domingo, 25 de junio de 2017

Mi vida.

Cinco focos de incendio ayer por la noche, vientos fuertes con dirección cambiante... los caprichosos elementos que nos rodean.
No han podido exterminar mis ganas de dar un paseo con la rubia. 
Italia es un país fascinante en muchos aspectos, capaz de hacernos llegar caramelitos como mi Testastretta, que aunque hoy puede ser vista como una antigualla por algunos (a quienes no se lo reprocho), se trata del fruto de treinta años de evolución de un concepto que acabó con la siguiente generación, las motos equipadas con los motores llamados, en un alarde de imaginación sin par, "Testastretta Evo", que presentaban algunas diferencias en el calado de la distribución y aumento de cilindrada, todo en un vano intento de estar a la altura de las cifras manejadas por los rivales directos.
No entraré a valorar a la 1098 y su hermana pequeña, la 848.

Sólo tengo una modesta 749, el patito feo, la hija pobre de una familia de superbikes, a la que he añadido un par de detalles para hacerla más bella e incluso mejor curvera de lo que ya era (y eso es bastante, creanme).

Monoposto y Olhins, ¿para qué más?
Habrá a quien 108 cv les parezcan pocos. A mí me vale, de sobra. Rara vez paso de 6500 rpm. Se puede, conste, pues el corte roza los 11000 giros de cigüeñal por minuto, pero su pequeño bicilíndrico desarrolla un par más que suficiente, y es tan dulce, que es inncesario torturarlo, y más con 34º C...

Ducati, antaño fiel a ciertos principios, pero sobre todos ellos destacaba uno: la pasión. Se nota el amor a una idea, al espíritu deportivo, al diseño, a la función conjugada con la forma. A la calidad de componentes, al compromiso con la conducción deportiva, sin medias tintas. 
Lejos de buscar la polivalencia que podemos encontrar en sus rivales japonesas, la 749 y su hermana mayor, la 999, aunque de postura suavizada levemente respecto a sus antecesoras (conocidas por las Tamburini), son máquinas que transmiten fielmente todo lo que pasa bajo sus neumáticos.

Mi vida con las Testastretta no es para nada aburrida, sino bien emocionante y disfruto cada breve segundo que paso sobre ellas.

Dejando aparte el efecto espectáculo que desarrolla circulando por ciudad, y en ello supongo que su poco desapercibido color ayuda en buena manera, y que puede gustar o no (me refiero al hecho de ser molestado con preguntas variopintas en los semáforos), disfrutar de su aplomo en curvas de todo tipo, aprender a confiar ciegamente en su tren delantero, anclado al suelo, o en la capacidad de tracción, o desarrollar con un solo dedo una aplastante potencia de frenado... es lo que verdaderamente te enamora de una motocicleta como ésta.

Su estrechez, su postura perfecta para lo que está pensada, el diseño de su contagiri Magneti Marelli, sus peculiaridades mecánicas y de chasis, una moto que no duda en enseñar parte del motor y del chasis, como esa espectacular mujer que insinúa el muslo por la raja de la falda, o lleva un escote que hace inevitable mirarlo aunque te propongas resistirte.

Esa es mi vida con la 749, un reencuentro con el motociclismo más puro y arcaico, basado en la belleza, las sensaciones y, en suma, el amor a lo bien hecho. Un viaje al fondo de mi espíritu, a la raíz de lo oscuro, si se quiere. Una droga que te puede matar, que sabes que puede acabar contigo en una fracción de segundo, pero que no concibes otro modo de vivir tu vida una vez que lo has conocido.

Esa es mi vida.

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