miércoles, 21 de diciembre de 2016

Drive

¿Cómo hacer que conducir sea siempre un placer? Bueno, sinceramente, tal cosa no es posible. Hay tantos imponderables que no dependen de nuestra propia voluntad, que es irreal pensar siquiera en tal posibilidad.

Lo que no quita que, en ocasiones, uno busque su momento. Y otras veces, sin buscarlo, se presente, y es entonces cuando uno disfruta. Las veces que más he disfrutado ha sido cuando no iba a buscarlo. Simplemente se conjugan ciertos elementos: soledad o compañía, el vehículo adecuado, la hora del día propicia, uno poco de banda sonora acorde (nunca mejor dicho)...

Y de repente, esta misma tarde:


Me dirigía a San Bartolomé de la Torre, a una visita que le debía al Hombre que Susurra a las Cometas. Amena charla de todo tipo de temas, comentarios sobre la vuelta al mundo en solitario y sin escalas de la Vendee Globe, un poco de técnica cometera... las cosas propias, con un tazón de café entre las manos y la pequeña chimenea tipo salamandra que calienta el salón.

Buenos momentos, sin duda.

La vuelta, sobre las 21 horas, ya bastante oscurecido, sin mayores incidencias. Un paseo corto, que se hace aún más corto con el maravilloso destechable germano que tantas alegrías me da... ¿cómo diablos pienso siquiera en malvenderlo? ¿Por qué? La inviabilidad económica de tal transacción ha quedado patente, una vez más, con el disfrute de hoy. Porque son estos pequeños viajes, los que surgen sin pensarlo, los que se disfrutan y te cambian la percepción de las cosas. ¿Y qué es la realidad para cada uno, si no lo que percibimos en nuestro interior (sea lo que sea que exista fuera)?

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