miércoles, 29 de abril de 2015

Memoria muscular, neurología, simetría y otras cosas raras

Ya comenté que uno se pasa semanas, meses o un año intentando hacer un movimiento, una maniobra con éxito. Y falla una y otra vez.
A veces, uyyyy, casi casi lo hago. Pasan otros cincuenta y siete intentos y de repente una vez ¡sale perfecto!

¿Por qué, joé, por qué?

Leo tutoriales, veo videos (bendita internet, maravillosos foros, inconmensurables youtube y vimeo). Estudio, preparo, memorizo, interiorizo, visualizo con los ojos cerrados. Una y mil veces.

Sigo intentando, ensayo y error, ensayo y error, ensayo y error.

Poco a poco comprendo las causas. Me fijo bien en quien lo hace con total naturalidad... y es que ¡parece tan sencillo!

Me estoy refiriendo en este caso a la virada en kitesurf, o "el arte de cambiar de dirección hacia la opuesta que llevábamos pasando la proa por el viento y cambiando los pies de posición". Han leído ustedes bien, es un arte. Ver una virada bien hecha es algo hermoso. Hacerla es fantástico, reconfortante, verdaderamente autocomplaciente por la cantidad de ventajas que acarrea dominarla.

La virada, en inglés "tack", en francés "virement du bord", en apariencia es fácil, pero en realidad requiere de dotes mínimas para llegar al éxito. Una trasluchada, en comparación, es infinitamente más fácil. La virada exige mayor control de la cometa, de dónde está en cada momento, de la potencia y velocidad que llevamos, de la sustentación en cada fase. Y luego, además, con cada tabla es un poco diferente. Con unas sale rápida y sencillamente, y con otras hay que aplicarse a fondo y pegar una buena patada para hacerlas girar.

Lo bueno es que, como con todas las cosas en que la memoria muscular está implicada, una vez mecanizado el movimiento, ya no se olvida. Es como montar en bici, o nadar, o esquiar: cuando aprendes, ya es para toda la vida. Después, si pasas largas temporadas sin hacerlo, costará un poco más o menos, pero saldrá, y enseguida coges el nivel donde lo dejaste.

Y una vez que lo sacas hacia un lado, pruebas hacia el otro y, tachán, también sale fácil. Hay como un trasvase de información hacia el otro lado del cerebro. Se trata de neuronas, conexiones eléctricas. Y en algún sitio del coco debe quedar almacenado cuánto debe exactamente moverse cada músculo de nuestro cuerpo para ejecutar la acción deseada. Es fantástico, a mí me asombra, en serio.

En el proceso de aprendizaje, y ya digo que a mí me ha costado muchos meses lograrlo (habrá quien lo saque en un par de días, pero cada cual es cada cual), he caído al agua cientos de veces. Unas veces más cerca de lograrlo, otras con pavoroso desastre. Y es curioso cómo la memoria muscular va guardando sólo la parte que vale, de modo que al final, después de miles de intentos, ha hecho un resumen y sabe lo que tiene que hacer para lograr el éxito. ¿Cómo se hace esto?
El cerebro, como sabemos, es capaz de sintetizar endorfinas, para que nos entendamos una "droga" natural que provoca euforia, bienestar, placer. Cada vez que uno de los intentos sale bien, un poco de endorfina se segrega, causada por nuestra excitación y alegría. Se asocia, así, un conjunto de movimientos, sensaciones, percepciones a través de los sentidos (vista, equilibrio, velocidad...), con algo que procura éxito. El cerebro, después, se esfuerza en lograr ese éxito, en repetir la adquisición de su dosis de endorfina, sencillamente porque somos adictos, aún sin saberlo, a ella.
Así es como aprendemos. La endorfina es no sólo buena, sino necesaria para nuestra supervivencia. Cuando un antepasado hace treinta y cinco mil años disparaba su flecha o lanzaba con éxito su lanza y cazaba la presa, tenía la misma explosión de endorfina en su cerebro. De hecho, todos los animalillos lo tienen. La droga es lo que nos mantiene vivos, lo que nos hace progresar, ser mejores, sobrevivir... y en el caso que os he narrado, disfrutar.

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