martes, 30 de julio de 2013

promenade matutine

Una mañana cualquiera, de un día cualquiera, en verano. Temprano, por una de esas carreteras casi olvidadas, sólo escasamente frecuentadas por los lugareños de apartadas pedanías en la sierra.


Un placer que no me puedo permitir todo lo que quisiera, pero que disfruto al máximo cada vez que puedo.
Algunos me dicen que la gasolina es cara y que el coche este chupa mucho... Pagaría el doble, si hiciera falta. Aprovecho con mis sentidos cada gota del preciado destilado petrolífero, sensaciones difíciles de obtener de otro modo.

Hay que aprovechar cada momento, como dice el viejo tópico literario. Hay que vivir. Y la vida es sensaciones. La vida es esplendor, placer, dolor, alegría y pena. Me quedo con los momentos estelares, como creo que hacen todos, no hay otro modo, es un mecanismo de defensa de nuestra evolucionada psique.

En estos días de rodilla con sus ligamentos distendidos, y escasez de viento. En estas jornadas de días larguísimos y noches cortas, llenos de calor, polvo y bancos de arena, cuando es imposible disfrutar de la bici de campo y ni me planteo dar pedaladas en la flaca de carretera. Tardes bochornosas de asfalto derretido en que montar en moto es casi un suplicio... Hay que buscar alternativas.
Y siempre las hay, no lo duden.

Leer es un pasatiempo estupendo, recomendable siempre.  Lo último que pasó por mis ojos fue "El asesino de la regañá", de Julio Muñoz: una novela policiaca ambientada en periodo pre Semana Santa, en la que un inspector venido de más allá de Despeñaperros tiene que desenmascarar a un asesino en serie que actúa de sevillanas maneras. Una partida de culo constante, desde el principio hasta el final.


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