martes, 10 de noviembre de 2015

Viviendo

Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
Esta cita del androide interpretado por Rutger Hauer al final de Blade Runner, basada en la novela "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" (de Philip K. Dick), bien podría ser el epitafio perfecto para grabar sobre mi lápida. 

Llevo tres años y medio viviendo en el mar. Como una obsesión.
Invierno, verano, frío, calor, lluvia o sol... no hay diferencia. El mar es el mar, y cada vez que me meto en el agua es tan diferente, tan único, que siempre, siempre, es una experiencia revitalizante, energética, asombrosa.

Recuerdo muy bien, el día que fui capaz de permanecer upwind, volver al sitio, ceñir y ganar terreno al viento. Recuerdo que lloré, lloré como un niño pequeño. Estaba tan emocionado, tan alucinado, que las sensaciones se agolpaban en mi cerebro, en todo mi ser, hasta la punta de mis dedos. Lágrimas saladas como el mismo mar del que traían su causa rodaban por mi cara, salían de unos ojos enrojecidos de tanta mar chocando con ellos. Recuerdo bien que paré a mitad de camino cuando me iba de la playa, un camino en forma de hilera de tablas de madera, y me dí la vuelta contemplando el atardecer de aquel final de verano de 2012.

Antes y después. Jamás pude imaginar, el día que por fin decidí adentrarme en esto, que mi vida iba a cambiar de esta manera, que se iba a producir un nuevo punto de inflexión, de los cuatro o cinco que ya he vivido, que supusieron un giro brutal en mi modo no ya de vivir, sino en producir una auténtico y totalmente diferente concepción del mundo. Pero así fue. Ya nada volvió a ser igual.

Creerán que exagero. Pensarán que se me pira la pinza. Pero les digo que no.

¿Cómo explicar a mi padre, o a mis hermanas, a mi amantísima compañera y esposa, a algún amigo, lo que se siente cuando el viento tira de tí, cuando bajas aquella ola, cuando te salpica la espuma tras un recorte, lo que experimentas cuando la ingravidez es en tía a varios metros de altura volando con control? Es imposible. Viven en la ignorancia del que prefiere la zona de confort. Lo que no es malo per se, la verdad. Cada cual es cada cual, y todos no somos iguales. Renuncio, pues a tratar de convencer a nadie. De nada. Es imposible, somos pocos y cada vez menos los que tenemos una mente amplia y seguimos, pasada cierta edad, queriendo aprender, queriendo experimentar cosas nuevas, sentir sensaciones alucinantes. Estar vivos, simplemente.

Estas y otras reflexiones pasan por mi alocada mente mientras me desvelo de madrugada y me pasan cosas como las de esta noche: suena el despertador, lo apago, salgo de puntillas como siempre para no despertar al limitador, bajo al baño, me aseo, me hago un café en la Nespresso, y enciendo el tele para ver las noticias de la mañana mientras me visto en el salón. Pero algo falla, hay cierta cosa que no cuadra: en A3 no hay noticiario matutino, sino un programa de entrevistas totalmente extemporáneo. Me cuestiono si no estaré viviendo alguna alucinación propia de una novela de Philip K. Dick... cuando me percato que el reloj del decodificador de Imagenio marca la 1:20 de la mañana. Joder. Pero qué cojones?!?!?!
Miro mi Carrera Brad Pitt, que descansa junto al celular y al lado del café humeante, y se confirma. Desconcertado, perplejo, apago el reproductor de ondas hertzianas a imagen y sonido, me vuelvo a desvestir, y subo lentamente la escalera mientras intento poner en claro lo que ha podido pasar. Lo único que se me ocurre es que yo soñaba que el despertador estaba sonando. Para cerciorarme, verifico que efectivamente está programado para las 6:11, y por tanto no había podido sonar a la 1:11. Ummmm... raro, raro, raro.
Bueno, al final me meto en la cama, me quedan casi cinco horas de sueño, y las necesito, vaya si las necesito, porque...



Porque esto es lo que pasó el lunes, día 9 de noviembre: un día para el que ya se me han agotado los calificativos. Temperatura genial, un sol radiante, y poca gente en la playa que se va configurando como muy especial para mí, Caños de Meca. Spot legendario cuando se dan las condiciones propicias, que ayer nos regaló un día glorioso junto a mi Julen del alma, y un neófito Borja Arambarri a quien conocí siendo él un mocoso, y que décadas más tarde el destino a vuelto a juntarnos, cosas de la vida, ya ven.

Carita...
Dicen que la cara es el espejo del alma, y ahí me tienen, una vez finalizada la tercera y última sesión del día, realmente agotado. Un día de estos hay que aprovecharlo al máximo, hay que exprimirlo, HAY QUE VIVIRLO.
Igual que yo, lo piensa Julen, auténtico soul surfer:


Borja se tuvo que bregar con vientos fuertes, sobre todo por la mañana, donde pasó de 30 nudos y tuve que frenar incluso la 7 metros. Pero el cómputo global fue satisfactorio, y está muy enganchado, a pesar de hacerse algunas heridillas en los piés con las rocas que hay al pie del faro. Cosas de novatos, pero aprenderá, tiene madera.


Por supuesto, un día así no podía ser genial sin su correspondiente cerveza:


Vaya par de dos, parecemos despojos... Pero que nos quiten lo bailao!!!

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