 cc, esta moto tenía algo muy poderoso, que es la imagen de deportividad, de radical deportividad, que nunca fueron capaces de transmitir sus más directas rivales. Una postura extrema, el sillín del pasajero en la tercera o cuarta planta, la suspensión trasera de características pétreas, una dirección bastante dura de mover, y un motor que gustaba de girar muy arriba, eran todas ellas características que, sumadas todas, hicieron que ésta fuera una moto para hombres, y para hombres duros.
Por ello, por estos lares no se vendió mucho, la vi poco en la calle, y siempre que lo hacía no podía evitar quedarme boquiabierto y ojiplático, como pequeño infante ante el escaparate de una tienda de juguetes.
A su lado, todo lo demás palidecía, carecía de interés, perdía el sentido.
Esta Ninja ha sido seguramente la moto deportiva más bella jamás hecha por Kawa, y para mí siempre será muy especial.

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