domingo, 6 de agosto de 2017

Al alba

Obligados por los ciclos laborales, el hombre occidental (y ya muchos orientales también, puede que se libren los africanos) ha acabado por inventar unos horarios vitales que rigen su vida de forma antinatural. Hay que optimizar la productividad, aunque ello nos obligue a trasnochar, o madrugar, o establecer unos rígidos e inamovibles, en consecuencia, momentos de alimentación, sueño, aseo, y hasta práctica de sexo.

El hombre natural, el de campo, se levanta con el alba y se acuesta con la puesta de sol, se oculta a las horas de máximo calor, y se alimenta cuando es debido, y siempre en función de lo que el entorno que le rodea le ofrece.

Hemos tenido unos días de mucho calor, cosa normal dada la estación en que nos encontramos, pero lo de ayer y anteayer fue cosa mala. Vale, es verano, y quizá el de este año está siendo un poco benigno, y puede ser que por ese mismo motivo cuando aprieta de verdad el entorno de los 40º C nos volvemos un poco locos. Se nos funden las neuronas, ya no sabemos ni dónde ni cuándo estamos.

Hay que mantenerse frío, nunca mejor dicho. Reorganizarse rápidamente es la mejor opción en nuestra batalla con la naturaleza, una lucha para adaptarnos a ella, no para destruirla, claro.

De este modo, ayer sábado decidí no salir con la moto, iba a ser demasiado y soy dado últimamente a no forzar las situaciones. ¿Para qué? No se puede ir contra los elementos, ya me lo enseñó mi padre siendo yo muy pequeño, una frase que nunca se me ha olvidado y que me he repetido a mí mismo innumerables veces.

Y hoy, por fin, puse el despertador para levantarme con el Sol, aunque no hizo falta, porque mi reloj interno ha funcionado a la perfección. A las ocho menos cinco de la mañana estaba llenando gasolina a mi Ducati amarilla, un color excitante. No cualquier moto puede atreverse a vestir de amarillo liso, hace falta un buen traje, alta costura.
A las 9 estaba ya pidiendo mi desayuno en la barra de la venta del Cruce de Santa Ana. A las nueve treinta enfilaba hacia Zalamea la Real, giraba a la izquierda dirección El Membrillo, Marigenta, Berrocal y, finalmente, a la derecha bajando en un sin fin de giros que me llevarían a La Palma. 

¡No tengo palabras para describir las sensaciones que emanaban de un espíritu pleno en esos momentos!

Podría considerarse, sin duda, un proceso de meditación. La mente en blanco, sin pensamientos que alteren u oscurezcan el humor, no habiendo preocupaciones, aunque sólo fuera durante los pocos minutos que se tarda en recorrer esos 25 km de pura embriaguez motociclista. 

El resto ha sido habitual también: Villarrasa, Niebla, y de ahí decidí subir un poco hacia Beas pasando por Candón y Clarines, una carreterilla que hace ahora cuatro años quise imaginar recorriéndola a lomos de una Ducati. Hoy se cumplió ese sueño, un deseo que no tiene nada de especial, pero que ahí está, realizado.

Las fotografías engañan a veces, y se pierden muchos detalles. Esta que tomé en el garaje nada más llegar del paseo, poco antes de las 11 del mediodía, muestra un ángulo bello que deja al descubierto parte del tortuoso recorrido de los colectores, da protagonismo a la rueda trasera, al conjunto del silenciador y piloto... pero esconde pequeñas suciedades, imperfecciones derivadas del uso.


Por la tarde he dedicado un buen rato a limpiarla, encerarla y engrasar la cadena. Guardada bajo una discreta funda, aguarda ya el momento de ser disfrutada de nuevo, aunque eso será cuando el cuerpo, las circunstancias y, por supuesto, los elementos, lo permitan.

Pocas veces me siento más libre.

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